El PSOE, con la bicefalia de Pedro Sánchez y Susana Díaz, se suma a la renovación generacional llevada a cabo en los partidos de izquierda
VALENCIA. El domingo pasado, Pedro Sánchez se hizo con una holgada victoria en la consulta convocada por el PSOE para escoger a su nuevo secretario general. Su victoria, cimentada sobre todo en el férreo apoyo de la federación más importante, Andalucía, crea una incipiente bicefalia en el partido, protagonizada por el propio Sánchez y la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz.
Subyacen muchas dudas respecto de Sánchez, que ha hecho una campaña basada en la mercadotecnia, con muy poca sustancia, y cuyos ademanes y trayectoria recuerdan demasiado a la del inveterado profesional de la política, experto en manejarse dentro del aparato de su partido, pero no tanto en gestionar la cosa pública. Un perfil que también comparte con la propia Susana Díaz, insertada en la maquinaria del partido socialista andaluz prácticamente desde su adolescencia. Si bien en este caso es preciso reconocer que, al menos, la presidenta andaluza sí que ha demostrado que es capaz de gestionar, con éxito (al menos, electoral), una administración pública tan compleja como la andaluza en tiempos difíciles.
La presidenta andaluza también dejó una excelente impresión en su visita a Valencia esta semana, entre empresarios, periodistas y militantes del PSOE. Hizo cosas que, en los tiempos que corren, a mucha gente le parecen inconcebibles para nuestra clase política: hacer discursos sin leer, sin vacilar, y hablando con naturalidad, sin que todo parezca una retahíla de frases hechas de argumentario. ¡La locura!
Por su parte, Sánchez tuvo un gesto importante con las bases de su partido y los votantes de izquierdas: los eurodiputados socialistas españoles votaron en contra del candidato conservador para presidir la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker. Una decisión que quizás intente contrarrestar la evidencia de que la apuesta por Sánchez supone dirigirse más hacia el centro político que hacia la izquierda (o, sencillamente, implica un discurso menos ideologizado y regido por intereses electorales específicos).
Relevo generacional
Es indudable que la aparición de Sánchez y el ascendiente de Díaz suponen un importante cambio en el PSOE, al menos, en un factor: la renovación generacional. Ambos rondan los cuarenta años (Pedro Sánchez 42 y Susana Díaz 39), la edad que tenía José Luis Rodríguez Zapatero al alcanzar la Secretaría General del PSOE en el año 2000, o la de Felipe González cuando se convirtió en presidente del Gobierno en 1982.
Desde luego, este cambio, por sí solo, no es suficiente (ni remotamente) para recuperar la credibilidad perdida ante los votantes. Y si no viene acompañado de nuevas propuestas, que impliquen una renovación real en las formas y en el fondo y un acercamiento genuino a los intereses y preocupaciones de los ciudadanos, puede acabar resultando incluso contraproducente. Pero, respecto de lo que tenía que ofrecer el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba, el actual tiene más posibilidades de recuperación.
La renovación generacional, además, también se antoja necesaria en un contexto en el que las principales alternativas electorales al PSOE hacen de dicha renovación una bandera de enganche de los votantes frente a la "casta" de líderes (no sólo políticos; también económicos, intelectuales, ...) que habrían llevado al país a su lamentable estado actual. Así se explica, en parte al menos, el éxito de Podemos (Pablo Iglesias, 35 años; Teresa Rodríguez, 33 años; Íñigo Errejón, 30 años), así como el importante giro que ha adoptado Izquierda Unida, que ha puesto en manos de Alberto Garzón (28 años) la dirección de su estrategia política, en una decisión que es consecuencia directa de las presiones que han ejercido sobre la dirección de la coalición diversos jóvenes dirigentes, como el propio Garzón o Clara Alonso (30 años) y Tania Sánchez (36 años).
Esta renovación en la izquierda no encuentra su correlato en los partidos conservadores. Algunos, como UPyD, sometidos a un proceso de hiperliderazgo (Rosa Díez) que comienza a desvelarse más como un problema, y muy serio, para el partido, que como una garantía electoral. Otros, como es el caso de Ciudadanos, porque desde el principio jugaron esa carta, y con considerable éxito, en la figura de Albert Rivera (34 años).
Finalmente, el PP no está realizando ningún proceso de renovación de liderazgos por una razón muy sencilla: porque ahora gobierna en casi todas partes y, cuando un partido manda, los que mandan, y los que les rodean, no suelen ver ninguna necesidad de renovar nada. Y no porque no haya candidatos para ello, como Soraya Sáenz de Santamaría (43 años) o Alberto Núñez Feijóo (52 años, "joven" a los efectos de comparar con la persona a la que sustituyó, Manuel Fraga). O Isabel Bonig (44 años) y María José Catalá (33 años) en la Comunidad Valenciana, para sustituir a un Alberto Fabra que, aunque también -relativamente- joven (50 años), a juzgar por su grado de erosión política podría tener perfectamente 97 años. Pero estos candidatos, por ahora, tendrán que esperar y ver si el PP se hunde electoralmente, y en qué medida.
Además, en el caso de la presidencia del Gobierno, aunque obviamente será muy difícil para el PP ilusionar a nadie con un candidato como Mariano Rajoy, el obvio contraste que implica presentar a un señor como Rajoy frente a una serie de "chavales", niños imberbes que ni siquiera han cumplido los cincuenta, puede resultar insólitamente beneficioso para movilizar a su base electoral, si ésta se deja tentar por el argumento de la seguridad que implicaría Rajoy frente al "aventurerismo" de los jóvenes. El slogan del PP para las elecciones podría ser algo así como "Votadme, o podría suceder un desastre aún peor que el actual. Sí, aún peor".
#prayfor... Manifiesto de... ¿intelectuales?
La tensa situación política y económica del país ha provocado, entre otros muchos efectos, la multiplicación de pronunciamientos, manifiestos y comunicados públicos emitidos desde los organismos y protagonistas más diversos. El pasado martes, sin ir más lejos, se presentó un manifiesto "contra el desafío secesionista". Al día siguiente, miércoles, aparecía otro manifiesto, en este caso de signo muy diferente, que apoyaba el avance de España hacia un Estado federal.
Ambos manifiestos son muy respetables, aunque cabría plantearse si realmente tienen algún efecto o impacto real en la opinión pública, saturada de propuestas y afirmaciones rotundas desprovistas de realizaciones prácticas en el mismo sentido. Pero, además, llaman muchísimo la atención los firmantes del manifiesto "Libres e iguales", que se presentan a sí mismos como "intelectuales".
Por ejemplo, Adolfo Suárez Illana, a quien no se le conoce ningún tipo de actividad intelectual, más allá de la firma del propio manifiesto, y que al parecer es uno de sus principales promotores. Y después, una larga lista de políticos del PP, UPyD y PSOE acompañados por periodistas de diverso pelaje. Es decir, el poder (político y mediático) constituyéndose en sociedad civil. Al menos, en Valencia pusimos a Cristina Tárrega.
El manifiesto Libres e Iguales ha pasado sin pena ni gloria, más allá de su inmediato eco mediático, y la mejor prueba es el impacto obtenido en Twitter (@libresiguales): 795 seguidores en el momento de escribir estas líneas. ¡Tienen menos seguidores que firmantes! Y lo que es peor: tienen menos seguidores que una afortunada parodia que surgió de inmediato, que llamó a la confusión a muchos (el nombre de la cuenta es @libresiguaIes, la "I" mayúscula aparece exactamente igual que la l minúscula al observar el nombre en Twitter), y que ahora mismo tiene 1228 seguidores. Cuando tu Manifiesto tiene menos personas apoyándolo que gente que quiere reírse de él, es que algo no funciona.
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Guillermo López García es profesor titular de Periodismo de la Universitat de València. @GuillermoLPD
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