VALENCIA. "Ahora estoy fenomenal pero a los cincuenta todo caerá de una forma abismal" sentencia Blanca observando con odio el plato de calamares que nos acaban de servir en un chiringuito de la playa. "A esa edad la idea es meterse en quirófano y tener estirado hasta el ultimo dedo de la mano, no te preocupes" contesto divertida engullendo mi segundo calamar al que acompaño con un trozo de pan y mahonesa. "Te equivocas, a esa edad mis ahorros serán los que deberán estirarse para pagar un infierno de alquiler y unas condiciones dignas para unos hijos que en un futuro quiero mantener" pronostica ciertamente vehemente.
Al hilo de la triste exposición de mi amiga caigo en un torbellino de atroces imágenes imaginándome veinte años después sometida a una penitencia flácida e irreversible. Un castigo a esquivar el espejo alcanzada una edad más arrugada y seguramente sin alternativa económica al lifting. "Quizás el mantener la cabeza ocupada con otras preocupaciones signifique el fin de la tiranía de las apariencias pues casi nadie de nuestra generación podrá permitirse e impedir entrar en decadencia" pienso albergando un poco de esperanza. Sin embargo, la siguiente escena una vez tumbadas en la playa, desmoronó de cuajo mi falso auto convencimiento.
Una madre de cincuenta y tantos, de larga melena castaña, cuerpo espigado y diminuto bikini pasea junto a su marido por la orilla de la playa. Con la llegada del calor, esta mujer de cuerpo de infarto repite cada día del verano la citada ceremoniosa caminata con osadía y despertando envidias entre el sector femenino de su quinta (y de las que no lo somos también).
Recorre la cala varias veces con su sombrero de paja consciente de las miradas atentas de varones y mujeres ante su increíble y perturbadora exhibición. Grácil y serena, disfruta de su poder siendo el tema de conversación: "Este año tiene la barriga más plana" comentan un grupo de mujeres; "pues a mi me parece un disparate ese empeño a su edad por llevar un tanga brasileño" dice una señora mayor; "nunca defrauda, la MQMF cada año está más animal" sueltan por su parte unos adolescentes boquiabiertos; "ha pactado con el diablo, esa anatomía no es normal" me susurra mi amiga.
Una vez frente a su toalla la diosa se ajusta el traje de baño introduciendo los pulgares bajo las gomas de las costuras perfilando un exquisito trasero decidida a darse un chapuzón para refrescar su cuerpo acalorado. Finalizado el espectáculo, la dinámica de la playa recobra la normalidad aunque con cierta resaca agónica en el interior. Pienso en la crudeza de la naturaleza y la tortura que me espera con las fajas reductoras. Con los años recordaré con nostalgia a las MQMF's, casi ya en peligro de extinción, que aprovecharon los años de bonanza para quitarse la panza.
Suspendida en la inmensidad de un universo marcado por el sentido de la vida a través de la vía estética y en una realidad en la que casi nadie tiene un duro, lo tengo claro: cuando la carne comience a flojear mis vacaciones cambiarán el apartamento frente al mar por uno en Siberia y su frío polar.
Efectivamente ,Carla, siempre hay un zurcido para un descosido, es así o me lo acabo de inventar.
Carla, me has arrancado una sonrisa de buena mañana. Yo tengo casa en la montaña, cuando te interese avísame!!!!! Abrazos fuertes.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.