VALENCIA. La política no es fácil, al menos la de altura. Otra cosa es la demagogia y la charlatanería. Quizá por eso para Francisco Camps la política era "fácil", como le repitió una y otra vez a Joan Ignasi Pla en el pleno de su investidura en 2007. Y ya ven dónde hemos llegado con la política fácil. El ejercicio de la política es complejo: requiere primero de convicción de ideas, firmeza en su defensa y capacidad para desarrollarlas, negociando y pactando si es necesario.
Para los que somos aficionados a las series (o al cine) sobre política, El Ala Oeste de la Casa Blanca es una biblia. En sus capítulos se desgrana de forma más o menos realista -todo lo que puede serlo una serie creada por Aaron Sorkin- la forma en que se hace política desde el gabinete del presidente de los Estados Unidos. Cierto que es Washington, pero muchas de las tramas que se tratan se convierten para el espectador en lecciones de política. De hacer política de altura.
Es cierto que El Ala Oeste peca de un excesivo idealismo. Los personajes se mueven por convicciones firmes y actúan sin margen para la conspiración, tan arraigada en nuestra cultura. Pero teniendo en cuenta ese matiz, la visión de esta serie debería ser casi obligatoria para los políticos que nos rodean.
Decía este domingo en su blog el delegado de El País en la Comunitat Valenciana, Josep Torrent, que los miembros del gabinete del presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, deberían ver El Ala Oeste para aprender. Pero visto lo que está ocurriendo en esa particular ala oeste de la calle Cavallers la sensación que tengo, amigo Pep, es que no te van a hacer caso. Porque la serie de moda allí me temo que es House of cards.
Un pequeño paréntesis para quienes no hayan visto esta serie que solo va por la primera temporada. Consejo: véanla. Sinopsis: House of cards versa también sobre el gobierno de Estados Unidos, pero aquí la visión es más cruda, más real. El protagonista, un senador cínico y manipulador sin escrúpulos, encarnado por el actor Kevin Spacey, se dedica a mover los hilos de medio Washington hasta el punto de influir en las políticas o los nombramientos de la Casa Blanca.
Chantajes, jugadas sucias, uso interesado de la información y de los medios de comunicación... Si a ello unimos que su esposa es un personaje tan poderoso como él en su ámbito filantrópico, algunos malpensados podrían preguntarse por qué en Estados Unidos han hecho una serie sobre Rafael Blasco y Consuelo Císcar. Siento decepcionarles. La producción americana está basada en otra inglesa de igual título.
Visto lo que está ocurriendo en los últimos meses en Presidencia de la Generalitat da la sensación que hay alguien que ha decidido jugar a ser Kevin Spacey. Pero el problema es que lo hace tan mal que lo único que han conseguido es generar una crisis de primera magnitud en el que debería ser el núcleo fuerte del Gobierno autonómico.
Esta semana pasada se lo contaba Ximo Aguar en un artículo en el que desgranaba las claves de esa crisis interna. La llegada de Esther Pastor a la secretaría autonómica que Fabra creó para ella ha desestabilizado al equipo de presidencia hasta el punto de que la descoordinación es notable entre los encargados de elaborar los mensajes y los que deben trasladarlos a la sociedad..
Aunque los errores de Pastor son los más conocidos y los que, por su torpeza, amenazan con debilitar más si cabe la figura del presidente Fabra, no sería justo achacarle toda la culpa a ella. Porque esa guerra en principio larvada se ha convertido en una batalla en la que ya todo el mundo desconfía de todo el mundo en el gabinete. Se han creado facciones y se airean los trapos sucios (¿ya con trapos sucios?) en la prensa, no se sabe si filtrado por un topo o por alguna de las partes en liza.
Las decisiones más rocambolescas de Pastor revelan una altura política ínfima. Desde fichar a un entrenador personal para Fabra a costa el erario público hasta elegir a las personas que debían representar a la sociedad civil en el acto organizado por Presidencia hace un par de semanas. Dicen las malas lenguas que lo de Cristina Tárrega es porque comparte peluquero con Pastor, el popular Tono Sanmartín. Qué quieren que les diga. Casi preferiría que fuera esa la razón que no que la secretaria autonómica pensase de verdad que la Tárrega representa a la sociedad civil valenciana.
Pero lo peor no está en esas metidas de pata -y en la falta de sentido del ridículo por ellas- sino en la parte más dura del trabajo que debería realizarse desde Presidencia. A saber: marcar la línea estratégica del Consell, con el presidente a la cabeza, de las políticas que deben ponerse en marcha para intentar sacar a los valencianos de la crisis.
Pero lejos de esa coordinación, lo que está ocurriendo en el ejecutivo de Fabra es todo lo contrario. La sensación es que cada conseller ha decidido emprender la batalla por su cuenta, haciendo lo que buenamente cree mejor (algo que no siempre es así) o lo que le permite el presupuesto. Es decir, casi nada.
¿La consecuencia? Que a Alberto Fabra está a punto de desmoronársele el castillo de naipes. Y no solo institucionalmente. La red de apoyos que el presidente se tejió en el Partido Popular de la Comunitat Valenciana se ha demostrado extremadamente débil. No podía ser de otra forma habiéndosela encomendado a Serafín Castellano (otro Kevin Spacey aficionado) en contra de toda lógica política interna.
Así, resulta chocante ver a un Alfonso Rus en pleno festival del humor rozando la burla del presidente-o al menos su casi desprecio institucional- en una rueda de prensa. Los diputados del grupo de Les Corts se embarcan en guerras ridículas y trasnochadas -otra cosa lógica teniendo a Jorge Bellver de portavoz y a Rafael Maluenda de hooligan- y los imputados se aferran a sus escaños aún con la amenaza de la cárcel en sus talones sin que se les caiga la cara de vergüenza ni nadie les afee su postura. Son solo algunos ejemplos. De los jaleos del PPCV en Alicante, por ejemplo, o de los movimientos del campismo irredento (¡huyamos!), ni hablo.
Hace diez meses escribí una de estas columnas bajo el título ¿Está Alberto Fabra preparado para acabar con los zombis?. Les contaba entonces que los muertos vivientes que amenazaban al presidente eran todos los imputados y sus valedores. Todo ese viejo PP (como les gusta llamarlo desde Presidencia, como si no fuera el mismo) suponía un grave riesgo para su política de transparencia y juego limpio político.
El paso de los meses nos ha demostrado que no. Que el presidente no tenía ningún plan, que su línea roja contra la corrupción y para el buen gobierno está completamente quebrada. Y el problema es que ya no se trata solo de unos cuantos infectados. La pandemia zombi ha llegado incluso a su núcleo más próximo. Las viejas formas de llevar la Generalitat que tanto sufrimos amenazan con instalarse de nuevo en la calle Cavallers. Y aquí la culpa ya no es de nadie más que del propio Alberto Fabra.
Muy buen artículo. Y es un placer que también te unas a "la fiesta del Ala Oeste en Valencia Plaza" que inauguró Ximo Aguar hace unos días :)
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