VALENCIA. Hay un código infalible para detectar el invierno antes de que haya llegado. Se puede escuchar estos días en cualquier conversación ajena: "Es un virus (sic). Lo ha cogido Luis. Está fatal. Este año es muy agresivo". Bienvenido el invierno, y con la anunciación llega también el aburrido protocolo del enfermo: fiebre, manta, charla sobre los recortes con el médico de cabecera y dos días de paracetamol 1g.
Es en estos días cuando, por imposición, el resto de los mortales sufrimos el cambio de hora. Un virus letal que afecta principalmente al rictus y a la mala hostia de nuestros seres más queridos. Las ojeras se frotan los poros, los párpados pesan y lo último de lo que uno tiene ganas es de salir a comerse el mundo. No negaré que, a poco que se esté informado, el mundo tampoco parece un manjar.
Pero, insisto, lo del cambio de hora es por imposición. Porque díganme, ahora que el Reino credificará su cuota de libertad a plazo fijo, qué sentido tiene lo de cambiar la hora de las 3 a las 2 esta noche más allá de alargar la timba. Una decisión pensada para la industria de 70 países, esa industria en decadencia que saca pecho pese a los datos. Bah.
Rusia, esa boina que ocupa medio mundo, decidió acabar con el balancín horario el año pasado. La razón: "problemas de salud en la población". Los trastornos derivados de los cambios horarios, fuente inagotable de bajas y tratamientos, fuente inagotable de gasto sanitario, fuente de inspiración para reclamar la edad media en los sillones del poder.
El mantra del ahorro energético también le resbala a China, Japón e India, pobres ingenuos, que deben adorar tradicionalmente la tristeza. Oh. A nosotros, que estamos desembarcando en su orilla, nos resbala perder la luz de la tarde a cambio de que dejen de subirnos la luz de una vez por todas.
Pero más allá del pertinente informe del IDAE por el cual se intuye que la industria no está dispuesta a pagar más ahora -precisamente- que pesa menos, observo con sorpresa la impasible posición hostelera. Si apunto más fino, de la hostelería valenciana que parece haberse contagiado del pusilanismo institucional de esta #ComunitatPostBurbuja.
Durante las próximas semanas se nos acostumbrará el corazón a la vista. A ver quién le explica a los peques mirándoles a los ojos por qué coño cambiamos la la hora todos los años. Qué sueño. Qué meses.
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