VALENCIA. Como cada año, el exilio fallero, con la resignación y tristeza de tener que abandonar forzosamente mi casa, mi barrio y mi ciudad. Ante la imposibilidad manifiesta de conciliar el sueño cuando hasta las ventanas del dormitorio retumban con la canción con la que han decido amenizarnos la noche, decido hacer las maletas y marchar hacia latitudes donde se respete el descanso ajeno.
Fruto de largos años de adaptación a un medio agreste, no podemos cerrar los oídos, que nos mantienen alerta ante cualquier riesgo cercano. En materia musical, las canciones verbeneras a todo trapo son lo más parecido al peligro contra el que se adaptaron nuestros sentidos en las cuevas de la prehistoria, e imitando a nuestros ancestros, huyo despavorido sin mirar atrás. Hace años que repito la misma rutina y casi he desistido en mi intento de entender las razones por las cuales la diversión implica nocturnidad y decibelios, cercenando el descanso y la movilidad de sus vecinos.
Al igual que en política económica, el poder de los grupos de presión es claramente asimétrico y suele favorecer a pequeños grupos organizados con intereses claros y definidos. Es cierto que mi interés por el descanso es vago y difuso. En mi profesión, la falta de descanso no implica demasiado riesgo físico (aunque supongo que a nadie le gustaría que le operara un cirujano que no ha podido pegar ojo en toda la noche). Tampoco represento unos intereses económicos claros para la ciudad ni represento a nadie más que a mí mismo cuando revoloteo en la cama.
Por otra parte, la incomodidad ciudadana no constituye un problema claro de índole económica, que incluso ve incrementada su actividad en ciertos sectores en estos días. El sector hostelero agradece indudablemente la afluencia de turistas mientras el resto espera con paciencia la vuelta a la normalidad.
Sin embargo, la prevalencia por un tipo de festejo revela nuestras preferencias como ciudad: fiesta, ruido y turismo por encima de otras consideraciones socioeconómicas como la productividad laboral. Preferimos disfrutar de unos quince días de cortes de calles, música, verbenas y fiesta a costa de un normal funcionamiento urbano. Como ciudad, aun no hemos sabido encontrar un encaje adecuado entre fiesta y trabajo. Como sociedad, no hemos encontrado una fórmula de convivencia normal entre vecinos más allá del exilio.
A nivel económico, la cuestión verdaderamente preocupante es la inversión que se incentivan con estas preferencias. Mientras en los bajos de nuestra ciudad proliferan servicios relacionados con el ocio (hoteles o bares), otro tipo de otras actividades (tecnología o finanzas) no encuentran unas señales de demanda tan clara. No debemos sorprendernos por tanto de la estructura económica valenciana cuando como sociedad urbana manifestamos tan nítidamente nuestras preferencias por la fiesta.
hablar sobre "la ciudad" en Valencia es tiempo perdido. Parece que no le interesa a nadie. Quizá se hace, raramente, desde La Universidad. Poco más. Y si encima se roza el tema Fallas, qué vamos a decir! A pesar de que sus reflexiones me parecen demasiado light, gracias por el artículo! Que vengan más.
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