VALENCIA. A una semana de las elecciones al Parlamento Europeo (PE), quizá el aspecto más comentado de estos comicios, al menos en España, es la desafección de los ciudadanos ante esta votación. Se espera que la participación no llegue ni al 50% y que empeore respecto a convocatorias anteriores. Esto contrasta con los cambios introducidos en la última reforma del Tratado de la UE y que dan al PE mucho más protagonismo en el proceso legislativo europeo, en un intento por dotar de mayor legitimidad democrática a la UE. Por primera vez los partidos europeos presentan candidatos para la Presidencia de la Comisión Europea, habiéndose celebrado un debate entre los principales candidatos, retransmitido por Eurovisión, el pasado día 15 de mayo.
Pero lo cierto es que no se suele hablar de los grandes temas europeos durante estas campañas electorales. En ello coinciden todos los países europeos, pues los debates se suelen centrar más bien en la política interna y en algunas generalidades sobre la UE, con menciones a la importancia que la UE tiene para la vida diaria del ciudadano y poco más. Y que esto sea así explica, en gran medida, la desafección de los votantes y la creciente abstención. Porque nadie alude ni intenta responder a las preguntas que son centrales para el futuro de la UE.
No se habla sobre si se va a avanzar hacia el federalismo, ni tampoco sobre si se va a mutualizar la enorme deuda de los países periféricos. Porque, en realidad, existe una evidente contradicción entre el elevado nivel de integración económica y financiera y la inexistencia de una unión política. Si la UE fuera una unión política y estuviéramos eligiendo de forma directa, por ejemplo, a nuestro presidente, una cuestión fundamental sería qué medidas se iban a tomar para paliar el elevado desempleo del sur de Europa o cómo reducir las diferencias en el coste de financiación de las empresas de países del norte y del sur. Y los candidatos tendrían que pronunciarse.
En los últimos años en un buen número de países europeos han aparecido partidos (de derechas y de izquierdas) cuya característica definitoria es el euroescepticismo. Son notables excepciones España, Portugal e Irlanda, tres países periféricos donde las notables dificultades económicas no han generado estos movimientos. En cambio, tanto en Italia como en Grecia este fenómeno ha aparecido y promete continuar. En un informe del Deutsche Bank sobre las proyecciones de estos partidos, se muestra que, aunque los euroescépticos van a mejorar sus resultados, no tendrán capacidad de influencia política, tanto por el insuficiente número de escaños que pueden lograr como por sus discrepancias ideológicas.
La Comisión Europea realiza desde 1973 una encuesta de opinión, denominada Eurobarómetro, dos veces al año. Con la previsión de los comicios del día 25, en diciembre pasado preguntó por el grado de confianza en las instituciones europeas y, entre ellas, el Parlamento Europeo. España es el segundo país con mayor desconfianza, un 67%, sólo superada por Grecia (68%) y por delante de ¡Gran Bretaña!, donde esta cifra es de un 60%.
En el polo opuesto se sitúan daneses, luxemburgueses y belgas. Seguramente este resultado refleja una valoración general de todas las instituciones europeas, pues pocos saben que realmente el PE tiene un papel de control y contrapeso a la Comisión Europea, cuyos representantes son elegidos por los ciudadanos, mientras que las demás instituciones no cuentan con un grado de legitimidad semejante.
Con frecuencia los detractores del proceso de integración comunitaria utilizan para referirse a la UE el término "la Europa de los mercaderes", aludiendo a que lo que hay detrás de dicho proceso son los intereses económicos. Lo que cabría preguntarse, al menos en el caso de los países de la periferia, es si esto ha sido realmente así. En el caso de España, ¿estamos mejor después de casi 30 años de pertenencia a la UE? En términos económicos, se trataría de saber si los países periféricos han convergido hacia los países centrales de la UE. Comparemos la percepción de los ciudadanos con datos de cómo ha evolucionado la renta por habitante comparada con los países que han sido siempre nuestra referencia la UE-15.
La pregunta del Eurobarómetro (Gráfico2) es si piensa el entrevistado que ha sido beneficioso para su país pertenecer a la UE (la línea verde indica porcentaje de valoraciones positivas, mientras que la roja recoge las negativas). En los países periféricos la respuesta mayoritaria es que la adhesión ha sido beneficiosa. Tanto en Grecia como en Italia y Portugal siempre (hasta 2011) una gran mayoría respondía positivamente. España, país generalmente eurooptimista, ha combinado períodos de mayoría positiva con otros negativos. Como contraposición, en el Reino Unido predominan los escépticos y en Alemania la opinión ha sido, en general, que la UE ha resultado beneficiosa, aunque los insatisfechos han crecido siempre que la economía entraba en crisis.
Comparándolo con los datos reales (Gráfico 3), cuando España entró en la UE su renta per cápita no llegaba al 80% de la media de la UE-15. En 1997 superó la barrera del 80% y en 2005 la del 90%. Desde entonces ha descendido y representa en 2013 el 86%. ¿Qué ha ocurrido con el resto de la periferia? Por un lado se encuentra Irlanda, que partiendo de una posición peor que España convergió hacia los más ricos y que, a pesar de la crisis, tiene más renta per cápita que Italia y vuelve a acercarse a la media.
Italia, partiendo por encima de la media, sufrió estancamiento en los años 90 y desde 2000 ha ido descendiendo. Su renta per cápita actualmente se encuentra 10 puntos por debajo de la media. Grecia tenía, en 1991, más renta per cápita que Irlanda. A pesar de mejorar desde su ingreso en la zona euro en 2001, la crisis la ha dejado peor que empezó. Portugal, por su parte, no ha conseguido en todos estos años converger: partiendo de un 67% no ha superado la barrera del 70% en todos estos años y ha terminado 2013 con la misma cifra de partida.
Sin embargo, los ricos también lloran: Alemania, como muestra el gráfico, empieza y acaba el período con la misma renta per cápita, es decir, alrededor de 15 puntos por encima de la media. Visto así, sólo España e Irlanda han acabado, tras 25 años, mejor que empezaron.
No parece, por tanto, que el único objetivo de la integración europea haya sido el económico. Si fuera así y si se percibiera de esta forma, muchos países podrían hablar de un fracaso. Pero, como ocurre frecuentemente, no sabemos cuál habría sido el devenir de Portugal, Italia o Grecia fuera de la UE. Es necesario salir de la situación derivada de la crisis para poder hacer balance riguroso de resultados. Mientras tanto, el euro continúa siendo nuestra moneda común y se mantiene como divisa fuerte en los mercados internacionales. ¿De verdad alguno de nosotros preferiría volver a la peseta?
En realidad, el proyecto europeo es algo más que una serie de acuerdos comerciales y monetarios entre un grupo de países. Es una estrategia vital y política adoptada hace más de medio siglo por personajes visionarios que entendieron que el futuro de nuestro continente dependía de que eliminásemos las fronteras que nos separan.
La integración europea ha avanzado lentamente precisamente porque las crisis con las que periódicamente nos hemos ido enfrentando nos asustan y cada vez que ha surgido una de ellas hemos vuelto a mirar hacia dentro y a replantearnos la integración. Pero visto con la perspectiva de todas las décadas que llevamos juntos, comprendemos fácilmente que, más allá de la complicadísima situación que nos ahoga, hay que seguir construyendo Europa. Y la contribución del ciudadano comienza conociéndola mejor y votando a nuestros representantes.
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