VALENCIA. "Cualquiera de los planos que consideremos en Europa nada tienen que ver con el de hace dos décadas: geopolítico, económico, social, cultural y de percepción respecto al futuro. La Unión Europea no es capaz de actuar como actor geopolítico global, cayó el Muro de Berlin y los Estados han visto modificadas sus capacidades tradicionales ante la emergencia de nuevos poderes económicos que ya no se identifican con los territorios. La globalización de la economía ha provocado que muchos territorios europeos se sitúen entre los perdedores de esta nueva fase de desarrollo del capitalismo desregulado que arranca en los ochenta. Las empresas actúan de forma global mientras que los Estados sigue pensando y actuando en la escala local y regional.
Muchos ciudadanos europeos manifiestan un creciente sentimiento mezcla de incertidumbre, inseguridad, temor e indignación a la vista de la velocidad de los cambios, de la crisis de algunos sectores productivos, de la evolución de los mercados de trabajo, de las dificultades de incorporación de los jóvenes al mundo laboral, de las consecuencias de los recortes sociales, de la impotencia de sus respectivos parlamentos para resolver sus problemas, de los escenarios demográficos previstos a medio plazo y sus implicaciones en el mapa de pensiones o de la creciente presencia de nuevos inmigrantes.
Sobre el papel, el programa de la socialdemocracia debería suscitar mayor apoyo electoral de los ciudadanos europeos. La gran paradoja es que los resultados electorales no lo reflejan. Son los partidos conservadores los que obtienen mayorías parlamentarias y los partidos radicales y populistas los que obtienen creciente apoyo en las urnas. Esta aparente paradoja obliga a revisar enfoques, hacerse nuevas preguntas y, lo más difícil, hacer nuevas propuestas para un contexto geopolítico diferente y una sociedad nueva y distinta en la que se ha producido la ruptura de la tradicional coalición obrera y han aparecido los nuevos proletarios de servicios.
Una estructura social marcada por procesos de 'insularización', en la que se han perdido gran parte de los elementos de solidaridad y de los llamados vínculos sociales. Una sociedad cada vez más desconcertada en la que los ciudadanos (desapegados de la política) reclaman a los poderes públicos seguridades que ya no pueden garantizarle como antes. De ahí episodios espasmódicos de repliegue, emergencia de nuevos populismos (Noruega, Austria, Holanda, Francia, Suiza, Italia, Finlandia, Dinamarca...) y tentaciones proteccionistas y de desglobalización de derechas y de izquierdas o de desandar parte del camino recuperando incluso las fronteras nacionales.
La caída del comunismo, la transformación del Estado (pieza esencial del discurso socialdemócrata), los profundos cambios sociales y culturales y la fragmentación social dificultan mucho a la socialdemocracia la construcción de un nuevo discurso y de una nueva coalición electoral. Podemos constatarlo en dos hechos: en primer lugar, en el aumento de la apatía, el desapego y expresiones de cinismo político; y en segundo lugar, en el apoyo explícito o implícito a opciones políticas extremas, de izquierda o de derecha. La lealtad del electorado europeo se ha modificado a la par que se ha modificado la estructura social. Esto se traduce en una mayor facilidad para la emergencia de partidos de una sola cuestión (single issue parties) o de partidos de izquierda o derecha a costa de las formaciones socialdemócratas tradicionales.
¿Por dónde empezar? Condición necesaria sería abandonar el pesimismo. Lo han explicado bien Daniel Innerarity y Tony Judt. La izquierda europea ha de ser capaz de abandonar su visión restrictiva, su desconfianza sobre el mercado, su querencia por valores transversales demasiado genéricos y no siempre coherentes y su concepción "melancólica y reparadora" (...) y dejar de ver el mundo actual "...como una máquina que hubiera que frenar y no como una fuente de de oportunidades e instrumentos susceptibles de ser puestos al servicio de sus propios valores, los de la justicia y la igualdad.
El socialismo se entiende hoy colmo reparación de las desigualdades de la sociedad liberal. Su legitimidad procede únicamente de la pretensión de reparar aquello que ha sido destruido por la derecha o proteger aquello que es amenazado por ella. Pretende conservar lo que amenaza ser destruido, pero no remite a ninguna construcción alternativa. La mentalidad reparadora se configura a costa del pensamiento innovador y anticipador. De ese modo no se ofrece al ciudadano una interpretación coherente del mundo que nos espera, que es visto como algo amenazante" dice Innerarity en El futuro y sus enemigos.
Judt, por su parte, en su texto Algo va mal, además de reclamar la capacidad de indignarse y el valor de la disidencia y la disconformidad, reivindica una "izquierda defensiva" con otro sentido bien interesante: defender aquello que ha permitido que esta parte del mundo sea donde la justicia social ha llegado más lejos. Una izquierda orgullosa de lo que ha sido capaz de construir, de su herencia respetable, con una carta de presentación mundial intachable.
En segundo lugar, los socialdemócratas han de recuperar la credibilidad de que son capaces de gestionar la economía y el empleo. Este punto es esencial. Proponiendo un amplio programa de reformas orientadas a la creación de empleo y a mejorar la eficacia y la eficiencia de las administraciones públicas. No desde posiciones reactivas o defensivas -a veces hay que defender al Estado de Bienestar de algunos de sus supuestos más firmes defensores que rechazan cualquier tipo de reformas- sino desde posiciones proactivas, adaptadas a una realidad que ya nada tiene que ver con la etapa en la que se consolidó y atentas a las grandes transformaciones ocurridas durante las dos últimas décadas.
En tercer lugar, deben proponer un claro programa de reformas, propio y diferenciado y en clave de la Europa política. Algunas experiencias socialdemócratas han demostrado que sus propuestas son posibles y más justas que el modelo neoconservador de la desregulación y la retirada del Estado. Han demostrado además que las reformas que acometieron en los noventa han sido acertadas y una buena orientación para otros países que ahora hemos de afrontarlas en condiciones precarias. La experiencia de los países nórdicos puede aportar mucha luz sobre el debate acerca de qué es más conveniente, si las recetas de inspiración neoliberal o las propuestas reformas en clave socialdemócrata. Y parece que hay notables diferencias a favor del segundo. Es en esos países donde más lejos se ha llegado en el mundo a la hora de hacer compatible innovación, competitividad y productividad de sus economías abiertas en un contexto globalizado, transición hacia economías del conocimiento y los servicios, alto nivel de cohesión social e incorporación de la dimensión medioambiental en el grueso de sus políticas.
Naturalmente, aquellos partidos socialistas europeos, como el español, que persistan en reinvenciones imposibles, en procesos congresuales apresurados y a puerta cerrada, sin debate y sin relato, y en discursos y programas plagados de lugares comunes, tendrán más dificultad en recomponer esa nueva mayoría social. En este caso hay un problema de mensaje y de mensajeros y los ciudadanos así lo vienen manifestando. Me lo resumía hace tiempo un joven simpatizante socialista: "Entré en el PSOE porque creí que querían cambiar el mundo y he comprobado que no quieren cambiar ni su propio partido". Sobran más palabras".
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(*) Joan Romero es catedrático de Geografía Humana
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que no maree tanto la perdiz y toque suelo. El texto es academicamente correcto a pesar de las paradojas, desconciertos y territorios. Pero, aquí en Valencia, seguirá el PSPV manteniendo la entelequia de PPCC? ¿Seguirá con su ambigüedad Constitución 78/ República? El catalán, lengua propia? La crisis terminó con los tics de funcionamiento.
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