MADRID. Las informaciones que llegan de Bruselas y Berlín referidas a la negativa evolución económica de los países de la Unión, al posible expediente que se va a abrir a España por desequilibrios económicos y a la equivocación cometida por España al no haber solicitado más dinero para inyectar en el sistema financiero español, vuelven a traer la inquietud a la sociedad española que cada día ve aumentar sus interrogantes sobre dónde estamos, a dónde nos dirigimos y cómo vamos a llegar a nuestro punto de destino en el caso de que sepamos a dónde vamos.
Dicen los politólogos que los gobiernos democráticos actuales y por ende los partidos de la oposición, no son capaces de gestionar sus políticas sin mirar de reojo los resultados de las encuestas que de forma periódica facilitan los costosos organismos públicos, creados al efecto, o los medios de comunicación, cuando no son los propios partidos políticos los que recurren a los trabajos demoscópicos para conocer si el votante ha decidido castigarle con su desafección.
Pues bien, hoy esa teoría ha pasado a mejor vida a tenor de los resultados que las últimos encuestas nos dicen y que se resumen en que ni Rajoy ni Rubalcaba despiertan excesiva confianza entre los españoles, según la encuesta del CIS, alcanzando cotas que para muchos son de vergüenza ajena, ya que mientras que el 86 por ciento de los ciudadanos consultados -82,1 en enero- dicen tener "poca o ninguna confianza" en el presidente del gobierno, en el caso de Rubalcaba esa ratio alcanza 89 por ciento. Lo mismo ocurre con la evaluación que le otorgan los ciudadanos al presidente, que se sitúa en la actualidad en 2,78 puntos y cayendo.
Qué duda cabe que la situación de la economía es un factor que influye poderosamente en la valoración de los políticos por parte de los ciudadanos y eso ocurre en todos los rincones del mundo. Sin embargo, en España existe una característica que la hace diferente y que no es otra que el aparente desinterés -hablamos del presidente del Gobierno- que parece mostrar por los resultados de las encuestas, echando por tierra la tesis de que los políticos son muy conscientes de que lo importante no es cómo uno se ve sino cómo es visto por sus conciudadanos.
Transcurridos 17 meses desde que jurara su cargo y cuando vuelven a escucharse sonidos de tambores procedentes de Bruselas sobre más medidas reductoras del gasto en España, Mariano Rajoy, no solo tiene demostrada su total ausencia de liderazgo ante los ciudadanos españoles, en opinión de analistas y líderes de opinión, sino que no parece importarle lo más mínimo a tenor de las acciones emprendidas por intentar convencer a los españoles de las decisiones que adopta y seguirá adoptando y así modificar el sesgo que, al día de hoy, le conduce inevitablemente al hoyo.
No es cuestión de descalificar la política de comunicación del Gobierno, cuyo eje central pivota sobre la comparecencia de la vicepresidenta, Saenz de Santamaría, tras los consejos de ministros y basada, fundamentalmente, en la distribución de los pertinentes argumentarios entre líderes de opinión reales o ficticios, las comparecencias públicas de los miembros del gobierno, las filtraciones de rigor y notas, muchas notas de prensa.
Pero nada de eso se ha demostrado útil para que los ciudadanos españoles determinen que están en buenas manos y ante la rotundidad de ese juicio, cualquier político sensible reaccionaría y buscaría formulas para tratar de hacerse entender y de llegar al Juan Español que no forma parte de mareas, ni columnas, pero que quiere que el que manda le cuente la verdad de dónde estamos y le explique no solo por qué hemos llegado hasta aquí, sino cómo vamos a salir, cuándo va a llegar ese momento, cuántos pelos nos tenemos que dejar en la gatera y cómo va a ser la España de 2020. Y todo eso mirándoles a los ojos.
No es mucho pedir, simplemente que haga lo que se comprometió a hacer cuando, recién nombrado presidente, declaró a la agencia EFE aquello de que: "Aquí hay un presidente del Gobierno que va a dar la cara, que no se va a esconder ante la crisis económica". Exactamente todo lo contrario de lo que ha hecho hasta ahora -que dicho por lo breve y lo directo- ha sido despreciar e ignorar a quienes están sufriendo lo más duro de la crisis.
Nadie oculta que dar la cara ante los ciudadanos de vez en cuando, no es necesariamente perjudicial, aunque sin duda suscitaría las críticas acerbas de quienes están aquí para eso y viven de eso.
Viene en los libros, en las primeras páginas, que gobernar es asumir riesgos y el mayor riesgo y también la mayor honra es sentarse en la mesa camilla de los españoles y contarles porqué se hace una reforma educativa, porqué se regala dinero al sistema financiero, porqué se suben los impuestos, porqué se diferencia a las distintas comunidades autónomas, porqué, porqué, porqué... Nadie sabe qué piensa el presidente del gobierno de la mayoría de las cuestiones que acogotan a los ciudadanos, lo que convierte a Rajoy, cada vez más, en un perfecto desconocido para sus votantes y los votantes de enfrente.
No es cuestión de apropiarse de la fórmula Maduro o Chávez de uso de la televisión, pero llegados al punto al que hemos llegado, fiarlo todo a que la recuperación venga de fuera antes de 2014, es tanto como jugar a la ruleta rusa electoral, aunque éste sea un asunto tangencial cuándo de lo que se está hablando, de lo que se trata, es de que un país recupere un sentimiento de dignidad que hoy lo tiene menguado y que solo recupera cuándo alguno de sus deportistas gana.
Repasando la fraseología del presidente del gobierno que ha destinado a los ciudadanos españoles, esta está repleta de expresiones intercambiables que valdrían tanto para un roto como para un descosido y eso cabrea, al menos, a quienes van dirigidas.
Decir con la que está cayendo que las comunidades autónomas tendrán que hacer un "mayor esfuerzo"; que ahora "hay que pisar el acelerador"; que las reformas están pensadas "para ganar el futuro y despejar el horizonte de la economía, y el deber del Gobierno es consolidarlas"; que "España saldrá fortalecida de la crisis y volverá a la prosperidad"; que "desde el principio advertí de que la recuperación no iba a ser fácil ni rápida", "destruir es muy fácil y construir es muy complicado", "yo sé dónde voy y lo que se ha que hacer" o que "en política uno no siempre consigue lo que se propone", es lo que ha llevado a Rajoy a no merecer la confianza de una inmensa mayoría de españoles y a recibir un cate de grandes proporciones. Y de nada vale que al de enfrente le vaya peor, pero si eso les hace felices, pues adelante.
Para bien o para mal, este país ha cambiado y sigue cambiando y aunque duela, lo que menos cambia es "la clase política". Rajoy, de quien se dice que terminará sus días sin haberse bajado del coche oficial, tiene la oportunidad de modificar el rumbo y, olvidándose de los figurones de la comunicación, salir y dirigirse a los ciudadanos para decirle: "Hola, posiblemente vaya a perder las próximas elecciones, pero necesito compartir con ustedes lo que le pasa a España".
Ignorar que la comunicación es uno de los valores más determinantes de un político es una temeridad, aunque uno haya llegado a presidente sin prodigarse ante los medios de comunicación, recurriendo a fintas a los periodistas, ejerciendo de gallego o directamente compareciendo ante la prensa sin aceptar preguntas.
Aunque no esté en los libros de texto, explicar a la ciudadanía las razones y sinrazones por las que se les está pidiendo enormes sacrificios, es una acción básica que está en la hoja de ruta de cualquier presidente de gobierno. Que tras casi año y medio en la Moncloa no lo haya considerado conveniente, le está pasando factura, aunque eso es lo menso importante.
Difícil determinar si Martínez de Castro, secretaria de Estado de Comunicación y gallega como su jefe, ejerce de profesional de la comunicación o de chaman de un selectivo colectivo de futuro incierto. Tener la posibilidad de cambiar las cosas, sólo se tienen unas pocas veces en la vida y ésta es un de ellas.
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