VALENCIA. El fin de semana pasado un amigo me llamó para ir al cine por la noche. La llamada sesión golfa. Tras un intercambio de preferencias de género, actores y sinopsis previamente consultada, nos decantamos por Blue Valentine. Un drama sobre el intento desesperado por superar una irrevocable crisis de matrimonio. Antes de entrar a la sala el olor a palomitas me atrae como un imán a la cola donde las venden arrastrando a mi amigo sin opción. Aún noto como el durum kebab que he cenado abarca poderosamente mi estómago sin tregua a dejar acceso a algo más pero me resulta impensable colocarme frente a la gran pantalla sin agarrar un cartón popcorn.
En el interior de la sala elegimos sentarnos en la fila del medio bastante centrados. Yo me desabrocho el botón del pantalón y mi amigo coloca sus piernas sobre la butaca vacía de enfrente a pesar de mis reprimendas. Antes de oscurecer distingo a varias parejas en los laterales de la sala. Dos filas delante un chico y una chica se susurran algo al oído y se besan cariñosamente sin separar sus cabezas. La pantalla cobra vida. Los allí presentes nos fundimos a negro. También lo hacen los pegajosos de enfrente.
El sonido emerge potente a través de los altavoces. Yo me acomodo aún más dispuesta a entrar en la historia que me van a contar. Un tándem encadenado de acciones que desde bien pequeña tengo interiorizado y he asumido como una emocionante rutina los días de ocio. Examino mi alrededor y noto el ambiente caldeado. En total penumbra, las hormonas se alteran y los allí enamorados trenzan sus cuerpos en uno. Difuminando sus líneas, completamente enroscadas, imposibles de definir.
"¿Estás pensando lo mismo que yo?" me pregunta mi amigo dirigiendo su mirada a una pareja situada en el lateral absolutamente enraizados. "Me da que estos no se van a enterar de la misa la mitad", le respondo en voz baja con una sonrisa cargada de complicidad. Así, mientras unos y otras dan rienda suelta a una paralela película de romance, yo me centro en la que tengo delante.
El torbellino de sensaciones, creado a través de las miradas y diálogos de unos portentosos Ryan Gosling y Michelle Williams es abrasador. Empatizo al instante con la proyección. Habla de la vida real: la erosión del amor. Imagino a parte de ese público tontorrón de la sala años después en un matrimonio quemado por el tiempo y menos sobón. Sentados a la hora de cenar sin nada que contarse. Durmiendo en un mismo colchón pero abismalmente separados en su corazón. De repente me entran unas irresistibles ganas de advertirles de un futuro en pareja lleno de complicaciones. Momentos en los que deberán ser fuertes y sinceros con sus emociones.
Tengo que aprender a controlar ciertos impulsos pero bien es cierto que tras una apasionante sesión fílmica a veces me resultan imposibles de frenar. Recuerdo estar a punto de comprarme un billete a Tokyo y dejar mi cuenta en números en rojos por culpa de Lost in Translation. La cinta me produjo un inevitable interés por conocer cada esquina de una ciudad que Sophia Coppola nos presenta como un lugar mágico, donde las personas se encuentran de la forma más humanamente posible.
De pequeña también me entusiasmaba cada estreno nuevo de la saga Indiana Jones. En verano me empeñé en tener un detector de metales con el que jugaba con mi hermana a desenterrar tesoros escondidos en la playa sintiéndome absolutamente heroína de unos hallazgos que no superaban el valor de monedas de cinco pesetas.
O aquel inolvidable verano en el autocine de Jávea en el que me besaste por primera vez con el pretexto de ir a ver no me acuerdo qué película de no sé qué director.
De forma más visceral, homenajeo al personaje judío interpretado por un simpático Roberto Benigni en La vida es bella elevando el grito de "¡María las llaves!" cuando voy a casa de mi amiga Mariola que vive en un primero. Qué maravillosa sensibilidad pese a narrar algo tan desgarrador. Con la mente más perversa, tampoco puedo evitar imaginar salvajes orgías en las elegantes fiestas organizadas clandestinamente en el interior del lujoso Westin coincidentes a la filmada por Kubrik en Eyes Wide Shut. Algo con mayor calado me ocurrió cuando era adolescente con Entrevista con el vampiro, cinta que despertó mi curiosidad por el Drácula de B. Stocker y como resultado mi primer relato corto en el género de terror.
Guardaré eternamente en un lugar privilegiado de mi memoria todos estas vivencias. Todas estas sensaciones que sólo una sala es capaz de regalar. Comerciales, en versión original, de autor. No importa mientras la pantalla nos traslade a otros mundos, evada nuestras mentes o suponga para algunos de nosotros importantes revelaciones existenciales.
Acudan al cine y no me sean piratas pues únicamente ahí, sentados en confortables butacas, uno encuentra el placer de momentos fantásticos, fugaces y únicos de forma inmediata. En un contexto limitado, con poco margen para la creación y donde la palabra rescate impera sin recate, perder algo así sería un disparat.
Muchísimas gracias por sus comentarios. Me parece apropiado defender algo tan auténtico en una época en la que precisamente, esa "autenticidad" de lo verdadero, se está perdiendo. En cuanto a lo de que me parezco a Pocahontas gracias, pero ya me gustaría a mí ser ella y vivir en medio de la selva (aunque sea por un tiempo, que yo soy más ciudad)
Querida Carla, Me ha gustado mucho tu post de hoy, las salas de cine siempre han sido mágicas para mi, si estaba triste elegía comedia y la salida el humor había cambiado y que decir de un buen melodrama, llorar a moco tendido o una de acción... Y comer palomitas y aveces hasta dar un beso o una cabezada. Ayer fui con mi marido al cine sería por la crisis o por el fútbol. Éramos cuatro en la sala. Me fui tristona a casa. Cada vez quedamos menos. Un abrazo
Me ha gustado mucho tu articulo. Cuando lo estas leyendo puedes facilmente oler las palomitas, la incomodidad de los asientos, la emoción de una pelicula, el mirar de reojo a tu pareja para espiar que hace...la espera de la salida para comentar .. Echo de menos algún comentario sobre Pocahontas. Tu te pareces. Sigue así. Me encanta!
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