VALENCIA. En Historia Económica y en Economía existe una larga tradición en la acuñación de nombres para determinados períodos de tiempo. Así, se denominó la "Gran Depresión" a la que se considera la peor crisis económica del siglo XX, que afectó a la economía americana entre 1929 y 1931 aproximadamente, y que se extendería a escala mundial. La importancia de aquella crisis residió, por un lado, en la lentitud de respuesta de las autoridades económicas, dando lugar a un gran aumento del desempleo y la pobreza y, por otro, en las consecuencias nefastas que tendría en Europa al relacionarla (junto con otros factores) con el auge del nazismo y la Segunda Guerra Mundial.
Después de las crisis del petróleo de los setenta, la economía mundial entró en una etapa de relativa estabilidad. El profesor de Harvard James Stock (junto con otros economistas, que incluyen al español Gabriel Pérez-Quirós) utilizó el término de la "Gran Moderación" para referirse a tal período de estabilidad, desde mitad de los años 80 hasta 2007, durante el cual las variables macroeconómicas fundamentales (Producto Interior Bruto, producción industrial, desempleo) fueron menos volátiles. Aunque aplicado fundamentalmente a Estados Unidos, se trataría también de una época de crecimiento sostenido y estable, con cortas recesiones y buen funcionamiento de la política monetaria.
La Gran Moderación fue seguida de la "Gran Recesión", denominación que ha triunfado para referirse a la crisis financiera internacional y sus consecuencias. Comparada con la Gran Depresión ha sido, incluso, más pronunciada y más larga, especialmente en Europa.
¿Qué es lo que viene a continuación? La situación ideal sería la vuelta al crecimiento sostenido y sin altibajos, la Gran Moderación. Sin embargo, si las condiciones actuales no cambian, estaríamos abocados al "Estancamiento Secular" (Secular Stagnation), es decir, tasas muy bajas de crecimiento económico causadas por un exceso de ahorro y ausencia de inversión en infraestructuras y educación, necesarias para mantener el crecimiento a largo plazo. Desde el Fondo Monetario Internacional han comenzado a avisar sobre los riesgos de que esto sea así no sólo en las economías avanzadas sino también en las emergentes. En un reciente discurso basado en el último informe trimestral sobre la economía mundial, Christine Lagarde llama a evitar la "Nueva Mediocridad", entendida como una era de bajo crecimiento económico hacia la que tenderíamos (casi) inexorablemente.
En dicho estudio del FMI han realizado cálculos sobre los "límites de velocidad" en el crecimiento de un amplio número de países. Se trata de hacer previsiones sobre el llamado "output potencial", es decir, la trayectoria de crecimiento económico sin tensiones (sin acelerar la inflación o aumentar el desempleo). De dichas previsiones se concluye que la velocidad de crecimiento prevista para la próxima década sería muy baja, alrededor del 1.6% anual. En esos cálculos se evalúa el comportamiento esperable de los factores de producción, trabajo y capital, así como del ritmo de aumento de su productividad y la adopción de innovaciones. En ausencia de medidas que fomenten la innovación y promocionen la inversión en capital productivo, los efectos del envejecimiento de la población mundial no podrán ser contrarrestados y deberíamos acostumbrarnos a convivir con tasas de crecimiento mediocre.
Antes se pensaba que las economías emergentes iban a liderar el crecimiento en la economía mundial. Sin embargo, tras la crisis, la visión del FMI sobre estos países es que la tecnología incorporada habría alcanzado su límite, lo mismo que la mejora en la formación del capital humano. Da la impresión de que la brecha aún existente entre estos países y las economías avanzadas no va a acabar de cerrarse, pues se encuentran ya cerca de la frontera tecnológica y no es de esperar que la productividad crezca allí a los ritmos a los que nos acostumbraron. Así, el capital procedente de países avanzados no encontraría ya la rentabilidad buscada en las economías emergentes, lo que repercutiría sobre la economía mundial en forma de menor crecimiento.
¿Qué consecuencias tiene sobre nosotros un menor crecimiento secular? Evidentemente los países de la UE nos encontramos de manera confortable a la cabeza de la renta mundial, a pesar de que la distribución de dicha renta esté lejos de ser equitativa. Pero el principal problema que nos va a ocasionar el bajo crecimiento está relacionado con nuestro elevado endeudamiento.
Sólo creciendo podrán, tanto el sector público como el privado, reducir el peso de la deuda acumulada en los años previos a la crisis y durante la crisis. Y dado que sabemos que la propia deuda es un obstáculo para el crecimiento, esto supone entrar en un círculo vicioso, donde el exceso de endeudamiento no nos permite crecer y la falta de crecimiento no nos permite bajar el endeudamiento. Y en las presentes circunstancias se haría también muy difícil reducir el desempleo a la velocidad necesaria para que la situación vuelva a ser socialmente aceptable.
De todas formas, esta situación es reversible. Por un lado, no todo el mundo es tan pesimista como el FMI. Recientemente, el antiguo presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, piensa que mientras se mantenga la movilidad de capitales a nivel mundial habrá oportunidades de inversión y las salidas de capital de los países ricos depreciará sus monedas e impulsará las exportaciones y, por tanto, el crecimiento. Por otro lado, no debemos perder la perspectiva del largo plazo: Barry Eichengreen, catedrático de la Universidad de Berkeley piensa que todavía no se ha agotado el aumento de la productividad mundial derivado de la adopción de las tecnologías de la información y la comunicación, la llamada "Tercera Revolución Industrial" no ha terminado y sus efectos se continuarán plasmando a largo plazo.
Pero los países deben poner las condiciones para poder aprovechar estas ventajas y no caer en el estancamiento. Todos coinciden en la importancia de los incentivos para mantener la inversión y la innovación, junto con la importancia de la formación y la educación para que aumente la productividad del capital humano. Las reformas estructurales, entre las que cabe citar la mejora de las condiciones para "hacer negocios", la eliminación de cuellos de botella, aumentar la participación de la mujer en el mercado de trabajo y mejorar la calidad de la educación siguen siendo condiciones necesarias para evitar la "Nueva Mediocridad".
Buenas tardes Mariam, Creo que aún no nos hemos enterado de que no vivimos en la era de la mediocridad ... de momento estamos en la de los recursos escasos ... Opino que los países no han de poner condiciones para nada, los países lo único por lo que han de velar es porqué todos los actores del tablero jueguen limpios y cumplan las reglas del juego, cuál árbitro en un combate ... sólo así podremos evitar una nueva crisis mundial y el estancamiento de la inversión y la innovación
Así es, nuevos tiempos, nuevas recetas. La política keynesiana fue útil para superar la "Gran Depresión" y otras recesiones posteriores menos graves. Pero la elevada deuda pública impide, de momento, usar recetas keynesianas para superar la actual recesión. Romper el círculo vicioso que cita Mariam es el gran reto: crecer para reducir el endeudamiento actual y poder mantener el estado de bienestar que hemos alcanzado.
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