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VALENCIA. ¿Alguien recuerda la propuesta del PP de reformar el sistema electoral para las próximas elecciones municipales? Parece que sucedió hace mucho, mucho tiempo, en un planeta muy lejano... Pero no. Fue en España, hace tres meses. En pleno verano, el PP comenzó a insistir en la idea de que era "más democrático" dejar gobernar al partido político más votado en los ayuntamientos, aunque no lograse la mayoría absoluta. No en cualquier circunstancia, pero sí en aquellos casos en los que los resultados electorales mostrasen una mayoría sólida (estimada en el 40% de los votos), y quizás si también se acreditaba suficiente distancia respecto del segundo. 

Todo el mundo apreció esta medida como lo que era: un intento de última hora por parte del Gobierno para cambiar las reglas del juego, con el objetivo de preservar todo el poder municipal que fuera posible. El PSOE se opuso frontalmente a debatirla, con lo que el PP decidió abandonar el asunto, que acabó convirtiéndose en un globo sonda, uno más, de esta legislatura.

Pero posiblemente había otro motivo, más pragmático, detrás de este cambio de estrategia: que las encuestas comenzaban a ser tan adversas, y por tanto tan poco verosímil que el PP obtuviera una mayoría del 40% en un número significativo de municipios (sobre todo, en las grandes capitales), que no merecía la pena utilizar el rodillo parlamentario para imponer lo que mucha gente vería como un mero pucherazo, con el consiguiente desgaste electoral para el PP.

La debacle del PP no se detiene en el 30%

Pero el problema del PP no sólo se manifiesta de cara a las municipales, sino que lo hace respecto de cualquier proceso electoral. Y la cuestión ya ni siquiera es si logrará ser el más votado con suficiente distancia respecto del segundo como para aspirar a gobernar (en ayuntamientos, comunidades autónomas, y en el gobierno central), sino que comienza a resumirse en si logrará, en efecto, ser el partido más votado. Una cuestión que hasta ahora parecía indiscutible, pues prácticamente todas las encuestas ubicaban al PP en torno al 30% de los votos, como partido más votado. Una situación en la que no optaría a la mayoría absoluta, obviamente, pero sí a continuar gobernando en muchos sitios si encontraba socios.

Y, en el caso de los Generales, incluso había hecho fortuna una hipótesis de Pedro Arriola, el sociólogo de cabecera del PP desde hace veinte años: que si el PP lograba ser el más votado, con suficiente distancia respecto del segundo, la división en circunscripciones provinciales le resultaría muy beneficiosa en el reparto frente a una izquierda dividida entre PSOE y Podemos. Es decir, que en un escenario en el que el PP sacase un 32% de los votos, el PSOE un 23% y Podemos un 17%, posiblemente el PP en solitario obtuviera los mismos escaños que el PSOE+Podemos, con lo que cualquier escenario de gobierno postelectoral tendría que contar, casi obligatoriamente, con este partido, y quizás el PSOE se viera abocado a formar parte de un gobierno de Gran Coalición PP+PSOE, en el que el PP llevase la voz cantante.

Sin embargo, las encuestas de la última semana han plasmado un escenario muy diferente. Un escenario en el que el PP continúa erosionando sus apoyos electorales, a causa de la crisis, de la corrupción, de la incompetencia, o de otros factores que causan desgaste, derivados de la acción (o inacción) de gobierno, mientras que el PSOE resistiría con sorprendente buena salud, y Podemos continuaría subiendo.

Primero fue la encuesta de Metroscopia del pasado domingo, que le otorgaba al PP un 20,7% de los votos y una (casi ridícula) tercera posición, tras Podemos (que por primera vez aparece en una encuesta como primer partido, con un 27,7%) y el PSOE (26,2%), prácticamente empatados. Un escenario de pesadilla en el que el PP sólo podría aspirar a formar parte de una Gran Coalición... como socio menor.

Después llegó la tan esperada encuesta del CIS. Una encuesta elaborada con muchos más medios, y posiblemente con mayor seriedad, que la mayoría de las encuestas encargadas por los medios de comunicación. Una encuesta tradicionalmente conservadora en sus estimaciones, que continúa considerando al PP como primera opción, pero sólo con un 27,5% de los votos. El PSOE y Podemos reproducirían su empate de la encuesta de Demoscopia, pero invirtiendo sus posiciones: segundo el PSOE (23,9%) y tercero Podemos (22,5%).

Es decir, que el PP aún vencería... Pero cada vez por menos, y con menos votos. La suma de PSOE+Podemos supera el 45% de los votos, y traducida a escaños posiblemente alcanzase una mayoría absoluta holgada. El PP, por su parte, sólo podría aspirar a repetir mandato merced al apoyo del PSOE, que se convertiría en el partido clave, el único en disposición de pactar con los otros dos partidos de este nuevo tripartidismo hacia el que nos dirigimos. Es decir, que el PSOE cumpliría el papel del Pasok griego, y tendría que decidir entre apoyar a los conservadores o a un partido que busca sustituirle como opción hegemónica en la izquierda.

Pero el PSOE, según los datos de estas encuestas, sería un Pasok con un estado de salud mucho mejor, cuyo descenso no sólo remite, sino que se produce un leve repunte electoral, quizás motivado por la llegada de Pedro Sánchez. El nuevo secretario general del PSOE, según estos resultados, habría logrado conectar con ciertas capas del electorado que o bien se habían marchado del PSOE o bien (no cabe descartarlo) ahora se dirigen al PSOE huyendo del desbarajuste y la erosión electoral del PP.

Es decir, que quizás habría un doble trasvase electoral: de PP a PSOE y de PSOE a Podemos. Un escenario, conviene insistir, terrorífico para el PP, dado que su espacio electoral se reduciría sensiblemente ante una oposición, la de Pedro Sánchez, que habría optado por dirigirse hacia el centro del electorado, disputándole parte del mismo, en consecuencia, al PP, mientras que abandonaría en manos de Podemos al grueso de sus votantes desafectos. 

Hay también aquí un importante factor generacional, a juzgar por los datos del CIS, que indican que el público joven apoya mayoritariamente a Podemos, mientras que en el público de más edad se concentran los apoyos a PP y PSOE, con lo que quizás, desde dicho punto de vista generacional, ahora mismo para el PSOE de Pedro Sánchez sea más sencillo disputarle al PP votantes con un perfil ideológico más conservador que intentar recuperar votantes jóvenes, de perfil más progresista, que ahora mismo están casi tan indignados con el PSOE como con el PP.

#prayfor... los viajes de Monago

Hacía tiempo (varias horas, incluso) que en España no se hablaba de malas prácticas en el uso del dinero público, ni de corrupción. De manera que ahí apareció el presidente de Extremadura, José Antonio Monago, siempre pródigo en discursos y declaraciones sonoras contra la corrupción... y contra el soberanismo catalán, y contra la insolidaridad valenciano-catalana, y siempre, por supuesto, contra la incapacidad de los dirigentes del PP valenciano, Alberto Fabra en particular.

Así que este viernes Monago convocó una rueda de prensa para hablar de corrupción... Pero, en este caso, se trataba de su corrupción, no de la de los demás. De 32 viajes a Canarias en 2009 y 2010, aparentemente pagados con cargo a fondos públicos del Senado, con un propósito inequívocamente privado (visitar a su amante). Monago, siempre tan claro y taxativo en sus acusaciones a los demás, se volvió vago y confuso para dar explicaciones respecto de lo suyo; tan confuso que, de hecho, no dio ninguna explicación: era un chantaje, pero los viajes tal vez habían existido.

Eran viajes de trabajo (32 en un año y medio, es decir, casi uno cada dos semanas. A Canarias. Un senador extremeño), pero los dirigentes del PP en Canarias no sabían nada de sus supuestos trabajos. Él es inocente, pero después de la rueda de prensa ha reconocido que tal vez "algunos" de los viajes fuesen de índole privada.

Afirma Monago que devolverá el dinero. Eso está muy bien. Pero, por desgracia para él, no basta. No en la coyuntura actual, con la ciudadanía clamando contra la corrupción y contra este tipo de prácticas fraudulentas, y con los partidos mayoritarios, atemorizados por los datos adversos de las encuestas, apuntándose (ahora, a finales de 2014) al discurso anticorrupción. Y tanto es así que otro cargo público del PP, el diputado por Teruel Carlos Muñoz, ha tenido que dimitir por exactamente el mismo asunto que Monago (mismos viajes, mismo destino, e incluso misma mujer).

Sorprende que Rajoy y Cospedal profesen un apoyo firme a Monago, en las presentes circunstancias. Tal vez no puedan permitirse perder Extremadura a pocos meses de las elecciones, pero la situación es tan absolutamente contraria a lo que supuestamente intentaba hacer ahora el PP (mostrarse firme contra la corrupción) que no cabe descartar que, en unos días, Rajoy se refiera a Monago como "esa persona de la que usted me habla".