VALENCIA. El relevo del número dos del Santander ha sido el notición de la semana pasada, una buena semana para hacer una operación de calado, justo después de presentar los resultados y en vísperas de un macropuente en Madrid, allí donde hacen trajes a medida sin ir al sastre. Alfredo Sáenz llegó a Banesto el día de los Santos Inocentes de 1993 y se fue del Santander el día de Santa Cristina de Siena, doctora de la Iglesia, justo a esos a los que se encomendaba cuando no quería responder a una pregunta. Doctores tiene la Iglesia, repetía.
Alfredo Sáenz, que se ha ido empujado por una condena en acto de servicio para el Banco de España (para él trabajaba cuando Banesto persiguió hasta el juzgado a unos clientes morosos) se ha ido prestándole el último servicio: evitarle tener que decir si era honorable o no para ser banquero, cuando tiene probablemente la mejor hoja de servicio de la banca española, de servicio al país por lo menos, además de a los accionistas privados. La gestión de Sáenz en Banca Catalana ahorró un montón de millones a las arcas públicas y muchos más con su manejo de la crisis de Banesto, que hubiera acabado como Bankia si no es por él y el dinero que ocho meses después puso el Banco Santander.
Emilio Botín y Alfredo Sáenz supieron manejar los tiempos para que el final del banquero vasco fuera con honor. La alternativa era que fuera expulsado por un acto administrativo del Banco de España o que éste le hubiera sellado el visado de banquero pero con un coste de imagen incalculable para el supervisor bancario, que no anda precisamente sobrado de capital reputacional.
La salida de Sáenz pilló por sorpresa, aunque rondara los mentideros de la capital, pero lo que sin duda cogió a todo el mundo con el pie cambiado fue la elección de Javier Marín como sustituto. Esto forma parte de las habilidades de Botín, que no acostumbra a hacer lo que el rebaño espera. Eso sí, la sorpresa no se ha tornado en desaprobación, al contrario. El Mundo, el periódico más crítico con cualquier cosa (lo mismo da la Monarquía que Mouriño) dijo en su editorial que Javier Marín es "una persona con gran prestigio en el sector".
El medio que se ha mostrado más reticente es Financial Times, cuyo corresponsal en Madrid, Miles Johnson, confunde su desconocimiento con el de Marín. Es curioso que presente a Marín como una persona poco conocida entre el empresariado español, cuando a buena parte de ellos los ha tenido como clientes en Banif, donde gestionaba sus patrimonios, el de Amancio Ortega por ejemplo. Otra persona muy desconocida, ¿cuántos pueden decir que han estrechado la mano del dueño de Inditex? Inesperado, sí; desconocido, para nada.
El periódico británico, que ya protagonizó un amplísimo reportaje sobre Botín, del que Tendencias hizo su análisis, acostumbra a leer cualquier cosa que pasa en el Santander en clave familia Botín. Así, dice que el nombramiento de Marín refuerza a Emilio Botín, cuando meses atrás decían que Botín hacía lo que le daba la gana en el banco. Entonces, ¿para qué reforzarse? Por supuesto, el colofón es que Ana Botín sigue esperando su turno. O no, que diría Mariano Rajoy.
Pero el gran reproche que se le ha hecho a Marín es que carece de experiencia en banca retail, algo que su pasado en Banif desmiente. Pero en todo caso, supongamos que es verdad, que después de 23 años en el Grupo Santander su experiencia es cuestionable, miremos alrededor. ¿Cuál era la experiencia bancaria de Francisco González cuando fue nombrado en 1996 presidente de Argentaria? ¿La de César Alierta, cuando fue nombrado presidente de Tabacalera, primero, y de Telefónica, después? ¿La de Pablo Isla cuando le nombran consejero delegado de Inditex? La lista es enorme, a la que también aplica el actual consejero delegado de BBVA, que casi echa los dientes en Argentaria y BBVA, pero nunca llevando la red. ¿Y?
Los que conocen cómo se mueven las cosas en el Santander, cómo piensa Botín, valoran que Javier Marín es, desde luego un hombre de la casa, un ejecutivo que tiene ideas propias, que no se casa con nadie, que no hace camarillas entre los ejecutivos y que está enfocado a solucionar problemas, no a crearlos. Es curioso que algunos con el fin de afear el mérito hayan colocado a su padre como secretario del abuelo de Ana Patricia Botín, cuando en la vida trabajó en banca.
Si se revisa su trayectoria sin ánimo destructivo uno puede encontrar que supo crear el primer banco privado de España, que cuando vino la crisis se encontró que una parte de sus clientes había comprado productos que tenía subyacente bonos de Lehman (y les dio una solución) y que poco después se echó en sus hombros el problema que había generado la venta de producto vinculado a Madoff en el Grupo Santander, así como el cierre del fondo inmobiliario.
Pero Marín nada tuvo que ver con la generación de productos Madoff, que se hizo desde Optimal en Suiza por ejecutivos que no dependían de él (¿Manuel Echeverría?), ni de la gestión del fondo inmobiliario, que tampoco estaba bajo su órbita. Sin embargo, aunque no participó en la generación del problema fue parte activísima en la solución y eso es lo que valora especialmente Emilio Botín, su capacidad de encontrar soluciones a problemas donde otros sólo encuentran culpables.
La discreción con la que se ha manejado Javier Marín durante sus más de 20 años en el Santander se convirtió para unos pocos en una ausencia de perfil. No es para preocuparse. A Alfredo Sáenz tampoco le importaban mucho esas opiniones y al igual que él, Marín es una persona enfocada al delivery, a entregar soluciones, a ejecutar. Lo veremos.
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