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ANÁLISIS

Las edades de la Presidencia

ANSELM BODOQUE. 21/08/2011 Los gobiernos de España han estado presididos por líderes jóvenes que dejaron el puesto aun jóvenes. Pero el próximo presidente de España, Rajoy o Rubalcaba, tendrá más de 55 años, en línea con los presidentes habituales de las grandes naciones del mundo. ¿Representará esta circunstancia un cambio de estilo en la gestión del Estado?

VALENCIA. El próximo presidente del Gobierno de España tendrá más de 55 años. Este hecho, aparentemente secundario, es extraordinario en nuestra democracia. Desde las primeras elecciones, el 15 de junio de 1977, hemos tenido cinco presidentes. Sólo uno, Leopoldo Calvo-Sotelo, contaba al ser nombrado con 55 años, aunque ocupó el cargo después de que su predecesor dimitiera y sin haber sido antes líder electoral de su partido. El resto coincidía en tres características al acceder al poder: eran hombres, líderes y cabezas de cartel electoral de sus partidos, y tenían poco más de 40 años.

Muy jóvenes dentro, muy jóvenes fuera

Adolfo Suárez fue presidente elegido democráticamente con 45 años; Felipe González sólo tenía 40; José María Aznar 43 y José Luis Rodríguez Zapatero, 44. La media de edad no supera los 43 años. Es muy baja. Considerablemente más baja que la de las democracias de nuestro ámbito de referencia en las últimas tres décadas y media. En Gran Bretaña, por ejemplo, la edad media de los últimos primeros ministros al formar su primer gobierno ronda los 52 años. La de los cancilleres alemanes es de 53. La de los presidentes de Francia y de Estados Unidos llega a los 57 años. Siendo mayor aún la de los presidentes del Gobierno de Italia o Japón: 62 años.

En España, el tiempo medio de permanencia en el cargo ha sido largo, de casi 9 años. Una cifra similar a la de los líderes británicos, franceses, alemanes o estadounidenses. El problema es que nuestros presidentes siguen siendo muy jóvenes al abandonar el poder. Suárez apenas tenía 49 años, González 54, Aznar 51 y Zapatero tendrá 52. Es decir, dejan de ser presidentes a edades en las que, en los principales países de nuestro entorno, por regla general, no se ha llegado a una responsabilidad similar.

Presidentes de triste final

Como si de un bucle repetitivo se tratase, todos los presidentes que lo han sido liderando su partido en unas elecciones han seguido una dinámica similar: generaron grandes expectativas en buena parte de la sociedad al principio de su mandato, tuvieron unos años centrales en los que parecía que todo iría bien siempre y vivieron una etapa final más bien triste, teniendo que salir, en ocasiones, por la puerta de atrás.

Ocurrió con Suárez, abandonado por su partido, forzado a dimitir precipitadamente y sustituido, el mismo día del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, por Calvo-Sotelo. También con González, el presidente con más carisma, derrotado por la mínima después de años de resistencia, en medio de una crisis económica, mientras se le multiplicaban las denuncias por casos de corrupción y el GAL. Pasó con Aznar y su alianza de las Azores para participar en la segunda guerra de Irak. Pasa con Zapatero que no vio la llegada de la crisis y que no ha sido capaz de explicar porqué modificó radicalmente su política a partir del 10 de mayo de 2010.

La sombra de los expresidentes es alargada

En Gran Bretaña la media de edad de quienes han dejado de ser primeros ministros ha sido de 60 años desde que España es una democracia, en Alemania y Estados Unidos se sitúa en los 65 años y en Francia casi en los 70. Entre 10 y 20 años más que en España.

Cuando alguien ocupa un cargo como el de presidente de Gobierno conserva, al finalizar su mandato, un poder muy elevado producto del respeto que genera, de su agenda de contactos, redes y equipos de colaboradores, y de la información y los conocimientos adquiridos en el cargo. Cuanto menor es la edad que se tenga al abandonar la presidencia, mayores serán las posibilidades de que se aproveche ese poder en beneficio propio o para intervenir, cuestionar o desestabilizar a sus sucesores en el cargo y, especialmente, aunque parezca paradójico, en su partido.

Suárez, tras ser obligado a dimitir, abandonó UCD y fundó el CDS. Formación con la que fue diputado en tres elecciones generales y desde donde trató de dificultar la unificación política de la derecha española de ámbito estatal en torno al PP hasta 1991. González, a pesar de su discreción formal, después de perder la presidencia en 1996, favoreció el nombramiento de Joaquín Almunia como secretario general del PSOE, se opuso a que Josep Borrell fuera el candidato en las primarias de 1998, apostó por José Bono en el congreso socialista del año 2000 y, durante los últimos años, no ha dejado de marcar distancias con la política de Zapatero hasta el punto de afirmar, hace apenas un mes, que "sigue siendo militante del PSOE, pero se siente cada vez menos simpatizante". Aznar, como en el caso de González, guarda una discreción formal, pero a la vez impulsa ideológicamente desde la Fundación FAES a los sectores neoconservadores españoles y dentro del partido ha venido alentando a las posiciones más derechistas y duras del PP.

¿Qué pasará con Zapatero? Es difícil predecirlo. Su forma personalista de gobernar y de construir equipos llevaría a pensar que su sombra será corta. Zapatero, junto con Blanco y Trinidad Jiménez, es prácticamente el único superviviente de Nueva Vía, el grupo que lo aupó a la secretaria general del PSOE en 2004. Jordi Sevilla, Jesús Caldera o Juan Fernando López Aguilar, por citar sólo algunos de los nombres más relevantes, fueron dilapidados políticamente muy pronto por Zapatero. Sus equipos posteriores han sido políticamente (y a veces técnicamente) muy débiles, salvo contadas excepciones. Cuando Zapatero deje de ser presidente no parece que vaya a contar con el carisma y ascendente sobre su partido que tuvo González; pero, seguramente, tratará de influir.

Con todo, la voluntad de estar presente, decidir, influir y, a veces, desestabilizar a sus sucesores en el Gobierno y en el partido de los jóvenes expresidentes españoles es similar a la que se observa también en otros países cuando, de manera extraordinaria, han tenido expresidentes de edad temprana, como Bill Clinton o Tony Blair.

El sexto presidente

Sin negar las diferencias que existen entre Rajoy y Rubalcaba y entre sus partidos, vale la pena destacar algunas similitudes genéricas entre los dos aspirantes a ser el sexto presidente del Gobierno de España. Primera, los dos tienen una profesión al margen de la política. Profesor universitario de Químicas, Rubalcaba. Registrador de la propiedad, Rajoy. En consecuencia, no necesitan perentoriamente la política para vivir.

Segunda, ambos cuentan con una experiencia en los espacios de poder y Gobierno de la que carecían cualquiera de sus predecesores. Rajoy comenzó a ocupar cargos en la política gallega en 1981, con 26 años, pasó luego a la estatal, ha sido ministro y vicepresidente del gobierno. Rubalcaba, en 1982, con 31 años, comienza a trabajar en el entorno del Gobierno socialista de González y desde 1988, con 37 años, ocupa cargos ministeriales y políticos, llegando a ser ministro y vicepresidente del gobierno. Además, independientemente de las críticas de sus adversarios, ambos cuentan con una imagen de eficiencia y buena gestión en su paso por el gobierno.

Tercera, al acceder a la presidencia del Gobierno tendrán o 56 años (Rajoy) o 60 (Rubalcaba), una edad similar, o incluso superior, a la que suele ser habitual en las últimas décadas en las democracias más relevantes. Esto parece positivo, al menos por un motivo. Cuando abandonen el poder lo harán a una edad suficientemente elevada como para retirarse definitivamente de la política y sin el deseo de incidir activamente de manera sesgada en la vida política de su país y de su propio partido.

Los expresidentes valencianos

Los presidentes de la Generalitat Valenciana han seguido, acentuadas, las características de los presidentes del Gobierno de España. Desde 1983, también han sido cinco: tres elegidos después de ganar su partido las elecciones y siendo cabeza de cartel electoral (Lerma, Zaplana y Camps) y dos nombrados tras la dimisión del presidente anterior (Olivas y Fabra). Todos eran hombres y todos los elegidos encabezando las candidaturas electorales eran considerablemente jóvenes: Joan Lerma 31 años, Eduardo Zaplana 39 y Francisco Camps 41.

Del mismo modo, dejando a un lado a Olivas, incluso habiendo gobernado durante largos períodos de tiempo, los presidentes de la Generalitat dejan de serlo muy jóvenes (Lerma 43 años, Zaplana 46 y Camps 49) y su sombra ha sido muy alargada en sus respectivos partidos hasta ahora. Lerma, tras su derrota electoral de 1995, fue ministro de González durante un año y, quince años después, continúa ocupando cargos institucionales de representación de su partido y es el líder del grupo de presión más antiguo y con mayor capacidad de bloqueo y de ocupación de cargos públicos del PSPV-PSOE. Zaplana también fue ministro y ha mantenido un largo conflicto con Camps por el control del PP valenciano, que ha durado 8 años y que ha paralizado la iniciativa del Consell de la Generalitat en más de una ocasión, contribuyendo a la derrota del PP, el pasado 22 de mayo, en ayuntamientos de la provincia de Alicante tan importantes como Benidorm, Alcoi, Villena u Orihuela.

Está por ver qué ocurre con Camps. Alberto Fabra debe marcar distancias con su antecesor. De momento, son discursivas y de expectativas. Con el tiempo, tendrán que ser también materiales y concretarse en hechos. Se está a la espera de que pasen las elecciones generales y el juicio por los trajes. Después, Camps podría ser rescatado por su partido y se correría el riesgo de que el expresidente quisiera reivindicar su figura y seguir teniendo voz y capacidad de incidir decisivamente en la vida política de su partido. Esto generaría, como ocurrió con Zaplana, problemas en el PP valenciano y en la acción de gobierno del Consell de la Generalitat. Tiempo de espera.

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