VALENCIA. En el ámbito mundial, los españoles somos los mejores en una cosa: el fútbol. Y los peores, e indiscutiblemente, en otra: el aprendizaje de idiomas. Según varios estudios, España se sitúa a la cola de los países europeos en el dominio de lenguas extranjeras. Además, hoy en día un candidato sin el conocimiento de otra lengua, más que la suya, se queda fuera de inmediato en una oferta de trabajo.
En el pasado, un idioma era un suplemento atractivo en el currículo, en el presente, algo que se da por sentado y que, por supuesto, debe hablarse en nivel avanzado. Y así es como me convenció mi amiga Paula a asistir a una sesión de tándem. El método consiste en contactar con una persona de otro país para mantener conversaciones en cada una de nuestras lenguas maternas.
La idea sonaba interesante: con pocos euros para viajar al extranjero, la oportunidad de conocer a un nativo con el que practicar de forma altruista resultaba tentadora. Y más aún, cuando para mi sorpresa, el encuentro de la reunión se iba a producir en un pub estadounidense llamado Portland, situado en pleno bullicio de la juerga valenciana. Fui consciente entonces que con la llegada de la crisis, aprender inglés ya no era terreno exclusivo de las academias, sino que ahora lo era también de los bares.
"Muy spannish. No pagas, ambiente relajado y, si no te gusta, no vuelves" aprobé sumergiéndome en el interior de una masa de rostros pecosos, enrojecidos y con olor a fragancia de eau de cebada. Un pub de copas que intercambiaba a las habituales señoritas Rotenmeyers de las aulas, por vikingos británicos otorgando al espacio, además de su función ociosa, un lugar para una interacción jugosa.
En una lista se indicaba el nombre de nuestras respectivas parejas. La mía era un tipo alto, de piel pálida, ojos dorados y cabello desordenado llamado Michael. Si los vampiros existieran no había duda que la naturaleza física de ese chico le había beneficiado con las cualidades prodigiosas de la familia Cullen. Eso me estremeció.
Y, si fuera por la casualidad con la que dota también a algunos varones con el mismo nombre en ciertos atributos masculinos (como la exhibida en "Shame" por la proporcionada anatomía del actor irlandés Michael Fassbender), yo me proclamaba delegada de tándem y precursora oficial de San Patricio, día nacional de la isla.
Y esa idea me ruborizó aún más. Frente a frente comenzamos a hablar en su lengua. Con frases made in Spain como "Cuando estoy overbooking me gusta hacer footing" o "I like to go shopping, la ropa trendy pero not very fashion", conseguí salir del paso, perder la vergüenza y, aún mejor, entenderme. O eso percibí ante su repetitivo asentimiento de cabeza. A mi amiga le pasó lo mismo. Curioso.
De camino a casa, ambas paseábamos con una sonrisa dibujada en la cara. La novedosa expresión facial de nuestros rostros evidenciaba una suerte de inesperada satisfacción. Las comisuras de nuestros labios no mentían. No en una época en la que es tan complicado curvar esa parte del rostro habitualmente estática. Y sabía el por qué. Un por qué doloroso, la verdad.
Dialogar cuando la lengua nos es ajena y establecer un grado aceptable de fluidez comunicativa en un país coronado por políticos que hablan, tanto de un color como de otro, infinidad de idiomas, todos ellos, indescifrables para la sociedad, se torna alentador. En un mismo territorio donde las palabras "corrupción" y "política" conviven con demasiada frecuencia y que la RAE podría justificadamente concederles el grado de sinonimia, el intento por dominar otro habla distinto al español me produce sosiego.
Mi reacción más inmediata tras la citada fructífera sesión no fue otra que la de querer abandonar mis raíces. Una decisión dramática pero irrevocable. Pues tanta variedad de dialectos corrosivos, mensajes venenosos y coloquios unidireccionales me aleja a disgusto de mi identidad, atraída como un imán, hacia los polos opuestos en busca de resguardo. Aparentemente más honestos. Quizás porque no los entiendo. Quizás porque el inglés, francés o alemán suenan mejor.
Tampoco se escapan de hablar marciano otros personajes susceptibles de la opinión pública. No hace mucho fuimos testigos en la gala de los Goya de infinidad de voces estridentes. Debe ser que cuando dejas de ser del montón y frente al micrófono sitúas el mentón, se tiende a una curiosa incontinencia verbal sinsentido.
Unos defendieron a bocajarro la causa palestina (cuando sus hijos nacen en hospitales fundados por la comunidad judía), otros elevaron desafinados cánticos en contra de los desahucios (pero eligen para vivir exclusivas urbanizaciones en los alrededores de Madrid) y unos cuantos más, protagonistas en campañas contra la tortura de galgos son ganadores de la cabezona estatuilla a la mejor interpretación en películas que son una oda a lo taurino. Insisto, composiciones léxicas poco trabajadas, incoherencia cómica, sin finura. Un concierto sonoro de graves y agudos hasta la tortura.
El estudio que comentaba al principio lo afirmaba: los españoles somos vagos con los idiomas. Y es cierto. La incongruencia verbal nos define a los españoles como los holgazanes por excelencia. En cuanto a mí, incapaz de ser políglota e irme a vivir a otra región, exijo con urgencia el dominio de mi lengua. Reclamo ante el abundante barullo acústico, mayor profundidad, depuración y elevación en los discursos de los miembros (y miembras) que nos representan en el terreno del entendimiento.
Discursos que en lugar de sanar nos convierten en una masa con síntomas hipocondríacos y malestar cardíaco. No me gusta sentarme frente al televisor y necesitar de la traducción cuando aquellos que tienen la oportunidad de reivindicar no son coherentes de corazón, y como consecuencia, no alcanzan ningún tipo de negociación.
Busquemos "La Voz" (no sólo es responsabilidad de Bisbal, Melendi, Malú o Rosario). Esa que debe ser hiriente pero no vehemente. Esa que lejos del "todo vale", cale contundente. Esa que lance un torrente de palabras ácidas, empáticas, demoledoras, surgidas de una población única, sólida. Quizás lo que pido es "lo imposible".
Carla, me reconozco un poco taruga con lo idiomas, voy a buscar la dirección del bar, igual me dejo caer por allí!! Con respecto a lo de las reivindicaciones, creo que tienes buena parte de razón. Esas personas destacadas dan voz e imagen a movimientos y causas muy loables, pero luego comulgar y practicar esas causas, ejercer ya es más complicado. Ser imagen es una cosa pero vivir en carne propia, es otra bien distinta. Abrazos!!!
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