VALENCIA. Nunca antes fui tan feliz al escuchar la molesta y estridente melodía del politono de mi móvil a la hora de la siesta. Sucedió hace unos días a las 15.53 horas de la tarde. La voz grave de una desconocida al otro lado de la línea me soltó lo siguiente: "¿Es usted Carla?". "Sí" contesté seca y a punto de colgar al pensar que era una de esas operadoras telefónicas que llaman a horas prohibidas. "Hemos recibido su CV y creemos que puede encajar en el perfil de comercial que nuestra empresa necesita".
Y así, y con el corazón a punto de estallar, me puse a brincar y compartir mi felicidad en el muro de todos mis amigos de Facebook, Twitter y grupos de Whatsapp. Tras 45 minutos de indescriptible emoción, al darme cuenta de las serias dudas que repentinamente resonaban en mi cabeza, surgió la desazón: "¿En qué consistiría una entrevista de trabajo?". Gracias a la inmediata consulta de algunas películas de comedia romántica americana, la Wikipedia y a conocidos que alguna vez formaron parte de ese proceso del que tenía costumbre antaño la historia del ser humano, me pude hacer una idea de lo que se entendía por entrevista de trabajo.
Me puse manos a la obra. Lo primero era aparentar buena presencia. Abrí mi armario repleto de ropa sport y colecciones casual de temporadas pasadas de invierno fieles a la económica, ya no tanto, Inditex. Nada formal. De repente y como una aparición se asomó ante mí, imponente, el perfecto conjunto. Una americana gris de raya diplomática a juego con una falda de tubo del mismo color y una camisa blanca que solía usar hace años como azafata de eventos.
Cinco minutos después, frente al espejo y sin poder mover ni un solo músculo de mi cuerpo embutida en aquella minúscula falda, no había duda, me había metamorfoseado entre una especie de mujer fatal a lo Sharon Stone en Instinto básico, sólo que con una sugerente tripita que no me dejaba cerrar la cremallera, y una poderosa Ángela Merkel, aunque con el desconocimiento de a cuánto cotiza el bono alemán.
Antes de que el conjunto se adueñara de mí y me convirtiera en una lamentable fusión entre ambas señoras me lo quité para recordarme quién era yo y cómo había llegado hasta ahí. Decidí ponerme algo más cómodo, algo más yo. Llegado el gran día puse en práctica los siguientes pasos. Los más inmediatos: ser puntual y mantener la calma. Así pues, cinco minutos antes de mi hora y segura de mí misma me presenté a la cita.
En la sala de espera, seis pares de ojos asesinos me escanearon de pies a cabeza nada más entrar. Los candidatos allí presentes competíamos en la misma modalidad (la laboral) y por un mismo premio (dinero, siempre es el dinero). ¿Cómo diablos iba a estar sosegada? Con el único ruido del tic-tac del reloj en la sala, la tensión de aquel ambiente producía descargas. Los cruces de miradas eran fulminantes, las sonrisas más falsas que mi nuevo Marc Jacobs y el ruido gutural al tragar saliva más escandaloso que un tsunami.
La que peor disimulaba era una chica que leía al revés una revista y pasaba las hojas a espasmos. Otros desvelaban su nerviosismo con el traqueteo incesante de sus rodillas. En cuanto a mí, por culpa de la extrema rigidez de mi cuerpo se me durmió en dos ocasiones el pie derecho al que desperté golpeando varias veces contra la pata de una silla. Dolorida, llegó mi turno.
La chica que me acompañó hasta la oficina me ofreció sentarme frente a una señorial mesa de despacho donde no había nadie. Era una trampa. Según la documentación que poseía, la ausencia del gerente de la empresa en ese momento servía para grabar a través de una cámara oculta el comportamiento de su cebo. O sea, yo. Consciente de ello, me acomodé en la silla y permanecí tiesa hasta que apareció "Él". El entrevistador. Figura insigne y blanco del peloteo nacional. "Disculpe, estaba en el lavabo" (¡Ja!, pensé yo). Lo siguiente fue una sucesión de preguntas, a las que atendiendo al manual de la entrevista de trabajo, sólo cabe una forma en el proceder: nunca seas tú mismo.
Para ello, el vocabulario y la destreza en su uso es la clave. A la pregunta, "¿Qué sucedió con su anterior puesto de trabajo?", mi respuesta fue "Tras una decisiva fusión, la empresa sufrió una inapelable reestructuración interna que provocó la invitación a algunos de sus empleados a abandonar la misma" (Traduzco: me despidieron). Sobre, "¿En qué consistían sus funciones?", lo tenía aprendido de memoria: "Mi principal cometido residía en el intercambio del capital, el trato directo con el cliente y ser parte esencial en el proceso de mantenimiento del producto con el fin de hacerlo llegar al usuario en condiciones saludables, según establece la normativa vigente de sanidad, en una importante cadena internacional de hostelería" (camarera de Burguer King).
El interrogatorio continuó por derroteros más embarazosos. "¿Su estado civil?", (¡Y qué le importa!, pensé), "Soltera", espeté (o lo que para "Él" era lo mismo : disponibilidad horaria y geográfica total). Tras una breve pero intensa pausa, prosiguió la inquisición. "¿Qué cualidades la definen?", concluyó. "Ambiciosa, perfeccionista, constante y buena compañera", todo un clásico. Finalizado el polígrafo al que me sometió esa suerte de verdugo hortera con corbata de raso y cadena de oro me fui a casa liberada tras la sensación de haber confesado toda una vida de cargos criminales.
Una vez en el sofá, y pegada al móvil cual prolongación ósea de mi cuerpo, esperé impaciente a su "Ya le llamaremos". Sería absurdo negar que en mi CV, y en cada una de mis respuestas abundaron un sinfín, no voy a decir de mentiras, pero sí de pequeñas exageraciones u omisiones. ¿Acaso es menos cierta la realidad cuando le otorgamos mayor creatividad? ¿Es un pecado adornar un casi a penas inexistente bagaje laboral por culpa de una crisis inmoral? ¿No deberíamos dar licencia al fin sí justifica los medios cuando nuestro objetivo es el de luchar por un salario mensual?
Una cosa es cierta. Aquellos que nos lideran, y a los que supuestamente tomamos como ejemplo, llegaron a la cumbre de su carrera profesional porque en su primera vez con "Él" filtraron cierta información de más en pos de alcanzar una buena posición. No se entiende, si no, esa falta de habilidad en el conocimiento de la lengua de referencia mundial, y tanto a unos y otros, se les ve el plumero cuando chapurrean un inglés de lo más casero. Aún con todo, no es baladí desprestigiar su esfuerzo por disimularlo, salir del paso y crear un nuevo idioma por el que les deberían otorgar en nivel avanzado, ahora sí, un diploma: el spanglish.
Siempre me sudan las manos en las entrevistas, y en ese momento, cuando entra Él, el cuello de la camisa se estrecha cual guillotina. Me ha gustado..., pd: Revista al revés? O de atrás hacia delante?
Muchísimas gracias a todos por vuestra simpatía. Se me olvidó comentar que, sí, me llamaron, pero el sueldo y el tipo de trabajo era una estafa total. Lo seguiremos intentando. Como ya dije en una ocasión: PO-DE-MOS.
Carla me he reído mucho!! Esa ironía recordando a las casi ya inexistentes entrevistas de trabajo, pasando por el casual look, la sala de espera, el análisis del curriculum! Eres muy divertida! Hasta la próxima, no tardes eh! Gracias
Jajajajaja... He pasado un buen rato leyéndote! Muy bueno Carla
muy bueno Carla!!
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