VALENCIA. "Tengo últimamente la sensación de que no sólo el futuro ya no es lo que era sino que el mismo pasado está dejando de serlo. Hasta ahora la historia venía acreditando las tesis, algo calvinistas, de los politólogos sobre el liderazgo político en una democracia parlamentaria: sólo el éxito en las urnas, el respaldo popular, concede esa condición de líder, que no el ganar un congreso de partido, y menos si es por la mínima y con una regla de votación estrictamente mayoritaria, sin la menor corrección proporcional, que otorga el triunfo absoluto a quien saque una sola décima más que sus adversarios.
Pero ahora vemos que Zapatero, tras dos victorias electorales, se ha convertido sin transición en un juguete roto, pública y orgánicamente, que está a punto de ser deglutido por el desagüe de la historia sin que nadie derrame una lágrima ni lamente su desaparición. Lo cual ni ocurrió con González ni con Aznar. Aunque también nos encontramos con que, hasta ahora, la historia venía mostrando que es algo inherente a cualquier gobierno socialdemócrata el que, tras el acceso al poder, se desate una permanente tensión con la base del partido en la medida en que la acción de gobierno, siempre necesariamente más moderada y pragmática, defrauda las expectativas de las bases.
Los más viejos del lugar recordarán el esfuerzo de persuasión, de pedagogía política, que los responsables orgánicos e institucionales en todo el ámbito del PSOE tuvieron que hacer, por ejemplo, en 1978, pidiendo el sí para la Constitución monárquica a unas bases obstinadamente republicanas, o entre 1983 y 1985 durante el traumático proceso de la reconversión industrial o cuando aquel disparate procedimental -que Felipe González ya ha calificado como "el mayor error de su vida política"- que fue el referéndum sobre el ingreso en la OTAN.
Nada de eso se ha producido en esta reciente etapa. El PSOE ha aceptado sin excepción el ejercicio de un despotismo no precisamente ilustrado, y aquí si que admito que la responsabilidad es colectiva, pero por omisión e inacción de la inmensa mayoría ante los tremendos errores de unos pocos -el último la vergonzosa, inútil e innecesaria, reforma constitucional aprobada por un obsecuente y acrítico grupo parlamentario- y ha atravesado por ende un período de mansedumbre orgánica insólito en su historia, sobre todo tratándose de un cesarismo impuesto por alguien de tan enteco bagaje ideológico, escaso carisma y nula capacidad de convicción como Zapatero.
Pero, al margen de los fallos pasados, el mayor error que podría cometer el PSOE en estos momentos es justo en el que está incurriendo de forma generalizada: considerar su desastrosa situación postelectoral como fruto únicamente de unas fuerzas ciegas de la Historia, de un ineluctable mecanicismo causal que nos ha conducido indefectiblemente a donde estamos. Pues no, esto no es más que una gansada oportunista. Aquí hay claras responsabilidades personales y colegiadas, que no colectivas como proclama alguno en su afán exculpatorio. Y no reconocerlas, y no exigirlas, es la mejor forma de prolongar indefinidamente esta exangüe situación.
Que comporta además -para asombro de la ciudadanía- el sorprendente hecho de que quienes gestionan una organización política no estén sujetos a un sistema de sanciones como las que el mercado impone a los responsables de una empresa (si no es muy grande y si no es bancaria, claro). El fracaso del partido no repercute de forma directa e inmediata sobre sus dirigentes, que pueden seguir ocupando -como lo están haciendo largo tiempo y hago salvedad por lo notorio de referirme a nuestros ejemplos autóctonos- sus cargos orgánicos e institucionales, repartiéndose los despojos tras el desastre, aunque hayan llevado a su partido a la quiebra, políticamente hablando
Se mofaba Samuelson del simplismo causal afirmando que un lorito espabilado, que hubiera aprendido a pronunciar los vocablos "oferta" y "demanda", podría responder a cualquier interrogante sobre problemas económicos. Hoy todavía es más simple, basta con invocar el mantra "global". En un mundo globalizado, con una crisis global, todo nos afecta globalmente, sin exclusión ni escape. La derrota electoral es pues un efecto ineludible de la crisis porque estábamos en el Gobierno y pagamos en las urnas el disgusto y malestar de la ciudadanía.
Al igual que no hay políticas alternativas ni al dictado de los mercados -que en un renacer del pensamiento organicista se nos presentan como entes vivos y autónomos, capaces de obrar y actuar consciente y volitivamente- ni a las insensatas e insolidarias obsesiones teutónicas ni más acción que el recorte del gasto, mayormente por la vertiente social y de servicios públicos, y la demonización -in propia natura- del déficit. En otras palabras, la dirección del PSOE, el gobierno y el grupo parlamentario, se han tragado sin remilgos el anzuelo, el sedal y la plomada de la respuesta neoliberal a la crisis. No hay al parecer una respuesta propia y diferenciada.
No hay para Ferraz, como no lo hubo para Moncloa, una gestión socialdemócrata de la crisis. Veinte años después, la T.I.N.A (There Is Not Alternative) thatcheriana domina todo el espectro político ante la inanidad de unos partidos socialdemócratas encerrados en sus fronteras nacionales y absolutamente incapaces de promover respuestas conjuntas a través de una estéril e hibernada Internacional Socialista, que sin embargo probó sobradamente en tiempos de Willy Brandt su capacidad programática en todos los ámbitos y a escala mundial.
Quizás, no sé si atreverme a decirlo, será que las personas sí importan, como importa el principio de mérito y capacidad, derogado por Zapatero en un PSOE en el que el sexo o la edad parecen pesar más que otros tradicionales, y probadamente válidos y universalmente admitidos en toda organización humana, criterios de selección.
Quizás las personas, sus decisiones y la explicación que de ellas dan, están detrás del hecho de que tras una grave crisis económica en 1984 y tras el coste social de una reconversión industrial, en las elecciones de 1986 el PSOE volviera a ganar por mayoría absoluta. O en que tras otra tremenda crisis en 1993, con el paro rozando el 25 por ciento, se ganaran de nuevo las elecciones y tres años más tarde, en 1996, dañados seriamente por el GAL y la corrupción, se perdiera por la mínima, por menos de 300.000 votos.
Quizás las personas, la acción y sobre todo la inacción de las personas, viendo "brotes verdes" y "suaves desaceleraciones" en medio de una crisis brutal, tangible y generalizada, ejerciendo impávidos de Don Tancredo ante su embestida y manteniendo hasta el último momento caprichos fiscales irresponsables, propios del populismo latinoamericano, como la estéril deducción de los 400 euros -con un coste de 6.000 millones anuales- o aquel conmovedor cheque bebé, que hubiera embelesado a la mismísima Evita Perón, por la módica cantidad de 1.250 millones más al año, para después, sin solución de continuidad ni explicación alguna, pasar súbitamente a aplicar drásticos recortes, son en definitiva las responsables no de una simple derrota electoral sino de un cataclismo telúrico, municipal, autonómico y nacional, como el que acabamos de sufrir.
Ruego no se entiendan mis referencias históricas como fruto de la nostalgia ni mucho menos de considerar que cualquier tiempo pasado fue mejor. En absoluto, solo intentaba explicar que frente a la resignación y la inacción caben otras conductas y que en esta época de crisis y recesión nada mejor que acogerse a los pensamientos de alguien que sabía bastante de tiempos aciagos, F. D. Roosevelt, que de nada sirve predicarle al que se ahoga en la tormenta que después de la tempestad viene la calma, que en nuestra acción política solo debemos de temerle al miedo mismo y que, en suma, hay algo peor que el fracaso: no hacer nada. Y si además aspiramos, como él, a ser recordados como personas que lucharon contra las fuerzas del egoísmo, no sería un mal punto de partida. Porque importan las personas, pero importan sobre todo sus actitudes morales.
Y esta es una cuestión que los socialdemócratas llevamos años olvidando sistemáticamente: que para nosotros no debería ser ni siquiera concebible, mucho menos ejecutable, una política económica desligada no sólo de los problemas sociales sino, dejémonos de púdicos eufemismos, del sufrimiento de las personas, de la penosa situación de muchas familias, en situaciones de desempleo masivo e inadmisible como el que atravesamos.
Por eso, por las asimetrías existentes y las que se producirán, los socialdemócratas europeos deberían ser conscientes de que el ámbito estratégico para dar respuestas a las nuevas situaciones, a una época nueva, es el de la Unión Europea, donde es preciso luchar por recuperar la autonomía de la política, buscando el progreso global en la economía global. Ahí radica el futuro de la nueva socialdemocracia, si es capaz de salir de la melancólica resignación ante la T.I.N.A. y sus falsos debates que nos marcan la agenda, consiguiendo que, adormecidos por las nanas globalizadoras, aquí nadie hable siquiera de la posibilidad de progreso en las actuales condiciones mundiales.
Si algún candidato habla de algo parecido a estas someras líneas de actuación que cuente con mi apoyo. Pero si se pretende, como me temo, no seleccionar la persona más adecuada, con experiencia acreditada y capacidad para construir ese nuevo discurso, sino que va a decidir, a sumar y contar, la habilidad para captar más o menos voluntades orgánicas, a través de un proceso estructuralmente viciado por el tribalismo clánico imperante y por la acción de quienes, que tras haber navegado durante décadas bajo cualquier bandera, ahora intentarán conseguir algún premio en el bingo congresual que les garantice la supervivencia política, aunque sea a través de un salto al vacío, de un cheque en blanco sin capital político acreditado que lo respalde. Una mera apuesta de adhesiónes nominales, que no se justifica ni responde a posicionamiento ideológico ni programático alguno, como la extraña cama redonda que se ha formado en torno a alguna candidatura así lo evidencia.
Esperemos que no sea así, esperemos que me equivoque rotundamente, porque si no el patético estado del PSPV desde 1995 puede ser un claro aviso de lo que espera al PSOE y sería, además, una nueva corroboración de aquel aserto que Adenauer parafraseó de Einstein: Dios ha limitado la inteligencia humana pero no así su estupidez".
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(*) Segundo Bru ha sido senador del PSOE, diputado autonómico por el mismo partido, conseller de la Generalitat y catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia
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