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Teoría de las dos Españas: la de la ficción y la otra

CARLOS DÍAZ GÜELL. 21/01/2013

MADRID. La irrupción del caso Barcenas en la escena española culmina toda una serie de acontecimientos, tan relevantes como preocupantes, que conforman una serie histórica anclada, en su versión moderna, en los comienzos del actual periodo democrático español y que no solo han disparado todas las alarmas y provocado la correspondiente alarma social en su máximo grado, sino que reflejan un serio deterioro de la estructura social española, así como la existencia de una mayúscula ficción que invade todos y cada uno de los segmentos de la vida española.

La sociedad española asiste entre perpleja, indignada y desconcertada a los numerosos acontecimientos que, recurrentemente, afloran y que generalmente están relacionados con la corrupción, la evasión fiscal o la economía sumergida, aunque conducen de forma inexorable a una cada vez más creciente desafección ciudadana hacia los partidos políticos y sus líderes.

Observadores de la realidad española no dejan de mostrar su sorpresa y perplejidad por el estoicismo con que los ciudadanos se enfrentan a este tipo de situaciones y que muy bien pueden responder a la realidad de una sociedad, generalmente conformada sobre unos parámetros de ficción en donde nada es lo que parece.

La cada vez más frecuente aparición de miserias y fraudes al por mayor, en un avance de lo que debería ser y no será, la futura Ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno, empieza a ser recibida por la ciudadanía con una dosis de cinismo que en algún momento será estudiado por los sociólogos, pero que puede reflejar una dolencia más extendida que lo que se pueda pensar.

España, tras más de cinco años de dura crisis económica y con una buena parte de su población fuertemente afectada por recortes y sacrificios, empieza a descubrir lo que hay debajo de las alfombras, resultado de los años de bonanza, aunque sorprendentemente no haya cuajado ninguno los movimientos de indignación ciudadana que han podido emerger como respuesta a los desafueros cometidos.

Los sociólogos detectan como grave problema el hecho de que una buena parte de la sociedad española se pueda haber acostumbrado a convivir con una situación de amoralidad que ha llevado a un prestigioso corresponsal extranjero a definir la situación como la vuelta a las dos Españas; en esta ocasión, la oficial y la real, en donde se vive una realidad cimentada en la irrealidad.

Visto con una todavía difícil perspectiva, la crónica periodística de la España de 2013 y de los años que le han precedido, no puede ser más patética. Sin ánimo alguno de ser exhaustivo, el cuadro clínico que presenta este país no deja de ser demoledor: un expresidente de la patronal en la cárcel, un extesorero del partido que apoya al actual gobierno, acusado de evasión fiscal y de capitales; el partido hegemónico de Cataluña y sus más conspicuos líderes, implicados en casos tipificados por diferentes códigos; un yerno del jefe del Estado a punto de sentarse en el banquillo; una economía sumergida en permanente estado de crecimiento y que se sitúa cercana al 30%; un nivel de fraude fiscal que se estima en el 7% PIB; una estructura del Estado y un peso del sector público que es capaz de desequilibrar cualquier previsión de estabilidad fiscal; un tejido productivo que busca en la internacionalización de sus protagonistas la estabilidad que no encuentran en España; una creciente inseguridad jurídica que notan más los de fuera que los de dentro, y una red de "burbujas" y "agujeros negros" que pasara factura más pronto que tarde a los atribulados contribuyentes.

Cada vez son más los estudiosos que se apuntan a la teoría de que este país está estructurado sobre una gran mentira en donde nada es lo que parece. Desde la remuneración del presidente de Gobierno, que ni de lejos se concreta en los 90.000 euros anuales que aparecen en los PGE, hasta el acceso a las licitaciones públicas, subvenciones o uso de las instalaciones municipales, repletas de malas prácticas, pasando por los favores, las comisiones, los sobrecogedores o los sobresueldos, la anormalidad convive con la normalidad con una más que sorprendente complicidad.

Así las cosas, ni la Contabilidad Nacional del INE, ni los más sólidos centros de estudio ni, por supuesto, el tan recurrido Tribunal de Cuentas, son capaces de dibujar la realidad de un país invadido por las irregularidades y gangrenado por el engaño, en donde nada es lo que parece. Y para dar fe de todo ello ahí está, entre otros, los datos de la última edición de Doing Business.

Frente a los que defienden que los males de España se resuelven con un trasplante de memoria y sentido común, la realidad se agarra tozudamente al terreno para demostrar de forma cotidiana lo poco que ha cambiado el país desde que gente como Mallada, Picavea o Costa, hace más de un siglo, trataran de impulsar el regeneracionismo al comprender, como alguien ha señalado acertadamente, que "la geografía, la educación, los vicios en la función pública, una escasa madurez en la arquitectura institucional del Estado, la falta de una auténtica actitud innovadora e incluso la existencia de una vocación profundamente reaccionaria en influyentes espacios de decisión en la sociedad española, son algunos de los problemas que parecen condenar fatalmente a los españoles, a pesar del paso de los años y los vaivenes de la política".

En estas circunstancias, intentar "vender" con éxito la marca España y tratar de que mejore su presencia en el concierto internacional, es más un incongruente sofisma y que un solida realidad que pocos, por ahí fuera, están dispuestos a comprar. Es lo que hay.

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