VALENCIA. No hace mucho fui al cine a ver "El Hobbit". Una precuela bastante predecible para quien no se haya leído la trilogía de "El Señor de los Anillos", obra maestra de J.R.R. Tolkien. Bajo la siempre eficaz dirección de Peter Jackson, la cinta es un nuevo objeto de deseo de esa comunidad de frikis que profesa absoluta devoción por la saga y que se extiende por todo el mundo.
Precisamente y sin ir más lejos, mientras hacíamos la cola para llegar a la taquilla de uno de los míticos ABC Park, una de las amigas que me acompañaba me ponía al día ante mi ignorancia del profuso árbol genealógico de cada personaje -"Aragorn, capitán de los montaraces del norte, hijo de Arathorno II y de Gilraen, apodado Trancos en Bree..."- con los papeles de unos esquemas meticulosamente estructurados (Sí. Esquemas).
Con la cabeza hecha un bombo e intentando estar a la altura de mi acompañante entramos en el cine. Sentada ya en la butaca, por más que me concentraba no recordaba si Aragorn era miembro de honor del Reino Condemor o si Legolas era un elfo inmortal declarado guerrillero oficial en la batalla contra el malvado brujo Merlín del Reino del Dragón Bola-Z.
Comenzó a sonar la imponente banda sonora e hice lo más inteligente que puede hacer un espectador: dejar la mente en blanco y entrar con absoluta predisposición en la presente proyección. Sin desvelarles el desarrollo de la historia, la sinopsis de la citada ficción consiste en el viaje del mago Gandalf, trece enanos y un hobbit llamado Bilbo Bolsón a través de un país de gran diversidad cultural colmado de orcos, trolls y otro tipo de criaturas extrañas donde finalmente el hobbit Bolson encuentra un anillo que será posteriormente causa de numerosas sangrientas batallas.
¿Cómo podía algo tan diminuto y que sólo sirve para adornar los dedos cobrar tanto protagonismo y a la vez producir tanta muerte y destrucción? ¿Y si sólo tenía la propiedad de hacer invisible a quien se lo pusiera en un mundo donde la magia reina por doquier por qué esa fascinación díscola por él? me preguntaba sin entender.
Al día siguiente, me deprimo con los titularesn de la prensa: ejecutado el ERE de RTVV, recortes en sanidad y educación, fuga de importantes cerebros nacionales, desahucios y tantas promesas sin cumplir que no me apetece seguir. A mi lado mi hermana lee el "Hola" entretenida con su lectura. La internacional revista del corazón se hace eco de las bodas más esperadas del año mostrando extensos reportajes fotográficos. Las novias lucen orgullosas unos relucientes anillos de compromiso cuyos quilates deslumbran hasta a través del papel couché. Me acuerdo de Gollum y su obsesión por el anillo. El paralelismo emocional entre el citado personaje y esas radiantes mujeres vestidas de blanco es extraordinariamente coincidente.
Como miembro del sexo femenino, y aunque no lo comparta, reconozco esa sensación que la mayoría de las mujeres experimentan desde bien pequeñas porque algún día un príncipe azul les encaje en su dedo esa suerte de alianza esférica que más allá de un elaborado diseño y exquisito baño en lujosos materiales simbolice la unión eterna con el hombre de sus sueños.
La estabilidad, sumisión sacrificada de la pareja y atadura voluntaria que encarna ese diminuto aro metálico lo convierte en objeto de deseo y codicia. Son los valores que representa lo que hipnotiza, lo que lo envuelve con un aura mágico y especial.
Además, la majestuosidad que destila el acto dotan a la pieza de una absoluta y erótica sofisticación: se introduce lento, suave y directo hasta instalarse en su lugar, donde pertenece y se ciñe en el dedo anular con la calidez de haber encontrado un hogar. La conexión de lo metal con lo carnal es virtuosa y poderosa.
No es que Gollum, tras años encerrado en una mazmorra, con una importante pérdida de cabello y la urgente limpieza bucal de una dentadura incompleta, sufra de rechazo y miedo a la soltería salvaguardando un anillo por el que algún día alguien le profesará amor eterno (que podría ser). Más bien, la fascinación del deformado personaje por "ese, su tesoro", como el de una novia en el altar, no es otro que el del reconocimiento, la capacidad por obtener el control y el éxito de una absoluta entrega de los demás sin condiciones (¡y ojo con arrebatárselo!).
En otras palabras, la incursión acelerada y convencida hacia el terreno del poder. Esa fuerza magnética y enérgica que eleva el autoestima, todo el mundo anhela y se revela en nuestro interior como un potente elixir haciéndonos sentir dueños del universo (como Leonardo Di Caprio en la proa del Titanic) pero que en exceso nubla juicios y hace actuar a la persona que lo ejerce como bajo los efectos de un cruel maleficio (cabe citar como ejemplos a Hitler, George Bush o Paolo Vasile)
Llegados a este punto me gustaría parafrasear las sabias palabras de otro viejo relato: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Entiendo de ello que el cometido de quien lo posee, en este caso materializado en forma de anillo y percibido desde una correcta perspectiva, consiste en compartir el don otorgado con humildad y proyectarlo en beneficio de quienes le rodean. Sin embargo, su abuso o mala interpretación corrompe al beneficiario y esclaviza al resto de usuarios.
Véase el ejemplo de aquellas mujeres que una vez conseguido un marido (y abusando con despotismo del "...y en lo bueno y en lo malo...") lo tienen atemorizado con una terrible sanción si no cierran la tapa del inodoro obligándoles a cargar con la suegra todo un domingo de fútbol a traición. En su peor manifestación, trastorna, produce desdoblamiento de personalidad y hasta inanición, como es el caso de Gollum.
Sin embargo, en un sentido más amplio, me preocupa que allí donde anide el poder en forma de anillo, corona, bandera, mitra o ley, no se dosifique de manera adecuada y quienes son nuestra autoridad nos den la patada. A lo largo de la historia hay ejemplos de líderes que empapados de poder viciaron sus valores y una vez en la cima engañaron y dañaron a niveles monumentales porque nadie supo ponerles bozales.
Lejos de vivir en La Comarca, Mordor, y Gondor, nuestra realidad sigue escribiéndose como una obra que de momento (superado el apocalíptico trance de la profecía maya) no tiene previsto ningún desenlace. Si con la experiencia contamos no caigamos en el error de ayudar a escalar a autoridades que cometen atrocidades. Soldemos un anillo que case con la bondad y se divorcie de la maldad. Comprometámonos a reinventar nuestra saga, cumplir unos votos de enlace responsables y dar voz a nuestro gran tesoro: el de ser un gran aforo.
Me encanta todo lo que escribes enhorabuena
Lo mejor para no perder el anillo es saber la medida del dedo en el que será introducido y el gusto de la persona a la que se destina, el conocimiento de las cosas y de las personas es muy necesario para que las relaciones funcionen.Arriba Carla y me uno a tu fraternidad
Bravo,con el nuevo año la cosa mejora .Ya no lloramos por lo que no tenemos sino que luchamos por lo que seremos.
Buenos días Carla: deseaba en este comienzo de semana dejarle dos frases o dos "reflexiones" leídas ayer en un dominical.- "Todos necesitamos un poco de amor y menos egoismo para superar el momento" (Emma Suarez-Actriz) "Como hacer de la ambigüedad un arte" (Youce Nabi)(¿complicado no? Un saludo Alejandro Pillado blogger-senior Rio Verde 2013
Oleee Carla! me ha encantado!
Ojalá esos símbolos, con la fuerza y energía que desprenden fueran guiados por gente honesta, lucida y desprendida... Mucho me temo que es solo una ilusión!! En lo personal te contare que mi anillo de boda hace mas de 10 años que se perdió y aquí sigo! Ya ves no soy muy de símbolos. Me gustan tus historias Carla!! Un abrazo
¡BRAVO cada dia escribes mejor.TU mayor FAN ¡
Querida.....que descripción más buena ...partiendo de una fantasía,finalizando en una realidad como siempre desmesurada ,en un poder por lo superfluo,olvidando siempre , lo más importante,que la unión hace las fuerza, esa unión de fraternidad en la deberíamos esforzarnos cada día más ....
Chapeau !!!!!!
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