El cortoplacismo de gran parte de las élites españolas impide planificar en el tiempo para alcanzar objetivos de Estado ambiciosos y estables
MADRID. Creo que uno de los mayores problemas de España es que una gran parte de las élites con responsabilidades políticas, empresariales y hasta sociales, tienen una mentalidad cortoplacista y en lugar de imponerse objetivos ambiciosos, imposibles de realizar en poco tiempo, se marcan otros más asequibles y a corto plazo, que además de ser generalmente peores irremediablemente se ven afectados por el día a día y terminan por ser lo que no eran. Dicho de otra forma, se malogran.
Este cortoplacismo, absolutamente endémico en la clase política del país, que debe renovarse por imperativo legal cada cuatro años, convierte a muchos políticos en poco más que gestores de su imagen, lo único imprescindible para asegurarse la reelección cuando se trabaja tan a corto plazo que las más de las veces en mejor ni levantar las alfombras de los despachos. Y la imagen tiene mucho que ver con el marketing, disciplina económica a la que tengo mucho respeto pero que creo que está para vender productos y servicios.
Y estamos hablando de otra cosa. De modo que a veces en lugar de tener políticos gestionando los intereses públicos, los tenemos haciendo marketing político, con esos mensajes cortos e intensos que se llaman argumentarios y que, aunque dejan bien cerrado el asunto para salir del paso, nunca abordan las cuestiones con la intensidad y el rigor que merecen.
Y en la clase empresarial sucede exactamente igual, una cosa es la gestión y otra cómo se vende, asunto en el que demasiados empresarios suelen centrar sus verdaderos esfuerzos, ya que al final eso será lo que consiga mantenerles más años en la poltrona, ajustándose a los permanentes equilibrios de poder.
Y que conste que tengo el máximo respeto a la profesionalización de las políticas de imagen, como sucede en Estados Unidos. Pero es que esa democracia, pese a sus muchas imperfecciones tiene una cosa que es básica y que se puede resumir en la frase de "luz y taquígrafos". Casi todo está permitido en este sentido, pero tiene que hacerse a plena luz del día, no clandestinamente, ni de noche como sucedió en el Hotel Watergate, cuyas consecuencias, todos conocemos.
Los norteamericanos se inventaron la palabra "lobby" y todos ellos llevan en las reuniones colgadas unas tarjetas para que se sepa a quién representan, cosa que por estas latitudes brilla por su ausencia. De manera que allí es mucho más fácil hacerse una idea del terreno que uno pisa, del escenario donde se juega la partida, en definitiva, de un mapa para seguir jugando, a diferencia de España donde nunca se sabe a quién representan los personajes de esas reuniones, nadie lleva colgada una tarjetita con su cargo y su empresa, y así el terreno de juego acostumbra a convertirse en una auténtica jungla de empresarios, políticos, lobistas y cómo no también de periodistas. Además, con los papeles cambiados en demasiadas ocasiones.
Hay países, generalmente antiguas democracias europeas, como Reino Unido o Francia, que desde siempre me han dado una sana envidia en cómo trabajan el largo plazo, como planifican con mucha antelación al margen de la coyuntura política y las necesidades partidistas. Y creo que obtienen grandes ventajas de ello. Es muy difícil que Francia pierda una votación crucial para sus intereses en cualquiera de los miles de organismos o de comisiones que hay en la Unión Europea.
Lo que deduzco que se debe a que tiene colocados en esas reuniones a las personas necesarias para salvar el trance de acuerdo a sus intereses. Lo planificaron a tiempo y siguieron una estrategia para ello aunque fueran los descansos de la competencia. De otra forma sería impensable que, a estas alturas de la unidad europea, este país siga teniendo, por ejemplo, un sector público empresarial desproporcionado (EDF, GDF, Air France, etc), mantenga colonias fuera de sus fronteras o que la Política Agraria Común (PAC) sea la que más presupuesto siga consumiendo en la Unión Europea, tal como les conviene a nuestros vecinos, y por cierto tampoco nos va mal a nosotros.
Pero todo eso sería imposible si no hubiera habido antes una planificación rigurosa, que fijase primero bien los objetivos y luego pusiera en marcha un plan y una maquinaria para llevarlos a cabo. Probablemente los políticos y empresarios franceses se parecen a los españoles, pero hay una cosa que les diferencia y es que han sido capaces de dejar crecer bajo su tutela una clase funcionarial y técnica de primer nivel que se dedica a lo que tiene que dedicarse, pensar, planificar y conseguir los objetivos previstos. Aunque sea para preservar esa "grandeur" que a mí, personalmente, no me gusta.
Con Reino Unido pasa algo parecido. Además, como son europeos, pero con una pierna en otro continente parece que se les perdona casi todo. De Alemania prefiero no hablar hoy, creo que en su línea habitual es una bomba de relojería, nunca mejor dicho, a punto de estallar en cualquier momento.
El cortoplacismo en el que están instaladas nuestras élites es el que impide esa planificación de futuro en España, que creo que ahora este país, mi país, necesita más que nunca. Esas élites de las que hablo históricamente nunca han dejado crecer bajo su sombra en condiciones razonables a una verdadera clase funcionarial, ni empresarial, ni jurídica, ni técnica, como tampoco a instituciones o normas esenciales para el desarrollo de la sociedad en su conjunto.
Excepto el regeneracionismo español como pensamiento al margen de las ideologías, pero que nunca llegó a desarrollarse en condiciones por la propia coyuntura, apenas ha existido en la historia de España un atisbo de esta cordura que reclamo.
En España lo normal es cuestionar todo y además cada día, y si es lo que nos une, pues mejor, a diferencia de estos otros países de nuestro entorno en donde tienen la costumbre de no jugar con lo sagrado, ni con lo que cuesta dinero.
Para nuestra desgracia como nación tenemos unas instituciones que no tienen la solera de las de otros países, básicamente porque son mancilladas permanentemente por esas élites a las que me refiero ¿Qué enredos políticos manejan el poder judicial? ¿Cuántos años llevamos hablando de cambiar la Constitución? Habría tantos casos para contar...
Somos un país que permanentemente cuestiona su propia esencia, y a las pruebas me remito con ese disparatado referéndum sobre la independencia de Cataluña que lidera un partido como CiU al que las urnas dejaron en evidencia precisamente por amarrarse a esa bandera ¡Cómo vamos a ser capaces en estas condiciones de sentarnos todos juntos, bajo un objetivo común, a trazar un rumbo fijo y luego seguirlo con determinación e inteligencia!
Los optimistas dicen que de las crisis se sale reforzado porque tumban todo y luego, en la reconstrucción, hay margen para no repetir los errores que nos llevaron al desastre.
Confío en que pueda conseguirlo el Gobierno de Rajoy, pero hay tantos obstáculos, muchos de ellos dentro, en el propio sistema. Creo con sinceridad que aplicarse con determinación contra ese cortoplacismo atávico español sería un primer paso hacia una realidad mejor.
Hace poco me dijo un buen amigo refiriéndose a la actualidad, y curiosamente no hablaba de política, que estamos en un socialismo de derechas cuyo siguiente paso será el populismo para luego desembocar en una suerte de peronismo. Espero que no tenga razón...
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