VALENCIA. Siempre me he preciado de decir la verdad. Siempre o casi siempre. Uno tiene sus defectos, naturalmente, y lo digo así con una frase impersonal para que se note que tengo la vanidad como un mal vicio ético, estético y cosmético. Y lingüístico, si nos ponemos. Uno tiene sus defectos, decía, pero los míos no creo que pasen (precisamente) por escamotear la verdad.
Yo no soy nadie, ni lo pretendiera, pero eso sí, mentir es empezar a claudicar. La verdad, en cambio, es apreciada desde siempre, en todas partes, tanto por místicos errantes como por divas con pintalabios rojo. Gurús de tribus africanas. Filósofos alemanes. Budistas de naranja. Pintores del siglo XIX. Protagonistas heroicos del Ramayana. El Mio Cid. Justin Bieber. El libro del Deuteronomio. Hillary Clinton. Mírame a la cara y dime que me quieres. Y aquel marido presidente terminó confesándole que lo del semen en la falda de su becaria era verdad, una verdad amarilla, amarga, angustiosa, como una tarde reseca con viento de poniente.
Siempre hemos sabido, tú y yo, enfrentarnos a la verdad mucho mejor que a la mentira. Ellos, el resto vacilante, el infierno de Camus, no acaban de creernos. La verdad, ya lo decía Hegel, es como un inmenso algodón de azúcar: deseable pero ingrato, se nos pega al paladar y a los dedos. Y chupar es mucho peor. Lo complica todo. Pero si lo venden en las ferias, el algodón de azúcar, decía, es por algo. Dulce y rosa, como una promesa.
Hace poco intentaron convencerme de lo contrario, y de la manera más torpe. Era una de esas tardes en que uno acaba, casi sin quererlo, en una conferencia prácticamente a solas con el conferenciante. ¿Cómo llega uno a ese estado palmario de soledad? Soledad, la suya, la mía y la nuestra. No lo sé. El caso es que allá estaba el conferenciante impartiendo lecciones sobre (coge aire, y lee todo seguido) las nuevas formas de relación entre distintas subjetividades en la época contemporánea (pausa, respira, continúa) o el desarrollo de nuevas prácticas de actuación dentro de campos de comunicación e interacción virtuales.
"¿Por qué mentimos en internet?", dijo de repente interrumpiendo su discurso monótono en medio de la sala vacía. E hizo un silencio intimidatorio. "Oiga, mentirá usted", respondí para mis adentros. "Me refiero... no obviamente a mentir diciendo cosasque no son verdad"... y el mundo se paró... "sino a mentir, digamos, sobreexcitando la realidad". Sobreexcitando. Juro que lo dijo.
"Quisiera presentarles una web que nos puede ilustrar sobre el particular", anunció. Y torpemente escribió una dirección sobre la barra del navegador, mientras el poco público que atendíamos, ahora sí, con interés, mirábamos la desproporcionada pantalla que refulgía a espaldas del conferenciante. Y con espanto leímos que tecleaba: vota-mi-cuerpo-punto-com.
"No puede ser", pensé. Y eché una ojeada nerviosa a mi alrededor. El conferenciante empezó a teorizar sobre la proyección de imágenes que realizamos de nosotros mismos en nuestro entorno. Sobre esa sobreexcitación del yo. "Aquí se puede ver cómo fundamentalmente jóvenes escogen su posición en el mundo: su actitud, su ropa (o no), su gesto, su contexto, su atmósfera, su ambiente...", y en la pantalla, a tamaño natural, lucía un adolescente de torso desnudo haciéndose una foto en el cristal de un cuarto de baño. "Pepex", de Girona.
"No puede ser", volví a pensar. "El enfoque seleccionado revela los rasgos destacables que el joven, la joven, o todos nosotros en definitiva, pretendemos remarcar sobre nuestra personalidad y nuestro cuerpo". Y pasó a mostrarnos un contrapicado femenino que apuntaba donde tenía que apuntar, mientras una chica apretaba el mentón con firmeza y sostenía la mirada de ojos azules a la cámara. Era rubia, pero se llamaba "Ke_Morena", y era de Las Palmas.
"Perdone, lo de ‘todos nosotros' le aseguro que no va por mí. En todo caso hable de Ke_Morena, de Las Palmas", le dije al acabar la conferencia, que, dicho sea de paso, fue aplaudida con total corrección (faltaría más...). "Joven, usted no ha aprendido nada", me soltó inesperadamente. Lo de "joven" ya me dejó fuera de juego. "Debería saber que la verdad de lo que somos responde, en realidad, a una imagen que proyectamos insistentemente sobre los demás", continuó. "Yo escogí ejemplos deliciosos para contrastarlo". Se le veía mayor. Cansado. Aburrido. "Usted no hace nada distinto en su vida diaria", sentenció.
"Enseñe las fotos de sus vacaciones, comente la experiencia de montar en elefante, explique las razones de hacerse un tatuaje... yo no sé...", y comenzó a subir la voz y a bajar los párpados hasta mantener prácticamente cerrados los ojos. "Todo eso será falso", cortó. "No igual de falso que no hacerlo, me refiero, sino falso por sobreexcitación", y me dio un codazo amistoso y añadió con gracia: "usted ya me entiende...".
Y la verdad es que no.
Dejamos la discusión en ese punto, y yo salí molesto por haber perdido la tarde entre mentiras. La vida, en cambio, siempre responde a lo que uno pregunta, quiera o no quiera, y al llegar a casa volví a meterme en la web. Vota mi cuerpo. Anduve mirando por arriba, por abajo, casi por dentro. Y en algún momento me animé: "¿eres de verdad?", le escribí a Pepex y a Ke_Morena. Me recosté en la silla como esperando.
Él me respondió al momento: "¿Qué?", pero sin tilde ni nada. Ella tardó un poco más: "Yo sí. ¿Y tú?". Horror... "Yo no", le dije improvisando. Y me desconecté sin saber si estaba diciendo la verdad o no. Al día siguiente tampoco sabía si había dicho la verdad o no. Ni al otro. Ni siquiera ahora cuando escribo esto, yo, que siempre me he preciado de decir la verdad.
¡Buena reflexión! A todos nos ha pasado algo similar pero tú lo has descrito muy bien. Enhorabuena, José
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