VALENCIA. A colación de lo ocurrido recientemente en una despedida de soltera llego a la conclusión de que, efectivamente, en tiempos turbulentos, la cantidad se impone sobre la calidad. Me refiero, en primer lugar, a ese objeto cilíndrico guardado a buen recaudo y aparentemente en segundo plano durante las reuniones sociales. Como expectante a que su dueño le ofrezca la oportunidad de salir para consumirse en un acto protagonista, compartido. Elevado por machos y hembras casi hasta a un punto de adoración por su elegante ejecución, placer prohibido e indiscutible inyección de adrenalina y sin el cual las noches de farra no tendrían la misma gracia frente a una barra: el pitillo.
La tontería surge durante la adolescencia hasta asentarse a edades más adultas. Se convierte entonces en una necesidad, algo consensuado, aceptado, incluso considerado de moda por el resto de la civilización. Enemiga de su existencia con convicción reconozco una suerte de tregua hacia la citada colilla pues en un intento por superar la crisis, su reinvención en cigarrillo de liar me parece una pesadilla. Al menos, así lo juzgué inicialmente.
Nos vamos al puerto disfrazadas de andaluzas a celebrar el fin de soltería de Pilar. "¿Podemos parar antes en el estanco de El Corte Inglés? No me quedan boquillas" apunta la prometida en cuestión. Me desvío de nuestra ruta sorpresa obedeciendo sus órdenes. Cuarenta y cinco minutos después vuelve al coche cargada de nicotina explicándonos que la cola llegaba hasta la sección de perfumería. El resto le pide munición pues les entra curiosidad por probar esa nueva forma de fumar menos convencional.
"Tenéis que probarlo, ahora el vicio se ha vuelto más barato y menos nocivo, todos son beneficios", señala tras darle un lametazo al papel para prensarlo en un perfecto rollito. Las demás la imitan. Centrada en una explicación que para mí requería conocimientos en ingeniería, no me doy cuenta que el semáforo cambia a verde y un coche por detrás casi nos embiste. Sin embargo, en un momento de lucidez, mi arranque fue tal que la sacudida hizo volar parte de las virutas de nicotina hasta instalarse cual cemento en nuestros elaborados moños de sevillanas recogidos con gomina.
Embadurnadas, por fin llegamos al restaurante e intento relajarme pidiéndole al camarero un gintonic. Como es habitual en los lugares que ya no se puede fumar la cena se divide en dos bandos: los que salen a cada sorbo de vino al exterior para contaminarse y los saludables discriminados sociales que se quedan. Esa era única y exclusivamente yo. "La ley antitabaco es más cruel que las noticias del corazón para la familia real de Mónaco", pienso solitaria desde la mesa muerta de hambre (pues además de extenderse por todo el restaurante la prohibición de fumar también considero la zona de no comedores, o por lo menos a mí me lo parecen los mínimos platos de lo que llaman ahora cocina creativa). Pero efectivamente hay algo peor, el tabaco de liar.
A las inexpertas, ya sin cigarrillos de verdad, les cuesta hacerse con la mecánica. A través de un enorme ventanal las observo ávidas por encenderse esa suerte de enigmático puzzle inflamable incapaces de descifrar. Ansiosas por encontrar un listado de instrucciones modo Ikea. Por fin se acerca una a hacerme compañía. "Mira, Carla, gordito pero peleón" me dice enseñándome orgullosa un cigarro de lo más amorfo. "A Isa le ha quedado finito aunque yo los prefiero rellenitos", aclara con un mínimo carraspeo en la voz. "Venga anímate, ¿Te hago uno? ¿A ti cómo te gustan?" continúa poniendo de relieve mi ignorancia en el asunto.
Desconcertada y sin saber qué decir ella sale disparada a la terraza para saborear su trofeo deforme. Me viene a la cabeza entonces cierto símil hacia determinado miembro viril. ¿Será aquel ritual de liar el reflejo idealista en mujeres de gustos, preferencias y formas a la hora de entrar en acción en la habitación? ¿O es que cuando se trata de una despedida todo tiende por inercia a estar inapelablemente asociado a un cariz más sexual?
Lo cierto es, que a pesar del desentrenamiento en el arte de enrollar, todas le pusieron empeño y ganas. Animadas por el libertinaje del self-service. Menos glamuroso, desde luego. Colectivamente más empático, sin duda. Estimulado por un punto creativo y más empírico que el fumar desde cánones envasados de mayor calidad pero más estándares y aburridos.
Eso me hizo pensar desde mi patética e inerte mesa agarrada a una copa de ginebra de última generación. Exquisitamente aderezada, con pepino y laboriosas cortezas de limón colocadas aunque desgraciadamente de un valor socialmente mezquino. Una llega a una edad en la que se plantea, por el bien de su inmediato amanecer, dar un paso hacia la sofisticación y priorizar la copa por el cubata que venden en los chinos.
El hielo picado y perfumado frente al vaso aguado con cantidades ingentes de alcohol de garrafón. Pero esa es una realidad que nuestra generación, en su mayoría, no se puede permitir ni imaginar. En el umbral de la treintena no negaré que además de adaptar mi cabeza a unas condiciones laborales que dan pereza también lo hace mi estómago cada fin de semana con la ingesta del botellón pues el terreno de la coctelería para mí aún es utopía. De repente me acordé de las módicas fiestas verbeneras frente al mar e inolvidables borracheras.
Entonces me acerqué a la barra y pedí un ron cola en vaso de tubo y con pajita. Y por primera vez, durante aquella velada, comencé a sonreír. Volviendo todo de nuevo a una experimentada y predecible normalidad. Mi normalidad y la de más de seis millones de personas. Así es de frívola una realidad que inquieta cuando es inalcanzable pero adiestra el instinto de supervivencia para aprender a disfrutar de los fugaces placeres de la vida. Pues combatir sola en ciertos contextos a favor del "querer" y contra el "no poder" es una lucha abocada al fracaso. Consciente de ello me reuní con el resto entre humo de liar y el cubata de siempre. En una época en la que casi todo sabe amargo bien es cierto que cuando uno quiere desinhibirse da gracias a que el vicio asequible, en cualquiera de sus formas, todavía existe.
Carla; tus artículos me encantan .ayer pase por el corty y alucine con la cola que había en el estanco, desconocía estas nuevas costumbres, aunque soy de tu club no fumador....gracias por tus artículos de funde.
Querida Carla, Lo mío,eran los vodkas con naranja y con pajita. Como,dentro de nada estaré en paro le hice una fiesta sorpresa a mi marido en la terraza del edificio a lo grande como despedida a lo que fue nuestra vida relativamente acomodada. Ahora nos enfrentamos a otra cosa... Todo cambia! Un abraz o grande grande
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