VALENCIA. Con la llegada del calor comienza a ser cada vez más visible en las calles una desagradable habitante urbana: la cucaracha. Reconozco una incontrolable fobia hacia esa especie de insecto negro, aplanado y que en su más repugnante versión vuela. "He leído que las recientes generaciones de esta criatura han desarrollado nuevas capacidades para detectar los cebos que antes utilizaban para atraparlas", me comunica un extravagante vecino con el que suelo coincidir en el ascensor. "¿Por qué no podrá hacer un repaso de la meteorología del día como hace todo el mundo?" pienso alarmada ante la gravedad que para mí supone tal información. "Este verano, con los pocos medios económicos destinados al control de las plagas, la ciudad va ser un zoológico de lo más divertido" prosigue con una sonrisa inquietante.
Aterrada llego al garaje imaginándome devorada por un gigantesco bicho de largas patas y antenas, que oculto en las mohosas cañerías de mi edificio durante el invierno, ha despertado cual maligno depredador para reproducirse y propagar una devastadora epidemia como castigo divino. De regreso a casa y con el miedo infundido por todo mi cuerpo, paso por una droguería para comprar varios botes de insecticidas dispuesta más que nunca a interrumpir el asentamiento de nidos indeseados en mi salón. "Yo de usted me llevaría el más grande y un par de trampas que sirven también para ratas", me sugiere apaciblemente. "¿¿Ratas??", exclamo horrorizada. "Este año habrá poca fumigación más vale prevenir en esta calurosa estación" puntúa rotundo. Cargada pues con un arsenal que bien podría extinguir a toda una fauna de cucarachas y familias similares me dirijo a mi hogar, o mejor dicho, a la mejor trampa mortal para cualquier diminuto y non grato animal.
Al día siguiente mi salón parece el escenario de un crimen de CSI. Un par de cadáveres de cucarachas yacen boca arriba y otros tantos cuerpos de palometas se apilan junto a la librería aún débilmente aleteando. Me aproximo a ellas para de inmediato apagar su último aliento machacándolas de un golpe limpio con mi zapatilla. Al recoger ese amasijo de diminutos despojos de insectos me percaté de repente que mi relación con ellos no sólo se limitaba a un mero gesto de asco pues una vez en mis garras y movida por un ataque de pasión, escupí sobre ellos. Sorprendida, me pregunté qué podría haberme motivado a sacar esa suerte de instintiva reacción: ¿Acaso es primordial demostrar una supremacía entre especies? ¿En tiempos turbulentos es inspirador actuar según la ley animal e imponer un modus operandi más salvaje?
Soy consciente de que es el momento de hacernos fuertes y cautelosos frente a un allanamiento, roedor, de morada. Prepárense porque este verano es el año de las picaduras de mosquitos y garrapatas a granel. De la molesta y despiadada invasión de insectos de mayor tamaño duros de roer. Les aconsejo tomar medidas de prevención para su estival relajación. Pero cuidado con los más sigilosos, pues aunque proceden de una casta en apariencia menos asquerosa, son en realidad la especie más peligrosa. Hasta ahora su presencia en el ámbito urbano pasaba desapercibida, pues extremadamente sibilinos clavaban sus zarpas a todo hijo de vecino. Supongo que por eso me produce una inexplicable satisfacción cuando ciertos desinfectantes actúan con efectividad aprisionando a estas sabandijas tras las rejas sin compasión. Me consuela pensar que gracias a una naturaleza sabia, seguiremos dando caza a todo bicho indecente. Me pregunto, ¿Cuál será el siguiente?
Querida Carla, vivo en Ruzafa, por delante de mi casa tengo la calle levantada y en la parte trasera están construyendo un colegio, mi casa es un amasijo de polvo, mosquitos y quien sabe cuantas cosas más... He comprado esos aparatos que irradian ondas y he puesto unas velas al santo de la parroquia. No puedo con tanto bicho! Te mando un beso fuerte fuerte!!!!!
Compartisc l'odi i l'aprehensió cap a les paneroles (menor cap a les autòctones, les quals estan retornant). Podrien extinguir-se!
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