VALENCIA. El sistema financiero de la eurozona compuesto por 17 supervisores, 17 fondos de garantía de depósitos y 17 sistemas de resolución bancaria, ha experimentado una convulsión sin precedentes en los últimos cinco años, llevando al ánimo de muchos gobiernos -especialmente del sur- que así no se podía continuar.
Por eso, en junio del pasado año, los jefes de Estado de la UE pactaron la creación de la Unión Bancaria, un proyecto de regulación única de los bancos por parte del BCE, que hoy sigue encallado por una intransigente posición de Alemania, perjudicando sobre todo a España y a otros países del sur de Europa, que sufren un elevado sobreprecio para poder financiarse.
El desesperante retraso en poner en marcha una decisión adoptada hace casi un año, es la razón fundamental por la que ha dejado de funcionar el mecanismo de transmisión de la política monetaria del BCE, lo que se traduce en que los países del centro y del norte de Europa se financian a tipos de interés casi regalados, mientras que los países de la periferia, como España, después de varios años de sacrificios de todo tipo y pese a usar la misma moneda, hayan estado pagando entre el 4% y el 5% anual en emisiones de bonos a 10 años.
Algún día alguien tendrá que hacer cuentas sobre lo que está costando al proyecto de construcción de Europa la reelección de la canciller Angela Dorothea Merkel, nacida Angela Dorothea Kasner, que toma decisiones como si la construcción de Europa fuera una cuestión exclusiva del país que dirige.
Pese a lo razonable del proyecto y a las causas que conducen a él, de poco están valiendo las reiteradas exigencias del FMI, del G20, del presidente de la CE, Barroso, o del ministro español de Economía y Competitividad, de Guindos, urgiendo un empuje final a la Unión Bancaria como fórmula para poner fin al principal obstáculo para el crecimiento económico en Europa, especialmente de los países periféricos.
Ahora Alemania, a través de su ministro de Finanzas, Schaeuble, ha puesto sobre la mesa un nuevo elemento dilatorio que alguien podría calificar de filibustero, al señalar que la Unión Bancaria exigirá cambios en el Tratado de Lisboa con objeto de permitir normas comunes sobre el cierre de bancos con problemas, lo que se traduciría en un retraso considerable del proyecto cuya puesta en marcha es considerado como urgente por casi todos, menos por quienes gozan de una financiación privilegiada: "Si queremos que haya instituciones europeas, necesitamos un cambio de Tratado", afirma el ministro alemán.
Una forma elegante de decir "nein" a un proyecto de unión sobre el que Alemania siempre ha mostrado reservas al entender que sería dar un paso hacia la recapitalización directa de los bancos por parte del nuevo fondo de rescate o fondo de garantía de depósitos conjunto de la zona euro, algo que el gobierno alemán teme pueda obligarle a afrontar la factura de la concesión imprudente de créditos llevada a cabo por bancos extranjeros.
La Unión Bancaria, en opinión de la propia CE, solo es un pilar más en la construcción de la Unión, que obligaría en pasos siguientes a una unión presupuestaria en la que la Comisión tendría más poderes a la hora de controlar las políticas fiscales y presupuestarias de los estados miembros. Ello permitiría a Bruselas pedir ajustes de las cuentas o recomendar hasta un rescate, para mantener la estabilidad de la eurozona, lo que facilitaría, a su vez, el pacto fiscal europeo para limitar el déficit estructural al 0,5% del PIB.
Lo que está en juego es la construcción de la Unión Europea y la Unión Bancaria no es sino un paso más en ese proceso que podría culminarse con la gestión integrada de la deuda soberana, lo que permitiría poner en marcha los tan debatidos eurobonos.
Pero Alemania no está por labor y por ahora está imponiendo su personal concepción de la construcción de Europa y defendiendo la austeridad como la única forma para salir de la crisis.
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Post-it.
Unión Bancaria. Proyecto que busca mejorar la confianza en la solvencia de los bancos, especialmente de la periferia, lo que permitiría a las entidades financiarse más barato, aunque también persigue que sean los accionistas y los acreedores los que paguen la quiebra de un banco, y no los contribuyentes.
Los elementos principales serían:
-Normas y condiciones comunes europeas, aunque flexibles, sobre la cantidad de capital que los bancos deben poseer.
-Supervisor único bancario de la UE, con supervisión directa de los grandes bancos y de los bancos que operen en varios países, para hacer que se cumplan las normas y comprobar el control de riesgos. En la actualidad, el BCE no tiene capacidad de supervisión, aunque financia y emite moneda. Poner en la misma línea la financiación y la supervisión del sistema financiero en Europa reducirá el riesgo de contagio ante hipotéticas crisis futuras en la banca.
El BCE supervisaría las 150 entidades de crédito más grandes, de las 6.120 existentes en la eurozona, pero que suponen cerca del 80% de sus activos bancarios totales. Las entidades restantes serían supervisadas por el denominado Eurosistema (conjunto del BCE y de sus bancos centrales nacionales)
Quedarían fuera las 1.885 entidades de crédito alemanas, que seguirían siendo supervisadas por su organismo federal; las 315 entidades de crédito finlandesas que seguirán siendo supervisadas por su agencia estatal y las 759 entidades de crédito austriacas supervisadas por la agencia estatal. Sin embargo, la EBA establecerá reglas únicas de supervisión (SRB), de aplicación obligatoria por todos los supervisores.
-Normas comunes para evitar quiebras de los bancos y para intervenir cuando un banco tenga problemas financieros, antes de recurrir a rescates financiados por los contribuyentes
-Sistema único de garantía de depósitos para proteger a los depositantes en cualquier banco de la UE donde tengan ahorros e inversiones y fortalecer de paso la confianza en el sistema bancario. El gobierno comunitario impondría la mutualización de los fondos para los bancos transfronterizos con el objetivo de compartir la carga y obligaría a los fondos nacionales a prestarse entre sí.
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