VALENCIA. Las Elecciones Generales del próximo 20 de noviembre implican la sustitución del actual presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el "paso a la reserva" tras su salida del palacio de la Moncloa. Zapatero se unirá a una galería de ilustres mandatarios que va creciendo por el mero paso del tiempo: Aznar, González, Suárez, el fallecido Leopoldo Calvo-Sotelo...
La figura de los expresidentes aún no está demasiado regulada, ni política ni socialmente, en España, aún joven democracia. Aunque sí que hay un marco jurídico establecido, tanto para los expresidentes del Gobierno español como para los expresidents de la Generalitat, la verdad es que aún no nos hemos acostumbrado del todo a su presencia en la esfera pública, a su capacidad para influir "desde fuera" y a irrumpir periódicamente en los medios de comunicación.
Los ex presidentes combinan el uso de su peso específico en política con los lucrativos contratos y acuerdos con empresas, que "compran" influencia ofreciendo puestos que no requieren apenas trabajo, y para los cuales su capacitación es como mínimo dudosa: no consta que el expresidente González, consejero de Gas Natural, sea especialista en el campo energético, de la misma manera que no lo es Aznar en la mayoría de las empresas para las que trabaja (Endesa, Barrick Gold, News Corporation), aunque sí que sea un verdadero experto en materia de acumular puestos en consejos de administración.
EEUU: los expresidentes son parte del paisaje
En EEUU, la limitación de mandatos presidenciales cuenta ya con una sólida implantación (Vigésimosegunda Enmienda a la Constitución de EEUU, vigente desde 1951). De hecho, sólo Franklin Delano Roosevelt había gobernado más de dos mandatos con anterioridad a la aprobación de la enmienda.
En consecuencia, el paso de los presidentes a su nueva situación se produce sin demasiados traumas y con unos trazos generales comunes a casi todos ellos: cuentan con cierto ascendiente moral, que puede multiplicarse exponencialmente según la popularidad y las realizaciones que alcanzasen en el cargo, pero su influencia política, en su partido y en la sociedad, es limitada. Los ex presidentes suelen dedicarse a escribir sus memorias, impartir conferencias y a abrazar diversas causas sociales (el expresidente Carter obtuvo el premio Nobel de la Paz en 2002 por sus esfuerzos en pro de los derechos humanos).
España: influencia y caudillaje
En España, en cambio, la cosa no está tan clara. En primer lugar, y fundamentalmente, porque siempre existe la posibilidad de volver, con lo que la situación de "retiro" es relativa. Periódicamente surgen rumores afirmando el descontento de sectores del partido político de turno con la actual dirección; sectores que estarían organizándose en torno al anterior mandatario y propiciando su vuelta. En situaciones de crisis interna, la figura de los expresidentes se agranda y se especula con eventuales operaciones políticas (la hipotética vuelta de Aznar en 2008; la que, se especula ahora, podría protagonizar González), que hasta el momento nunca se han concretado.
Por otra parte, el retiro no tiene por qué ser inmediato. De hecho, la mayoría de los ex presidentes continúan en política, al menos un tiempo, tras su salida de la presidencia. Adolfo Suárez estuvo casi una década al frente del CDS y González tardó un año en abandonar la Secretaría General del PSOE. Sólo José María Aznar abandonó la primera línea de la política (al menos, en términos institucionales) al finalizar su segundo mandato, un gesto entonces tan insólito que se ha convertido, de facto, en uno de los principales legados positivos de la presidencia de Aznar.
En segundo lugar, y a diferencia de lo que ocurre en EEUU, la influencia política y el peso específico de los expresidentes en sus partidos puede ser muy determinante, incluso crucial, años después de haberse marchado. Entre otros factores, porque el exmandatario es quien elige a su sucesor, como ocurrió con Aznar y Rajoy o, en el ámbito autonómico, con Zaplana y Camps. Las estructuras del PP, fuertemente centralizadas, propician este sistema de "dedazo", aunque después no les funcione demasiado bien: el expresidente intenta seguir mandando sobre su sucesor, éste se rebela y obtiene poco a poco espacios de autonomía, ejerce el poder con mayor independencia y, al final, se produce la ruptura o el enfrentamiento abierto.
En el PSOE, por el contrario, los intentos de los expresidentes por escoger a su sucesor suelen truncarse más rápidamente. González dimitió de la Secretaría General del PSOE en 1997, y aunque su sucesor, Joaquín Almunia, fue el que recomendó el expresidente, esto no le sirvió para vencer frente a Josep Borrell en las primarias socialistas del año siguiente, ni en las Elecciones Generales de 2000. Más recientemente, los intentos de Rodríguez Zapatero por forzar unas primarias en las que su candidata, Carme Chacón, pudiera enfrentarse con Alfredo Pérez Rubalcaba, fueron desbaratados por los barones socialistas.
Por último, el modelo político español, con unas estructuras de poder muy centralizadas, que favorecen la aparición del caudillismo a diversos niveles, favorecen que los ex presidentes generen a su alrededor una familia política (los suaristas, el felipismo, el aznarismo, los zapateristas...) crecida a la sombra del líder. Son dirigentes que medraron en los años de gloria del entonces presidente y que, tras su marcha, quieren seguir mandando. Como el propio expresidente, su "familia" suele acabar entrando en receso, pero en el camino puede incordiar, y durante mucho tiempo, a su sucesor: piénsese en los problemas de Rajoy con el aznarismo, que en la práctica marcó totalmente la oposición del PP en la legislatura 2004-2008. O, a escala local, en la lucha descarnada de Camps contra el zaplanismo, extendida a lo largo de dos legislaturas.
Expresidents de la Generalitat
En el ámbito valenciano, la figura de los expresidents ofrece aún menos rasgos comunes en los que apoyarnos. Fundamentalmente, porque el abandono del cargo no implica, en absoluto, el abandono de la política activa. Sería muy extraño que un expresidente del Gobierno español pasase a ser "sólo" ministro, o presidente autonómico. El único caso parecido que podemos mencionar sería el de Manuel Fraga, que pasó a presidir la Xunta de Galicia tras ser ministro en varios gobiernos franquistas y de la primera Transición, y después de liderar la oposición al PSOE a lo largo de dos legislaturas.
En cambio, es completamente normal que se produzca el paso en dirección contraria, precisamente porque el poder autonómico funciona a menudo como plataforma privilegiada desde la que dar el salto a la política nacional. El propio Aznar llegó a la dirección del PP desde la presidencia de Castilla y León, algo que también intentó José Bono cuando aspiró a la Secretaría General del PSOE en 2000. Y, desde luego, es muy habitual ver convertidos en ministros a antiguos presidentes autonómicos, o incluso presidentes en ejercicio. La lista es amplia: Manuel Chaves, José Bono, Juan José Lucas, Joan Lerma, Eduardo Zaplana...
Los expresidents de la Generalitat han abandonado el cargo de diversas maneras: por su salto a la política nacional (Zaplana y Lerma, tras perder éste las elecciones ante el primero), por un puesto en la empresa privada (José Luis Olivas, presidente de Bancaja y actual vicepresidente de Bankia, que pasó a ocupar el cargo tras agotar su mandato), o por obligación (Francisco Camps, que presenta la dimisión apenas dos meses después de ganar las Elecciones Autonómicas).
Y, en términos de poder en el partido, lo cierto es que ningún expresident se retira, sino que 'le' retiran: Zaplana abandonó la política activa en 2008 para dedicarse a una fructífera carrera en el sector privado (Telefónica), pero el zaplanismo pervivió durante varios años más. Lerma se retiró en 1996, pero su influencia en el PSPV, quince años después, sigue siendo enorme: los 'lermistas' han continuado siendo una 'familia' determinante en las estructuras de poder de los socialistas valencianos con prácticamente todos los sucesores de Lerma, en particular con Ignasi Pla y ahora con Jorge Alarte.
Por últim, Camps se va enormemente debilitado y con sus problemas judiciales aún no resueltos. Pero deja, en el PP y en el gobierno valenciano, a mucha gente nombrada por él y que, cabe suponer, en algunos casos le seguirá siendo fiel a pesar de las dificultades. Y no cabe descartar, si Camps sale airoso del juicio por el 'caso Gürtel', que se produzca algún intento por volver al primer plano de la política. Porque los expresidentes, en la política valenciana como en la nacional, nunca se van del todo.
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Profesor Titular de Periodismo en la Universitat de València
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