ALICANTE. Esta semana no sabía sobre qué escribir. El calor, el sonido del mar, los libros que esperan en la repisa de la ventana a que los vuelvas a abrir, la bebida fría que grita desde la nevera, son todos elementos de un paisaje de verano que dificultan la concentración. Y, tal vez por eso mismo, mi pensamiento comenzó a navegar por mi memoria. Me detuve en uno de mis veranos pasados por tierra, cuando aún era estudiante universitaria y me dedicaba a llenar los días del calendario con campañas de excavaciones arqueológicas.
Los estudiantes de arqueología, para poder acumular experiencia en la materia, sacrificamos nuestras vacaciones de playa, sol y festivales por madrugones intempestivos, literas infames, cargar carretillas, picar estratos, catalogar fragmentos y orientar la cerámica en el dibujo para conseguir identificarla en el tiempo y el espacio. Todo esto que a muchos de vosotros os puede sonar a chino, son las fases de la reconstrucción del tiempo. Albacete, Camporrobles, Santa Pola, Villena, Elda, Calp e incluso, Montecchio, un pequeño pueblo de la bellísima región de Umbría en Italia, son algunos de los enclaves geográficos de mis veranos pasados por tierra.
Los estudiantes de arqueología aprendemos rápidamente que Indiana Jones era un expoliador, un aventurero que buscaba "el objeto por el objeto", al que no le interesaba entender el contexto en el que se encontraba y que, ni mucho menos, se paraba a descubrir las interfaces, esos espacios invisibles entre estrato y estrato que delimitan el final de una fase de asentamiento y el inicio de otra diferente. Disculpad que desvaríe y me vaya por los cerros de Úbeda, pero hay tanta belleza en esta profesión que es triste y patético que vivamos en una sociedad en la que no se le da ninguna importancia a divulgar nuestro patrimonio arqueológico y, ni mucho menos, a impulsar la investigación que permita sufragar campañas arqueológicas. Los recortes han llevado a finalizar las excavaciones en multitud de yacimientos que se encuentran de nuevo sumergidos por la tierra hasta que, algún día, vuelva a existir financiación que nos permita seguir aprendiendo y descubriendo nuestro pasado.
Afortunadamente, todos los años, los estudios de arqueología se llenan de savia nueva dispuesta a aprender y a sacrificar los veranos, jóvenes a los que no les importa si las condiciones del lugar implican dormir en litera o en un colchón en el suelo; o si hay bocadillo o fruta para almorzar al sol de agosto en un cerro perdido de la meseta. Los estudiantes de arqueología disfrutamos del verano sabiendo que hemos descubierto un fragmento de cerámica ática que nos permite datar con mucha exactitud una parte del yacimiento o que hemos conseguido entender la secuencia estratigráfica del área de la que somos responsables.
Sin embargo, esas ansias por saber nunca han sido recompensadas por la triste ignorancia de los poderes públicos que, en la mayoría de casos, nos han explotado por encima de todas las posibilidades. Investigadores, profesores y estudiantes de arqueología hemos sido adiestrados en el arte del estrangulamiento de las mínimas subvenciones existentes para prolongar los tiempos de excavación al máximo y así conseguir obtener toda la información posible a costa de torcer el lomo con más ímpetu.
Somos de las pocas, por no decir la única, especialización universitaria en la que aprendemos a picar piedra literalmente, pero también a interpretar la estratigrafía, identificar el material cerámico, metálico y ornamental de cada periodo, dibujar en planimetría el yacimiento y a mano alzada los artefactos, escribir informes e investigar paralelos en otras culturas y geografías hasta que, por fin, podamos explicar la vida de un trozo de tierra en el que había quedado oculta la huella del tiempo centenario.
No creo que existan muchas disciplinas que impliquen una prueba tan clara de vocación como los veranos de los estudiantes de arqueología. Y, sin embargo, al finalizar los estudios la realidad es desmoralizante. La gran mayoría de mis compañeros y compañeras de promoción opositan o se dedican a otro tipo de profesiones por falta de oportunidades, sobre todo después del desastre del boom de la construcción que también se llevó por delante a bastantes empresas de arqueología.
La desidia del gobierno hacia esta parte tan importante de nuestra cultura se ejemplifica en un caso que me dediqué a investigar como diputada: los restos arqueológicos encontrados en 2007 durante las obras de construcción del nuevo -y todavía inacabado- estadio del Valencia CF. Sobre ello le pregunté a la ex consellera Catalá, dado que las obras sacaron a la luz los restos de una antigua fábrica de papel del siglo XIX, un molino de origen medieval y los restos de un puente que daba acceso a la ciudad de Valencia desde el actual barrio de Benicalap. Se suponía que en el momento en que terminaran las obras se iba a hacer un proyecto de conservación de esos bienes inmuebles compatible con el Nou Mestalla.
Cuando pregunté qué actuaciones técnicas se había llevado a cabo en relación con la puesta en valor de estos restos arqueológicos, me contestaron: «Les informo que, de acuerdo con los informes oportunos, se realizó el tratamiento de urgencia de los materiales y se procedió a su almacenaje, siguiendo las instrucciones que indicaron los expertos. En cuanto al inmueble al cual hace referencia en su pregunta, le indicamos que no se valoró que debiera alcanzar una protección como bien de interés cultural.»
Los restos arqueológicos del Nou Mestalla son impresionantes a tenor de los dibujos y fotos que pude observar cuando consulté los informes y memorias de la empresa de arqueología que realizó las intervenciones. Y, sin embargo, la conselleria no molestó ni a la empresa constructora ni al Valencia Club de Fútbol para que pusieran en valor ese patrimonio de los valencianos y valencianas. De hecho, la mayoría de los restos inmuebles siguen almacenados en el solar de las obras inacabadas y las promesas en forma de titulares que vendían a bombo y platillo su conservación, olvidadas.
Espero que el nuevo Consell tenga una sensibilidad diferente y se preocupe por los restos arqueológicos abandonados en el Nou Mestalla. Estoy dispuesta a aportar todos los informes necesarios para que entienda la necesidad de empezar a desenterrar tanto tesoro colectivo "escondido por los piratas". La arqueología valenciana merece una oportunidad y es tan prioritaria como cualquier otra expresión de los valores de una sociedad avanzada.
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