VALENCIA. No me produce ningún sonrojo confesar que he leído y admiro las novelas de Jane Austen. En ellas la trama (¿romántica?) es lo de menos. Reflejan la desigualdad social de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, tanto entre hombres y mujeres, como entre la aristocracia y el resto (incluyendo burguesía y trabajadores). Y especialmente las barreras que bloqueaban el ascenso social.
Austen lo plantea desde el punto de vista de las mujeres y, más tarde, Elizabeth Gaskell en "Norte y Sur" se referiría a la burguesía. Justo en esa época se comenzaba a hablar, al otro lado del Canal, de la "aristocracia del mérito" parafraseando a Napoleón y refiriéndose a la naciente función pública francesa.
Thomas Piketty es, precisamente, un catedrático de Economía francés que ha adquirido notoriedad recientemente tanto en los círculos académicos como en los de opinión. Su libro "Capital in the 21st century" es el libro de moda. En él utiliza datos de más de dos siglos (es decir, comienza en la época de Austen y Balzac) y analiza la evolución de la distribución de la renta y de la riqueza en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y otros países europeos, que son los que disponen de estadísticas más o menos fiables a tan largo plazo.
Son dos las principales conclusiones a las que llega: la primera, que la desigualdad se redujo durante la primera mitad del siglo XX (básicamente debido a los efectos de las dos guerras mundiales) pero volvió a crecer desde los años 80 para retornar a niveles de principios del siglo XIX y que el motivo se encuentra en decisiones políticas en el ámbito impositivo y financiero.
En segundo lugar, que la riqueza multiplica unas cinco veces la renta anual de los países, y que existen tendencias que llevan a las naciones a converger (principalmente la difusión de la tecnología) pero también fuerzas que empujan hacia la divergencia. Entre las tendencias divergentes cita dos: la primera, la elevadísima remuneración de una parte de los asalariados (los ejecutivos), que tienen poder para fijar su salario y, la segunda, que el rendimiento del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía. Eso quiere decir que, de seguir así, continuaría aumentando la desigualdad en el futuro. Como corolario, sugiere imponer a nivel mundial un impuesto proporcional sobre la riqueza.
Que un libro escrito por un investigador se haya convertido en un éxito de ventas tiene mucho mérito y demuestra que es un tema que interesa y preocupa. Como buen académico, Piketty pone a disposición de todos los datos que ha utilizado, de manera que sea posible replicar y, como ya ha ocurrido, rebatir sus argumentos.
Durante las últimas semanas han aparecido detractores y defensores de sus postulados, tanto en la prensa económica nacional como en la internacional. Diversos académicos han dado también su opinión en otros foros. Por ejemplo, es muy recomendable el espacio que ha dedicado Project Syndicate. Cabe también destacar las críticas de Chris Giles en el Financial Times y la defensa de The Economist.
Aparte de discrepancias relacionadas con las fuentes de los datos y su tratamiento (que fue lo que originó la polémica en Gran Bretaña) lo que Piketty realmente está planteando es un viejo debate con una elevada carga de connotaciones políticas: crecimiento frente a desigualdad. La pregunta clave es si el crecimiento económico en la sociedad actual es capaz de mejorar la situación de los más desfavorecidos o, si por el contrario, tiende a aumentar la desigualdad. Se trata de una discusión que, en el caso de Piketty, se decanta por esta última posición.
Sin embargo, aunque el autor tiene una gran habilidad argumental y desarrolla su libro de forma lógica, apoyado en años de investigación y datos contundentes, hay diversos factores que no se han tenido en cuenta y que dan lugar a conclusiones bastante distintas. Las críticas se han dirigido no tanto a su primera afirmación (la de que la desigualdad ha aumentado en los países y período que él estudia), sino más bien a la segunda, sobre la riqueza, su crecimiento y sus efectos sobre la desigualdad. Evidentemente, también se ha considerado inviable su impuesto progresivo mundial sobre el capital privado.
Como puede verse aquí, en el gráfico original de Piketty, el capital privado (financiero e inmobiliario) supone entre cuatro y siete veces el PIB anual en los países occidentales, habiendo crecido esta proporción en los últimos dos siglos. Sin embargo, concluir que la mayor rentabilidad del capital privado (frente al crecimiento económico más lento) lleva de forma irreversible a la desigualdad parece demasiado aventurado.
Viendo el ejemplo español podemos observar cómo ha crecido el capital privado (ver gráfico superior): con datos desde 1994 se observa el enorme aumento de la riqueza de las familias durante este período, aunque ha sido el capital financiero el que más ha crecido, pues partía de niveles muy bajos. El inmobiliario, por motivos culturales, era ya elevado a principios de los noventa e, incluso teniendo en cuenta la especulación de estos años, sigue en su mayoría siendo destinado a primera y segunda residencia. Buena parte del ahorro no se reinvierte y, por tanto, es difícil mantener que el rendimiento del capital sea siempre mayor que el ritmo de crecimiento. Lawrence Summers, por ejemplo, mantiene esta posición.
Continuando con estos argumentos, también es necesario tener en cuenta cuáles son los países que Piketty analiza: se centra en los países desarrollados, que son aquellos con datos disponibles a largo plazo. ¿Qué ha ocurrido en el resto del mundo? Como él mismo dice, el principal mecanismo de convergencia es la difusión tecnológica. Y dicha difusión se consigue gracias a la inversión extranjera directa (es decir, el capital invertido en otros países) y que procede de los más avanzados.
Kenneth Rogoff defiende que si se observara cómo ha evolucionado la riqueza a nivel mundial se concluiría que los habitantes de los países más pobres sí se han beneficiado del crecimiento y de la globalización: para ellos la desigualdad se ha reducido. Pero ésta es una vieja idea y el principal motivo que se esgrime a favor de la integración económica internacional. Por ejemplo, ya en 2003 Guillermo de la Dehesa publicó el libro "Globalización, desigualdad y pobreza", donde defendía estos mismos argumentos y, aunque temporalmente podamos observar mayor desigualdad dentro de algunos países, las comparaciones internacionales ofrecen una imagen muy distinta.
En realidad, hace dos siglos, en tiempos de Jane Austen, Gran Bretaña era la metrópolis e India, por ejemplo, una de las colonias donde estaban destinados algunos de sus personajes. No hace falta disponer de datos para inferir que en la India la desigualdad se ha reducido.
En cualquier caso, nadie discute que la desigualdad haya crecido en Europa y Estados Unidos. Lo difícil es reducirla sin poner en peligro la capacidad de crecimiento económico ni anular los incentivos. Sin embargo, también señala Piketty en su libro que el tramo donde más ha aumentado la desigualdad es en la diferencia de renta entre ese 0.1% de los grandes ejecutivos y el restante 10% superior en Francia, Gran Bretaña o España.
Muchos coincidimos con Piketty al identificar a algunos asalariados (la mayoría no son herederos de las grandes fortunas) con enorme poder económico y político cuyos (altísimos) sueldos son difíciles de justificar y que, en muchas ocasiones, han llegado allí gracias a sus contactos. El "crony capitalism" o, en términos castizos, el capitalismo de amigotes, es el fenómeno que Piketty describe y que contrasta frontalmente con el antes mencionado principio republicano francés de la aristocracia del mérito con la que el propio Piketty se identifica.
De ellos desconfía la gauche divine y las élites educadas (pero de rentas modestas) de los países ricos, no sea que los cronies que nos gobiernan no tengan el corazón en el lugar correcto.
Estimada Mariam, Excelente artículo, con rigor científico, académico y literario, donde explicas claramente las diferentes opiniones de moda sobre Pikety y las críticas. Además dejas abierta la puerta a la reflexión del lector, sin dejar manifiesta tu opinión a favor o en contra, aunque bien matizada. De verdad mi más sentida enhorabuena por este y tus artículos anteriores. Además en Valencia tenemos muy fresco este "Capitalismo de los amigotes" y no sé muy bien como acabará... Recomiendo igualmente dos libros más: "Utopía del Capitalismo" de Chesterton, a base de artículos de prensa como el que acabas de realizar, y "Antropología del Capitalismo" de Rafael Termes. Dos libros prácticamente contrapuestos pero muy bien escritos y con mucho contenido. Bien es cierto que hay que tener en cuenta el contexto de uno y otro para entenderlo. Muchas gracias de nuevo.
Recomendable la revisión a fondo del libro en el blog de Xavier Sala i Martí. http://salaimartin.com/randomthoughts/item/720-piketty-y-capital-en-el-siglo-xxi.html Crítico con las consecuencias que extrae Piketty ... pero sin negar las premisas.
Interesante artículo. Gracias por la recomendación del libro. La economía académica tiene su réplica en la sabiduría popular. Mi suegro siempre ha defendido que "no hay riqueza para todos pero sí pobreza para todos". La globalización nos empuja a largo plazo, hacia un punto de convergencia entre economías en la que los "esclavos" indios lo continuarán siendo, y los europeos que habían conquistado unos mínimos de bienestar perderán poco a poco esos derechos hasta llegar a ser tan esclavos como los indios. Ante esta texitura es muy probable (como se ha comprobado en las últimas europeas) el auge de posturas políticas que apuesten por el proteccionismo nacional. O sea, el cierre de fronteras. Ante este probable futuro político, la medida de gravar proporcionalmente la riqueza que propone Piketty, me parece una medida casi neoconservadora: si no se hace, la creciente desigualdad provocará el final de la globalización por decisones políticas en los países occidentales. Gravar la riqueza fomentando su reparto, es una condición imprescindible para que todo continúe igual.
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