VALENCIA. Un golpe de suerte puede terminar, según se mire, en un infortunio fatal. Me explico. Justo antes de cerrar el ordenador e irme a dormir, la otra noche me llega a la bandeja de entrada de Facebook un mensaje de mi amigo Alberto: "Me ha dicho que la renuevan y le suben el sueldo. Ya no puedo más, la dejo". A pesar de cargar con unos párpados como plomos consigo contestarle: "Mañana. Horchata para llevar, Albufera y reflexiones a mi vera". Entonces, un pensamiento aterrador se apoderó de mí: ¿Nos habremos acostumbrado tanto a una alternativa de vida nociva que las buenas noticias de antes ahora nos producen reacciones coactivas? Y de repente todo se fundió a negro.
Al día siguiente, sentados en una duna frente al mar, apuro al máximo el último trago de horchata mientras escucho atenta la historia de Alberto. Me cuenta que siempre la apoyó pero que la distancia ya no es soportable. "Un año más con una relación por Skype no es viable. Necesito una pareja tangible. La falta de proximidad me pone muy sensible y prefiero cortar antes de cometer un daño terrible".
Alberto, como cualquier treintañero de deseo sexual exacerbado, hastiado de una conexión tecnológica y de besos pixelados que imponen las relaciones a distancia, reclama recuperar el piel con piel, el lenguaje directo, el placer espontáneo del "aquí y ahora, cuando el cuerpo quiera". Y no le culpo. El juego del goce está instalado en la base irracional de lo biológico.
La frialdad de los dispositivos cibernéticos y los kilómetros entre sábanas amenazan la pérdida de intensidad del compromiso entre dos enamorados empujándolos al aturdimiento carnal. Hacia el abismo de una pasión incontrolable. Más humana. Menos informatizada. Menos emocionante al fin y al cabo.
A mí me parece una pena pues el pensamiento lógico y la fuerza de voluntad espiritual para conservar un romance lejano, en la mayoría de casos y como el aquí describo, acaba sucumbiendo a las tentaciones de las bajezas terrenales, más palpables. Sobre todo, porque jamás pensé que la intromisión legítima de un trabajo decente arrastrara a Alberto al precipicio del desconcierto. A la ruptura de años de entereza de unos lazos sentimentales, aunque distantes, tolerantes y sólidos. Alberto conocía los nombres y apellidos de su enemigo: "Estabilidad laboral en el extranjero".
María, como se llamaba la novia de Alberto, le informó hace dos años que se marchaba a Senegal a ejercer de periodista. Desde que acabó la carrera María soportó todo tipo de trabajos precarios. Un día le llegó al correo una oferta desde África como coordinadora de prensa para la organización benéfica SOS Children's Villages. Ante unas pésimas circunstancias laborales que ella no había elegido, presentó su solicitud. Entendió que su responsabilidad de acción en esta crisis no podía ser únicamente la de lamentarse. Contra todo pronóstico la contrataron. Contra todo pronóstico tras varios años cobrando en negro, por fin iba a cobrar en blanco, en Dakar.
María, a diferencia de muchos jóvenes de nuestro país que formamos el conjunto de lo que llaman "Generación Perdida", decidió abandonar el lema que muchos otros cantamos titulado: "Suerte que tengo a mis padres". Para María el detonante de reacción fue considerar que sí existía un trabajo acorde a su nivel. Una oportunidad para cumplir sus propias expectativas y no las de otros.
Alberto apoyó su decisión, y a pesar de compartir su inusual felicidad laboral durante un tiempo, se le agotó la paciencia de esperar. Esperar a que vuelva al país de la inconsecuencia. Alberto es más así. Impaciente. En la práctica, en su vida sentimental. En teoría en su vida laboral. Quejica por llevar años sin cotizar aunque con poca capacidad de reacción a cambiar su estado salarial.
Un supuesto luchador de manual en unos tiempos de calvario donde el gobierno, con suerte, le alarga hasta los 40 obligaciones de becario. Es lo que tiene adoptar hoy en día un carácter sedentario. Por el contrario, María forma parte de esa minoría nómada con otra mentalidad. La de emigrar para evolucionar. A todos/as los/las Marías de este país ¡Buena suerte!
Querida Carla....¡¡¡¡ que duro debe ser tomar la decisión de "las Marias" , pero creo que hoy en día y siendo joven , es otra opción más ....una decisión valiente y responsable ...MUCHA SUERTE PARA TODOS...¡¡¡¡¡¡¡...besoos...
Querida Carla, yo tengo dos Marías en mi familia, de hecho una de ellas lee su tesis doctoral en la universidad Humboldt de Berlín, el próximo día 1. Su ausencia me pesa, te lo puedo asegurar, pero creo que será así por muchos muchos años. Somos carne de skype, Facebook... Besos grandes y gracias como siempre
Buenos dias: "a todas las Marias,Francisco,Pedro,Luisa,Laura que resuelven sacrificar sus origenes en busqueda de una oportunidad mis mejores deseos,Hice lo mismo con 24 años y no me arrepiento.Su artículo de hoy es "la vida misma" como el "enterarme" cenado con mi hija que "asalta cuna" es un termino conocido por los jovenes y utilizado coloquialmene ¡como se nota¡ que ,en algunas cosas hemos perdido el tren de los terminos actuales.- Un saludo y¡ bien por promocionar la horchata¡ Alejandro Pillado Marbella 2013
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