El veterano y experto periodista García Abad responde en este artículo al profesor universitario Manuel Illueca y su artículo sobre la responsabilidad de los medios en la generación de la crisis
MADRID. Me ha interesado mucho el artículo del profesor Illueca: "Medios de comunicación
y crisis financiera: ¿por qué nadie la vio llegar?". El ilustre profesor de la Universidad Jaume I de Castellón formula una cuestión interesante y turbadora partiendo de la pregunta planteada por la reina Isabel II de Inglaterra el 5 de Noviembre de 2008, en un solemne acto académico celebrado en la London School of Economics: "Why did no one see it coming?" (¿Por qué nadie la vio llegar?).
El profesor valenciano viene a decir, en esencia, que nadie vio venir la crisis pero que los economistas ya lo han pagado caro en términos de reputación mientras que los periodistas nos hemos ido de rositas a pesar de que tenemos bastante culpa con el agravante de la gran influencia que nos atribuye. Y añade el profesor que ahora, cuando estamos presos de patas en la crisis, compensamos nuestra ceguera anterior cargando en exceso las tintas.
Antes de seguir quisiera dejar bien sentado que no tengo ni una gota de sangre corporativista y que estimo, y así lo he expresado en numerosos artículos, que el trabajo periodístico es manifiestamente mejorable, como el cultivo de ciertos latifundios. No voy pues a desenvainar mi pluma en defensa de la prensa ni de los periodistas.
Por el contrario, quiero agradecer al profesor Illueca que ponga el dedo en algunas llagas de la clase periodística. Su brillante exposición me anima a formular algunas opiniones, en tono menor, respecto a la naturaleza y el papel que desempeñan los medios de difusión y su responsabilidad en el proceso económico y en la terrible crisis en la que seguimos atrapados.
Cero en profecía
Serían pertinentes algunas dosis de humildad en lo que se refiere a la previsión de los grandes acontecimientos históricos antes de pedir responsabilidades a quienes no lo vieron o no los vimos venir. Nadie pudo prever que el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo provocaría la Primera Guerra Mundial; ni el derrumbamiento del comunismo. Ni, algo que viene a colación, el crack del 29, ni siquiera después del célebre jueves negro del 24 de octubre del mismo año. Y en otra dimensión y a escala española, ¿quien hubiera podido prever que de la esplendorosa apariencia de las cajas de ahorro, la mitad del sistema financiero hispano, solo quedaran vivas media docena?
El caso de la gran crisis de los años treinta es especialmente significativo en relación con la crisis actual pues los rectores económicos de las grandes potencias de entonces no solo no vislumbraron la tormenta que se avecinaba sino que la provocaron con su empecinamiento. (Véase el apasionante libro "Los Señores de las Finanzas" de Liaquat Ahamed. Ediciones Deusto. Octubre, 2010).
Si la Economía no es una ciencia exacta la política no es ni ciencia y no hace falta insistir en la escasa fiabilidad del olfato periodístico. A los economistas les cuesta hacer un diagnóstico preciso sobre cualquier materia que se les plantee. Son maestros en el uso de adversativos, en los "peros" y "sin embargo".
El presidente de los Estados Unidos Harry S. Truman lo expresó con alguna ironía cuando pidió que le enviaran un economista manco pues estaba harto de que cuando pedía una solución a un problema concluían con la frase: "In one hand... in de other...". Solo se muestran seguros cuando profetizan el pasado y cuando se lanzan con una opinión concreta son virtuosos en el arte de explicar por qué no sucedieron las cosas como habían pronosticado. Los periodistas no somos precisamente mancos pero la profecía no es lo nuestro.
Es evidente que la culpa de la crisis que se manifiesta a partir de 2007 se debe mayormente a las prácticas irresponsables de las entidades financieras y al fallo de las autoridades económicas y políticas que debían controlarlas.
La pregunta más pertinente en el asunto que nos ocupa es cómo no se percataron de la tormenta que se avecinaba las instituciones ad hoc: los rectores de la Reserva Federal de los Estados Unidos, los del Fondo Monetario Internacional, de la OCDE, de la Comisión Europea y demás, así como los flamantes think tank, los servicios de estudios de los bancos, los gurús económicos, las agencias de rating, etc. Y en lo que se refiere a la vertiente española, de forma especial, el Banco de España que negó la burbuja inmobiliaria y que cuando no pudo negarla confió en que en un par de años la situación se normalizaría por si sola.
El periodista sabe muy poco de casi todo
¿Es culpable la prensa de no enterarse de lo que iba a pasar? No lo creo. Los periodistas no nos ocupamos del futuro sino del presente que ya es bastante. El periodista, aún el especializado en cuestiones económicas, es un generalista. Sabe muy poco o casi nada sobre casi todo. La economía es un territorio demasiado amplio. Lo que el periodista sabe o debe saber es quién sabe, a quién preguntar. Lo pregunta y lo escribe de forma que se entienda. Es un intermediario, un divulgador.
Pregunta a los gobernantes, a los empresarios, a los economistas, a los sindicalistas, a los consumidores, a los inversores, asume las respuestas y trata de explicarlas en el lenguaje más inteligible posible a un amplio público.
Pero una cosa son los periodistas y otra los que escriben en los periódicos. Los medios recogen artículos de los grandes gurús económicos. Su responsabilidad se limita a ser una plataforma, un medio de difusión. Señalarles responsabilidad al respecto es como acusar a las editoriales que publican los libros de los sabios, a las imprentas que los imprimen o a el éter que las transmite.
En el gremio periodístico se ha planteado un viejo debate sobre las aportaciones de los expertos a los periódicos. Nos quejábamos en la Asociación de Periodistas de Información Económica que tuve el honor de presidir que en España, a diferencia de lo que ocurría en otros países y notablemente en los Estados Unidos los doctos, premios Nobel incluidos, no solían escribir en los periódicos.
Ahora no podemos quejarnos de ello. Por el contrario, a los "sabios" ya no se les caen los anillos por publicar en los periódicos. Y asistimos a un fenómeno llamativo: la proliferación de comandos de economistas impartiendo doctrina, agrupaciones de economistas que actúan como cuasipartidos a los que le damos amplia resonancia.
Resalta el profesor Illueca el papel relevante del periodismo financiero. Asegura que "los medios tenían por tanto capacidad para trasladar al mercado información acerca de las conductas que hemos conocido desde el estallido de la burbuja inmobiliaria: la connivencia entre políticos y gestores, el crédito alegremente concedido para financiar proyectos ruinosos, tanto públicos como privados, la manipulación en las cuentas anuales, y en general, la falta de competencia y capacitación profesional de muchos de los gestores para el ejercicio de sus funciones". Y añade que "Tras asistir atónitos a la quiebra de la mitad de nuestro sistema financiero, podemos concluir que ningún medio de comunicación español avisó de antemano de la probabilidad de que una sola caja de ahorros pudiera tener algún problema de liquidez o solvencia".
No le falta razón al profesor pero quizás idealice las posibilidades del periodismo, especialmente en lo que a España se refiere. El periodista no es un auditor que pueda entrar en las tripas de los bancos y cajas. Salvo que obtenga una filtración sobre lo que verdaderamente ocurre en los sancta sanctorum de la empresa tiene que valerse del trabajo de los auditores que, por cierto, han tenido una gran responsabildad en el desastre. El caso de Deloitte en la certificación del estado de salud de Bankia es especialmente significativo.
El profesional de la prensa tiene que valerse de los dictámenes de las agencias de rating que, también por cierto, tienen una responsabilidad similar; el periodista no puede acceder a los informes de los inspectores del Banco de España o de la Agencia Tributaria.
Ciertamente que hay periodistas negligentes y hasta cómplices; que no siempre calibran la fiabilidad de sus fuentes, con frecuencia envenenadas; que con frecuencia admiten de forma acrítica las versiones oficiales de empresarios o inversores. Pero los periodistas no somos jueces. Ni los periodistas ni los periódicos somos suicidas para arriesgarnos a una querella. Y desde luego un medio difícilmente se arriesgará a perder los ingresos de los grandes anunciantes.
A todas estas dificultades se añade el deterioro económico de los medios de prensa que son los que más han sufrido la crisis casi a la par que las constructoras e inmobiliarias. Los medios se han descapitalizado con la expulsión de los mejores, de los más experimentados que han sido sustituidos por becarios. Si ya antes de la crisis era muy difícil que a un periodista se le permitiera dedicar algún tiempo al seguimiento de una sospecha, ahora es casi imposible.
Dice el profesor Illueca que ahora la prensa, que no denunció las corruptelas, se ha hecho hipercrítica. Algo que por cierto también se ha producido en las agencias de rating, en los gurús económicos y demás. Es normal que ello ocurra. Lo chocante sería que no ocurriera.
El periodista tiene ahora menos medios para la investigación pero se beneficia, entre otras novedades, de la judialización creciente de la crisis. Del fin o del principio del fin de la impunidad de los gestores empresariales. De que algunos jueces se hayan lanzado a degüello a dirimir responsabilidades penales de los que hasta hace poco eran intocables.
Al profesor Illueca no se le ocultan las dificultades de nuestra labor. Acierta plenamente cuando denuncia agudamente la manipulación que ejercen los inversores y reconoce que durante muchos años, algunas cajas de ahorros españolas negaron a los periodistas la oportunidad de presenciar el desarrollo de sus Juntas Generales. "El periodismo -señala acertadamente- se había convertido en una molestia, una piedra en el camino de una sociedad en tránsito hacia el bienestar completo y definitivo".
También acierta al señalar que "el periodista se autocensura por miedo a las consecuencias económicas de la información que revela a sus propios lectores". La autocensura es, desde mi punto de vista muy peligrosa, es la versión moderna de la censura. Muchos periodistas se someten a ella no solo por los patrióticos motivos de no crear alarma económica o social sino por no contrariar los intereses de los medios de los que viven.
En definitiva, el ilustre profesor valenciano ha hecho un buen trabajo y aporta interesantes opiniones sobre nuestro trabajo que los periodistas debemos agradecer. Es posible que nuestra mala praxis, vista a toro pasado, no haya contribuido a frenar una tendencia suicida. Sin embargo, respecto a la académica pregunta que formuló la reina Isabel II del Reino Unido no creo que tenga razón al meternos en el mismo saco que los economistas de no ver venir la crisis. La profecía no es nuestro trabajo.
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* José García Abad es periodista especialiado en información económica y financiera con una extensa experiencia en diferentes medios de comunicación. Es presidente y editor del Grupo Nuevo Lunes y ha escrito varios libros sobre la Familia Real española.
En España las escuelas de periodismo son las mismas para todos. Los profesores también son los mismos para todos. Pero los alumnos todos no son iguales, y con independencia de su realidad inteligente cada cual tiene su corazón y sentimientos, que se potenciarán o frustrarán según después con quién o donde trabaje. Cosa que da unos periódicos, radios y televisiones, controladas por grupos económicos que condicionan la información. Y creyendo de normal la mayor parte de los españoles que la prensa es libre, si lo es, pero para vender al precio que cree conveniente la información que recaba. Que puede publicar, callar, o amañar; o intencionadamente cambiar. Y como lo que no se escribe no existe ¿? pues esa es la realidad que vive la sociedad. Que de centrarnos dicha realidad española, podemos decir con la mano en el fuego -que vive engañada por sus políticos y los medios de comunicación. Pues en España no existe ni un solo medio realmente independiente. Cosa que de inmediato notan todos cuantos demócratas nos vistan. So. Andrés Castellano Martí.
Suscribo totalmente la afirmación de D. José: "La profecía no es nuestro trabajo". Sin embargo, algunos artículos que se publican, si parecen argumentos proféticos; en atención a la falta de datos objetivos y a la carga importante de "opinión sesgada" que contienen, que lógicamente no es su caso. No obstante, cuando el periodismo tiene el apellido "económico", éste si tiene la voluntad de especialización en un marco determinado y quienes están en ello, si tienen cierta responsabilidad (no punitiva, claro) en haber o no detectado lo que estaba sucediendo, porque su trabajo está acotado en ese campo, son expertos. En mi caso, la noticia o la falta de noticia, en los medios en los que tengo depositada mi confianza, es determinantes en la conformación de mi opinión. He desarrollado mi actividad laboral en la empresa privada, por razón de mi trabajo, tuve que elaborar muchos presupuestos y planes de negocio. Tardé años en interiorizar, que la planificación, no es una profecía; sino la explicitación numérica del devenir en función de la situación actual y las expectativas de negocio; que permite a su vez, controlar la actividad a través del análisis de las desviaciones con la actividad real. En definitiva, es una opinión fundamentada, para señalar el “camino” estratégico. D. José, agradezco mucho el tono de su artículo de opinión y también la del Ilustre profesor Illueca – como Vd. lo identifica - , porque en un entorno cargado de acritud, malos modos y descalificaciones; bien venido sea el debate civilizado, a pesar de la distancia que haya en la opinión de quienes lo plantean. Este “formato” conformado con un tipo de opinión exento de sensacionalismo, haría despertar un mayor interés por la lectura. Un cordial saludo.
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