VALENCIA. "Este año será mejor que el pasado, pero peor que el que viene. El pesimismo está en retirada en nuestro país", declaró Mariano Rajoy durante la reciente convención del Partido Popular de la Comunidad Valenciana en Peñíscola. Ignorando el inevitable recuerdo no muy lejano de quienes auguraron brotes verdes con demasiada anticipación, e incluso los desalentadores datos del reciente índice de confianza elaborado por el CIS, nuestro presidente del gobierno parece seguir la línea resumida por el psicólogo estadounidense William James (1842-1910), quien afirmaba que "el pesimismo conduce a la debilidad; el optimismo al poder".
Más recientemente el psicólogo Martin Seligman, desarrollador del concepto de psicología positiva ha constatado la relación directa entre optimismo y política, y, tras estudiar numerosos procesos electorales a la presidencia de Estados Unidos, concluyó que los candidatos de estilo más sombrío tienden a ser más pasivos, que los votantes prefieren al candidato más optimista (o en nuestros tiempos, al menos deprimido), y que cuanto más pesimista sea el candidato menor es la esperanza que despierta en el votante. Y es que, como decía Nietszche (1844-1900), "la esperanza es un estimulante vital muy superior a la suerte".
Aunque una aseveración como la de Rajoy, y más viniendo de un político, nos rememora la advertencia de Quevedo (1580-1645), de que "nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir", lo cierto es que no se le puede culpar, ya que los estudios científicos demuestran que al menos el 80% de los seres humanos estamos expuestos a una ilusión cognitiva por la cual tendemos a sobrestimar nuestras posibilidades de tener experiencias positivas, al tiempo que infravaloramos las probabilidades de lo contrario. O como resume ingenuamente el personaje interpretado por Lindsay Duncan en Bajo el sol de la Toscana: "Si mantienes el entusiasmo de un niño, las cosas saldrán como quieres".
Esto hace que en general nuestra especie sea más optimista que pesimista, si bien con frecuencia olvidamos los hechos, según advierte la neurocientífica Tali Sharot, quien añade que el optimismo que solemos sentir es más bien sobre nosotros mismos, pero no tanto respecto a la situación y destino de nuestros conciudadanos y de nuestro país; y en esto sí que Rajoy parece apartarse de la tendencia.
En efecto, el mencionado índice de confianza valora indicadores relativos a la situación actual y a las expectativas de futuro en un rango entre 0 y 200 puntos, de modo que por encima de 100 indica una percepción positiva de los consumidores y por debajo de 100 una percepción negativa.Los resultados de mayo pasado otorgan una valoración promedio de 50,8 puntos, (5,9 puntos por debajo del dato del mes anterior), y ello porque tanto la valoración de la situación actual (35,8) como la de las expectativas (65,8), empeoran.
En cualquier caso, ser optimista no es malo en absoluto, siempre que se sea consciente de ese sesgo. Los optimistas no se rinden con la misma facilidad que los pesimistas y se autoafirman incluso en situaciones en las que el resultado no les es favorable, hasta el punto que algunos estudios revelan que los optimistas trabajan más horas, son más perseverantes y acaban ganando más dinero. Se observa así que el optimismo se convierte en una competencia emocional evidenciable en comportamientos concretos tales como los que recoge Daniel Goleman: insistir en la consecución de los objetivos pese a los obstáculos, actuar más desde la expectativa del éxito que desde el miedo al fracaso, y considerar que los contratiempos se deben más a circunstancias controlables que a fallos personales.
Y para salvar los riesgos de una ilusión alejada de la realidad bastará seguir los consejos de la mencionada Sharot: planificar y controlar los costes y tiempos de los proyectos para compensar esa tendencia optimista, de modo que el resultado sea más coincidente con la expectativa imaginada de inicio. Es decir, hay que buscar un contrapeso consciente, que nos acerque a la realidad. O en palabras del escritor inglés, William G. Ward (1812-1882), mientras "el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, y el realista ajusta las velas". Porque, como afirma el personaje de Robert de Niro en Manuale d´amore 3, "la vida no es la que estamos viviendo, sino la que nos queda por vivir, aunque creamos que hemos vivido mucho de todo".
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