VALENCIA. Han transcurrido ya dos décadas vertiginosas desde que el mundo cambió. Desde que realmente y de forma anticipada se iniciara el siglo XXI entre 1989 y 1991. Seis meses después de la caída del muro de Berlín Internet empezaba a ser una realidad que supuso un formidable proceso de aceleración histórica. Dos décadas en las que el mundo, de la mano de los cambios políticos que certificaron el final del modelo bipolar y, aún más, gracias a los formidables cambios propiciados por las TICs, se ha hecho, a la vez, mucho más plano y puntiagudo. Tanto Friedman como Florida tienen parte de razón. Tiempo y espacio han cambiado radicalmente su significado tradicional. La Tierra, en efecto es más plana, pero no lo es igual para todos.
Estamos asistiendo a un hecho realmente nuevo y de consecuencias tan desconocidas como imprevisibles: ni más ni menos que un proceso de nuevo reparto del poder. La paradoja de este proceso, marcado por la incertidumbre, la complejidad y la velocidad de los cambios, es que en la medida en la que el Estado se trasforma y ve cómo se difuminan sus contornos tradicionales, las ciudades han cobrado nuevo protagonismo como actores políticos en todas las escalas, desde la local a la global.
Lo cierto es que ahora las ciudades (y no sólo las grandes ciudades globales) han ganado posiciones en el tablero geopolítico y económico y disponen de unas oportunidades extraordinarias para ocupar (o no) un lugar destacado o singular en esta realidad cambiante en la que las fronteras de los Estados son menos determinantes que hace veinte años. Las ciudades, también las ciudades intermedias, compiten y cooperan entre ellas. Y en este nuevo contexto hay regiones urbanas y ciudades que ganadoras (pocas) y regiones metropolitanas y ciudades perdedoras.
Y ya no depende tanto de la capacidad o tamaño de su propio Estado, sino de la capacidad de los actores públicos y privados concernidos, de su inteligencia y de su voluntad de construir proyectos movilizadores, de su habilidad para encontrar puntos fuertes en torno a un propósito colectivo. La cultura y la inteligencia territorial son hoy fundamentales y la escala adecuada para desplegar todo el potencial es la escala de la ciudad y la región urbana y metropolitana. De hecho, el mundo puntiagudo que refleja Richard Florida en su conocida cartografía, es en realidad un mundo de ciudades y regiones urbanas y metropolitanas y no de Estados. Porque es ahí donde ocurren las cosas. Es ahí donde se concentra el poder, los recursos, la capacidad de innovación y el talento.
LAS CIUDADES, EL MEJOR LABORATORIO
Por esa razón no hay mejor laboratorio que las ciudades y las regiones metropolitanas para conocer el verdadero alcance de las transformaciones de una economía globalizada y su impacto en los mercados de trabajo locales. Para evaluar el creciente proceso de segmentación de nuestras sociedades y analizar sus consecuencias políticas, sociales y culturales. Para constatar los crecientes sentimientos de repliegue, hoy generalizados en la sociedad europea, que dificultan el reconocimiento del Otro y hacen extremadamente difícil la convivencia en sociedades crecientemente multiculturales por razones estrictamente demográficas. Para imaginar una nueva generación de políticas públicas adecuadas a un contexto geopolítico, económico, social, cultural y ambiental muy diferente, y en gran medida nuevo.
Hoy, más que nunca, se hace necesario dar contenido pleno al término desarrollo sostenible. Especialmente en ciudades y regiones urbanas. Es decir, procurar que exista una adecuado equilibrio entre tres pilares básicos: competitividad económica, cohesión social y gestión prudente de los recursos. Evitando desequilibrios muy marcados entre alguno de ellos, porque en ese caso se desequilibra el conjunto. Pero además, incorporando los enfoques estratégicos en la escala adecuada, que ya no puede ser otra que la de la ciudad real, es decir, aquella que integra una región urbana o metropolitana definida por redes y flujos cotidianos entre varios núcleos y donde además hace tiempo han desaparecido los límites entre urbano y rural, porque como diría Soja hasta lo rural es ya urbano. La gobernanza democrática a escala metropolitana sería hoy el cuarto pilar imprescindible en la que sus actores más relevantes, partiendo de un propósito colectivo, deseen incorporar cohesión y coherencia territorial a sus políticas y a sus proyectos.
El "retorno" de la ciudad como actor político se ha producido en un contexto post-industrial que es muy diferente al de los años ochenta del siglo XX. Desde entonces hasta ahora, las dinámicas urbanas han venido presididas por procesos intensos de dispersión y descentralización. Junto a los procesos de recentralización de determinadas actividades asociadas a los servicios avanzados y de gentrificación, han prevalecido los procesos centrífugos, aunque selectivos. Se ha producido lo que hemos convenido en definir como la explosión de la ciudad. De ahí las continuadas referencias a ciudad real, ciudad dispersa, ciudad de ciudades, ciudad flexible... como contraposición a ciudad central. Todas vienen a referirse a los procesos de salida selectiva de población y de difusión de la urbanización y a crecientes demandas de suelo en áreas periurbanas para usos industriales y terciarios y para equipamiento de infraestructuras. Transformaciones todas ellas muy visibles que indican nuevas interdependencias y remiten a mayor complejidad y especialización funcional en regiones urbanas y metropolitanas.
LOS NUEVOS ENFOQUES
Estas nuevas dinámicas urbanas requieren nuevos enfoques y una nueva forma de afrontar el futuro. El catálogo de buenas prácticas en Europa occidental y en América del Norte es muy sugerente. En primer lugar, en el ámbito de las políticas de promoción económica y la creación de empleo, el primer objetivo. Cada vez se concede más importancia al contexto institucional y a la buena integración entre universidades e institutos tecnológicos y sistema productivo. Cada vez se presta mayor atención a los enfoques estratégicos a escala metropolitana. Siempre se concede mucha importancia a la capacidad de liderazgos claros, públicos y privados. Con el objetivo de gestionar de manera acertada la transición hacia un nuevo modelo productivo que habrá de basarse en el estímulo de actividades y mercados emergentes, en la diversificación y en la calidad de los servicios, los espacios urbanos creativos habrán de basar esa transición en el talento, la tecnología, la capacidad de pensar juntos y en la tolerancia. Como también, en el caso de las ciudades mediterráneas, la apuesta por un modelo equilibrado que sepa conciliar un modelo turístico basado en la calidad y la gestión prudente de recursos y la adecuada ordenación y gestión de sus paisajes culturales. Son uno de nuestros puntos fuertes.
En segundo lugar, apostar por hacer más ciudad y más sostenible. Recuperando el verdadero significado y el equilibrio entre polis, civitas y urbs (por este orden) y el mismo equilibrio entre los pilares que garantizan la sostenibilidad de la ciudad real: a) diversificación de la actividad económica, dotando a los espacios urbanos de las infraestructuras e infoestructuras necesarias; b) incorporación de forma decidida de prácticas ambientalmente sostenibles y saludables y c) mejora del grado de cohesión social en un contexto en el que las tendencias de fondo parecen caminar en otra dirección. Tal vez este sea el reto más difícil que las ciudades tendrán que afrontar (atención a los procesos de segmentación y segregación, gestión de la diversidad, atención a los grupos sociales de riesgo...). Algunas buenas experiencias indican que hay que empezar por el barrio, la escuela y los servicios sociosanitarios.
En tercer lugar, prestar la atención debida a los centros históricos y a los espacios degradados. Siendo capaces de dar contenido a tres principios básicos: rehabilitar, regenerar y revitalizar. Demostrando, como lo han hecho muchas ciudades en Europa, que es posible conciliar cultura, historia, memoria, productividad, competitividad y modernidad.
En cuarto lugar, desarrollar nuevas formas de gobernanza metropolitana. "Pensar juntos" en clave de región metropolitana es fundamental y en consecuencia es básico mejorar la coordinación y la cooperación entre actores políticos y entre actores públicos y privados. Ejemplos de buenas prácticas de formas imaginativas de cooperación flexible existen muchos, aunque no precisamente en España. Y no es preciso remitirse a procesos más desarrollados en regiones urbanas extensas como la Asociación Regional de Stuttgart o Central Manchester Development Corporation, sino que incluso existen buenas experiencias en el grupo de ciudades intermedias. Lille Métropole o Torino Internazionale son buena muestra.
CATÁLOGO DE PELIGROS
Pero estos procesos que afectan a la ciudad postindustrial también entrañan riesgos. En primer lugar en el terreno de la política. La falta de liderazgos claros, de voluntad para impulsar iniciativas en la escala metropolitana, de capacidad para gestionar redes, para construir consensos básicos, para imaginar nuevas formas de coordinación es un gran impedimento.
En segundo lugar, en dejarse llevar por la tentadora pendiente de los proyectos singulares. También existen ejemplos en otras ciudades europeas y españolas en las que ha prevalecido la "festivalización" o la proliferación de proyectos singulares que luego han quedado reducidos a lo que Sánchez Ferlosio ha definido acertadamente como "cajas vacías". Pueden ser positivos, pero si los desequilibrios son muy marcados puede producirse una escisión entre las diversas ciudades que coexisten, incrementando la percepción entre los ciudadanos de que existe una ciudad para ser visitada y otra ciudad para residir. Pero sobre todo existe el riesgo de confundir civitas con urbs, cuando el orden debe ser siempre el contrario: primero polis, luego civitas y por último urbs.
Finalmente, es en las ciudades donde deben impulsarse las innovaciones democráticas que vayan más allá de las formas tradicionales de democracia representativa o electoral. Información, participación y consulta pública son los principios inspiradores, todavía en fase inicial, de esa nueva generación de iniciativas que ya empiezan a ver la luz en algunas ciudades europeas y norteamericanas.
Para impulsar esta agenda en la que hoy trabajan decenas de regiones urbanas y metropolitanas en el mundo desarrollado es condición necesaria abandonar el ‘parroquialismo' y el localismo, pero no lo es disponer de ninguna declaración de capitalidad. No aporta valor añadido alguno para una región urbana que quiera situarse entre las ganadoras. Porque la capitalidad no se decreta sino que se construye cada día ganado la confianza de ciudadanos y actores políticos y económicos que hoy vivimos de forma mayoritaria en regiones metropolitanas. Ese es hoy el reto principal para Valencia y su región metropolitana.
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(*) Joan Romero es catedrático en la Universitat de València y miembro del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local
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CAPITAL, VALENCIA (V). La ciudad sin oxígeno (Josep Sorribes/Pau Rosell)
Excel.lent. Per què tenim tant maltractats i oblidats als millors pensadors del nostre país?
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