VALENCIA. Las personas con sentido del humor están en peligro de extinción. Me refiero a ese humor creativo e ingenioso que observa la vida sin exceso de seriedad. Menos trágica. En estos tiempos que corren conflictivos e inundan las calles con rostros rígidos, coléricos y sombríos, echo de menos la risa. Esa suerte de perfilación curvada de las comisuras de los labios aparentemente ligera y fácil pero desterrada, cada vez más, de nuestra expresión facial.
Conozco una persona que en medio de esta contagiosa pandemia melancólica, brilla como la excepción más extraordinaria que confirma la regla. Un ejemplo de actitud a la hora de afrontar dificultades desde la posición más inteligente, la sonrisa. El día que su tutor de colegio anunció a sus padres que Marisa repetiría curso, ella en su incipiente adolescencia, mostró su sonrisa más tranquilizadora para decirles con ella que tenía un plan.
Desde pequeña sus aptitudes en la pintura no dejaban indiferente a nadie. Como una vez me dijo, mientras varios compañeros suyos acudían a la universidad cargados de libros, ella lo hacía con un pincel en la mano. Pincel con el que plasmar con acuarelas, tinta china y témperas en cada mural parte de su atractivo positivismo. Infinitamente auténticos, frescos y desenfados como ella. Como una forma de trasladar al público su dulce perspectiva de las cosas. Relajada, empática, posible. En tiempos buenos y no tan buenos, algunos no entienden esa forma de ganarse la vida. "La creatividad nunca será rentable para ciertos personajes de oficina pero yo me divierto y ellos no", me ha repetido siempre.
Cada uno tiene su particular visión del paraíso. Entre las más habituales, para unos es una zambullida en una playa escondida en un rincón lejano del mundo rodeado de coral, para otros poner al límite su cuerpo con una importante descarga de adrenalina en la práctica de deportes de aventura. Marisa lo encontró cuando nació su tesoro. Liberando en su primer contacto visual el mayor disparo de endorfinas de su vida y recargándole esas inagotables pilas del bienestar.
Así es como ella ha decidido enfrentarse a complicados avatares que le han obstaculizado en ciertos momentos su camino. Y le funciona. Gracias a un poderoso positivo mecanismo de defensa en la salud y en la enfermedad, pulido desde la infancia y madurado con precisión con el tiempo. Es su rasgo diferenciador, una poderosa arma terapéutica ante cualquier indisposición. Realmente es gratificante imitarla y empaparse de su enérgico buen rollo pues pasar el tiempo con ella es como si de repente la vida se llenara de promesas y expectativas.
Algo, por cierto, que han perdido muchos científicos. Les han recortado sus ganas de investigar en su país. Un país pionero, entre otros estudios, en varios ensayos clínicos contra el cáncer. Nunca podría ser tan cruel aceptar un "ajuste" que apagara ese fugaz pero intenso guiño de alegría. Decir "sí quiero" al I+D es votar contra la parálisis y el exilio de la sonrisa. Es invertir a favor de los hoyuelos de la esperanza. Esa risueña formación cóncava bajo los ojos que denota fortaleza exterior e interior. Una huella que de manera inesperada e espontánea contagia autenticidad y felicidad. Como la que nos ha regalado durante años Marisa.
la verdad es que las descrito como es ella siempre con humor sin rendirse nunca sus cuadros espectaculares es un angel
Querida Carla, Marisas hay pocas. Te lo dice una mujer de casi 50 años. Marisas alegres, positivas, risueñas, marisas fuertes, creativas, divertidas. Marisas luminosas, generosas, entregadas. Marisas como esa hay una sola... Yo he tenido el privilegio de conocerla. Un abrazo bien grande.
Escribes muy bien. Tener una Marisa en la vida ayuda mucho a hacer la vida mejor y ser mas feliz. Besos Carla. Gracias por tus articulos.
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