MADRID. "El Partido Socialista ha abierto un debate. Así lo dicen los medios de comunicación a los que, por otro lado, interesa sobre todo la carrera por la secretaría general entre los dos candidatos que hasta ahora se han presentado, una carrera que entienden que es una lucha por el liderazgo dentro del partido. Lo que los dos candidatos han puesto sobre la mesa pretende ser, sin embargo, bastante más que eso. Los documentos e intervenciones públicas que hemos conocido hablan de alternativas sobre lo que deba ser el Partido Socialista en el futuro, en su funcionamiento interno y en su relación con los ciudadanos, y, más allá todavía, lo que la socialdemocracia ha sido y lo que debería ser en adelante, en España y en Europa.
Por otro lado, este debate a cuyos inicios estamos asistiendo no se produce en una circunstancia cualquiera, sino en un contexto determinado: en la resaca de una derrota electoral, una verdadera debacle según dicen muchos, cuyas causas entran a formar parte necesariamente de la discusión. Aunque la derrota electoral ha sido incuestionable y el Partido Socialista no sólo ha perdido el gobierno de la nación, sino también una inmensa parte de su poder local y autonómico, sigue siendo el principal partido de la oposición. Le incumbe, por tanto, cumplir con una tarea esencial en el funcionamiento de todo régimen democrático. En este momento de debate interno y externo, de competencia por el liderazgo y de supuesta redefinición programática, no puede abandonar el día a día de las decisiones y los compromisos políticos a los que está obligado por los millones de votos que, pese a todo, ha recibido. Menos todavía en medio de una crisis económica como la que vivimos, con la amenaza de una larga depresión por delante.
Ni los tiempos, ni los protagonistas ni las maneras de abordar esa red de frentes abiertos son los mismos. Todas y cada una de esas cuestiones pueden y deben plantearse con niveles de profundidad diferentes, en ámbitos de debate y de toma de decisiones probablemente distintos, con prioridades y urgencias que tampoco son iguales o que requieren velocidades dispares. Pretender hacerlo todo o, mejor dicho, hablar de todo ello al mismo tiempo podría confundir más que ayudar.
En el próximo Congreso de febrero tendrá que resolverse la elección de un nuevo secretario general, puesto que con ese fin se ha convocado y porque no es sostenible la situación actual. Es sin duda una prioridad, imprescindible para dotar al partido de los recursos necesarios con los que cumplir con su tarea inmediata de oposición. Bien está que haya más de un candidato y que se oigan opiniones, pero no se alumbrará allí, de un día para otro, un nuevo tipo de partido, como a ratos parece darse a entender, ni tampoco una redefinición programática de la envergadura que algunos anuncian. Para eso no basta con repetir una y otra vez que hay que abrirse a la sociedad, que hay que crear nuevos y distintos cauces de participación, o que hay que celebrar primarias en las que intervengan no sólo los militantes sino también los simpatizantes.
Tampoco basta con enunciar reiteradamente la necesidad de defender el estado del bienestar y de dar una salida más justa a la crisis económica. Para estas otras dos cuestiones, la de qué deba ser el Partido Socialista en el futuro y cuál el horizonte de una nueva socialdemocracia, hace falta otro ritmo de debate, y probablemente foros y audiencias diferentes. Lo que habría que evitar es que la resolución de las cuestiones inmediatas -la elección de secretario/a general y la labor continuada de oposición- dificulte, enrede o complique la obligación de afrontar estas otras, igual de necesarias, pero que requieren un cierto sosiego y, a ser posible, escapar de la pelea de intereses "orgánicos" y personalistas.
Los últimos meses han sido pródigos en recriminaciones y condenas a la clase política y a las instituciones representativas. Sin embargo, de crisis, quiebras y transformaciones en el funcionamiento de la democracia representativa y en el papel de los partidos políticos venimos oyendo hablar desde hace mucho tiempo, aunque el impacto de la crisis económica actual parezca hacer nuevas algunas reflexiones ya viejas. Hace al menos quince años que Bernard Manin llamó "democracia de audiencia" a un nuevo modelo de gobierno representativo, que habría venido a sustituir a la "democracia de partidos". No se trataría de una quiebra del gobierno representativo, como vaticinaban algunos, sino de una metamorfosis de dimensiones análogas a la que tuvo lugar cuando las "masas" irrumpieron en la vida política, hace ahora un siglo. En la democracia de audiencia, el espacio público estaría dominado por especialistas en medios, expertos en opinión pública y periodistas, y los electores votarían más a personas que a programas o partidos. Serían los políticos, no los electores, quienes decidirían sobre qué líneas divisorias en la sociedad construir sus alternativas, mientras los electores aparecerían como una audiencia, eso sí, con mayor autonomía y volatilidad a la hora de votar, cambiando quizás de opción de partido según las características de cada convocatoria electoral.
Por esa misma misma época, Richard S. Katz y Peter Mair acuñaron el concepto de "partidos cartel" para explicar también que, más que una supuesta crisis de los partidos, se asistía en aquellos años 90 a una transformación: los partidos políticos estarían dejando de ser intermediarios entre los ciudadanos y el Estado para convertirse en parte de éste último. Su financiación provendría sobre todo de las arcas públicas, no de las cotizaciones de unos militantes cuya relación con el partido se habría desdibujado al tiempo que la diferencia entre estos y los simpatizantes se habría reducido hasta casi desaparecer. La política se habría convertido en una profesión, eso sí, cualificada, y la competición partidista se basaría en la lucha por convencer al electorado de ser la garantía una gestión más efectiva y eficiente.
Y acabo con otra referencia, esta vez de Giovani Sartori y también de mediados de los años 90. Decía Sartori que la administración de la política se había hecho mucho más difícil que un siglo atrás por tres razones fundamentales. En primer lugar, porque desde las rebeliones de 1968 se había despertado una suerte de "primitivismo democrático", reivindicador de la "democracia real" y del "poder del pueblo", con el resultado de que la vieja maquinaria política recibía garrotazos de todas partes sin que nadie propusiera cómo mejorarla. En segundo lugar, porque el desencanto y el éxito de ese negativismo, de esa "política de la antipolítica" se veían alimentados por una corrupción resultante de la pérdida de la ética de servicio público y de que había demasiado dinero en circulación, que el coste de la política se había vuelto excesivo y estaba fuera de control. Y, por último, por la revolución de los medios de comunicación. En aquel entonces decía Sartori que la televisión estaba en proceso de cambiar nuestra forma de vida; que la sustitución del homo sapiens por el homo videns implicaba la existencia de un público -audiencia- mucho mayor, pero convertía a ese público en un conocedor de apariencias pero desconocedor de la información....
Pido disculpas por el abuso de citas y referencias, quizás deslavazadas. Son consecuencia de mi vuelta a las aulas después de ocho años en la política. El debate teórico, académico, es muy distinto al debate político, pero si queremos hablar de nuevos modelos de partido tendremos que ponernos primero de acuerdo sobre el diagnóstico del que actualmente tenemos, no solamente en el caso del Partido Socialista, sino del conjunto de nuestro sistema de partidos. Y si queremos hablar de mejorar la representatividad de nuestra democracia, tendremos que saber de qué representatividad estamos hablando, porque ese es un concepto polisémico.
Tampoco deberíamos olvidar, como recuerda Sartori frente a tanta discusión sobre la democracia representativa o directa que, "a final de cuentas, la democracia es, y no puede evitar ser, un sistema de gobierno", y que cuando se descuida la función de gobierno, lo empeoramos o ponemos en peligro su funcionamiento. Probablemente estos no sean temas a debatir en un Congreso de partido, sino en otros foros y con tiempo por delante. Pero ese debate debería existir, y el propio Partido Socialista podría propiciarlo, sin que por ello se viera entorpecida su labor de oposición".
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(*) Mercedes Cabrera es catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid y exministra de Educación y Ciencia
Como queda claro, el análisis riguroso sobre la situación importa una higa. Lo que mola es el morbo, el dato falso de que los ciudadanos, agobiados por la falta de trabajo y que nadie nos pida más que sacrificios mientros ellos viven en el despilfarro,, nos podemos coordinar como ellos que tienen 24 horas sobre 24. Este es el país que tenemos.
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