VALENCIA. Hasta que se desencadenó la presente crisis económica en 2007-2008, los shocks petrolíferos de los años setenta y primeros ochenta dieron lugar a uno de los peores períodos de crisis en los países occidentales. A pesar de que su origen fue distinto, existen importantes paralelismos entre ambos episodios. El primero de ellos, es que ambos son choques de oferta: el aumento del precio del petróleo que comenzó en 1973 elevó los costes de producción en las empresas. De forma semejante, después de años de crédito barato, los mercados se cerraron y la financiación, tanto para empresas como para el sector público, se encareció.
Es cierto que la actual crisis tiene componentes de demanda, pero los efectos de las condiciones de crédito repercuten a largo plazo sobre la oferta agregada. En segundo lugar, tanto en los años 70 y 80 como ahora, la forma de contrarrestar un shock (negativo) de oferta, es con reformas estructurales. Europa había perdido entonces capacidad competitiva y tuvo que llevar a cabo una reconversión industrial primero, para pasar después a eliminar barreras no arancelarias hasta construir un verdadero Mercado Interior, un ejemplo "de libro" de reformas estructurales.
Gracias a la eliminación de las barreras al comercio y a la circulación de factores que aún se mantenían en la Unión Europea, se logró mejorar la competitividad externa. De la misma forma, en la actualidad, el buen funcionamiento de la Unión Monetaria implicaba como condición previa un programa ambicioso de reformas estructurales que perfeccionase el comportamiento del Mercado Interior.
El hecho de que los beneficios de estas políticas sólo se perciban a medio plazo mientras que sus costes sean tangibles a corto, ha hecho que los políticos las hayan ido retrasando en el tiempo, en un ejercicio de procrastinación irresponsable que solo se ha hecho patente al estallar la crisis financiera en 2007.
En tercer lugar, los primeros intentos de reaccionar frente a la crisis consistió, en ambos casos, en utilizar medidas de demanda a corto plazo, mediante políticas fiscales y monetarias expansivas que contuvieran la caída de la actividad, con resultados decepcionantes (en los setenta con inflación y ahora con tendencia hacia la deflación).
No es de extrañar, por tanto, que en los últimos meses se intente recuperar para la política económica europea el llamado "enfoque a dos manos", del que se habla ahora como si fuese un concepto recién inventado, pero que fue un término acuñado en los años 80. Casi nada es nuevo bajo el sol.
OFERTA Y DEMANDA
Fueron Olivier Blanchard, Rudiger Dornbusch y Richard Layard los que en 1986 publicaron un libro denominado Restoring Europe's Prosperity, donde defendían que era necesario combinar políticas de oferta y de demanda en la lucha contra el bajo crecimiento y el alto desempleo en Europa. Este estudio fue encargado por un think-tank europeo, que aún existe y se denomina el CEPS (Centre for European Policy Studies).
El punto clave de esta propuesta reside en cómo combinar ambas herramientas. Así, según estos autores, no bastan las medidas de demanda o de oferta por sí solas, sino que se necesita de un impulso inicial que proceda de la oferta, pero que también sea sostenido y acompañado por la demanda. Es decir, se trataría de conseguir una combinación adecuada de ambos enfoques.
Este fin de semana comienza el mandato de la nueva Comisión Europea con el luxemburgués Juncker a la cabeza. Hace unos días el Parlamento Europeo dio finalmente el visto bueno al Colegio de Comisarios. En una entrada anterior hacía referencia a la importancia del período al que se enfrenta el nuevo ejecutivo europeo.
Desde Bruegel se ha realizado una lista de recomendaciones y temas pendientes para cada uno de los comisarios. Pero, aún más importante, su director, Guntram Wolff, piensa que Europa necesita del enfoque "a dos manos". En concreto, combinar medidas que, a corto plazo, permitan recuperar el crecimiento y, al mismo tiempo, terminar el entramado institucional y completar la unión monetaria y la fiscal. Además de las reformas estructurales para desregular el sector servicios y permitir la libre circulación de éstos, también debe reforzarse la política de la competencia. Y junto con ello, de la misma forma que en los 80, el empuje debe proceder de la inversión (pública y privada), junto con un BCE que vuelva a su objetivo de inflación del 2%.
TRIPLE ÁMBITO
Según los anuncios realizados por el (ya) presidente de la Comisión, Juncker, desde el pasado verano y reafirmados más recientemente en la sesión del Parlamento Europeo en la que se votó la nueva Comisión Europea, el nuevo equipo quiere trabajar, en coordinación con los países europeos, en un triple ámbito: reformas estructurales, credibilidad fiscal e inversión.
Refiriéndose a este tercer elemento, la inversión, ésta se encuentra un 20% por debajo de los niveles de 2007. Esa diferencia es la que Juncker pretende cubrir con el paquete de 300.000 millones de euros para emplear en "Empleo, Crecimiento y Competitividad". Jyrki Katainen es el nuevo comisario (y vicepresidente de la Comisión) responsable de lograr este aumento en la inversión.
La tarea que se va a encomendar a Katainen es complicada. Resulta difícil cubrir, en la coyuntura actual europea, ese importante esfuerzo inversor. De ahí que llamen al trabajo conjunto de la Unión Europea, los países miembros y los sectores público y privado. La escasez del crédito y el ajuste presupuestario están detrás de la reducción de la inversión privada y pública, respectivamente.
El círculo vicioso se ha completado al aumentar la emisión de deuda pública y competir con el sector privado en la captación de fondos para financiarla. Es necesario recuperar la inversión como base del crecimiento futuro y con el objetivo de que no se deteriore el capital público y privado en Europa. Pero, ¿dónde van a conseguir esos fondos? Esperan que, a través del Presupuesto Comunitario y el Banco Europeo de Inversiones, sea posible construir una semilla inicial que pueda atraer nueva inversión privada.
Los proyectos financiables tendrán que ver con infraestructuras de gran tamaño en el sector energético, transporte y telecomunicaciones. Es pronto para poder valorarlo pues, como dice el propio Juncker, la Comisión Europea aún no ha podido mantener su primera reunión.
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