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VALENCIA. Ahora que ya sabemos que el voto oculto e indeciso apuntaba a Compromis y que el electorado no sólo quería dialogo sino que ha dicho basta al PP, al partido de Rajoy no le queda otra que asumir y tomar nota de un fracaso sin paliativos.

El esfuerzo de Fabra contra la corrupción no ha cotizado en votos. Pudo más el rechazo emocional a ese partido que albergó a indignos y tardó demasiado en expulsarlos. Y aunque el president se centró en la limpieza, el propio PP le ha restado votos. A Fabra le ha condenado el propio Rajoy y, sobre todo, Barberá, pero el paraguas era el que era y estos matices no cuentan en política. Como tampoco cuenta el ninguneo gratuito de Rajoy al candidato valenciano al que tuvo meses en el limbo mediático.

Y frente al Fabra derrotado, destaca la sorpresa y auge de Compromis con una Monica Oltra que le ha hecho la campaña a Podemos y a EU. A Podemos se entiende bien porque su candidato es un personaje gris. Es más llamativo que se haya "tragado" a un peso pesado como Ignacio Blanco, seguramente la mejor cabeza de la izquierda que ahora se va por el sumidero.

Oltra tiene una habilidad especial para conectar con la gente que ha sabido utilizar como nadie contra sus oponentes del PP y PSOE y contra el resto de la izquierda. Sin programa, a decir del poco uso que le ha dado en la campaña, habría ganado igual porque la fuerza es ella misma. Oltra recuerda a esa Susana Díaz que basa su mensaje en su propia figura. Si la campaña dura un par de semanas más, a Mónica le habría faltado tarta, justo lo contrario que a Ciudadanos. Si a Carolina Punset le amplias el calvario (que eso supuso para ella esta campaña) se marcha a Altea y no vuelve a pisar Valencia.

¿Qué tendría en la mente Albert Rivera para poner a Punset a liderar una candidura a una persona que ni conocía ni le interesaba la Comunidad, como ha demostrado en estos meses? Sólo pudo tener una cosa: mínimo riesgo, perfil plano y visión puesta en las generales, que a fin de cuentas ha sido la apuesta clara de Ciudadanos.

Bárbera, sin embargo, ha sido un claro ejemplo de oídos sordos a lo que estaba pidiendo el ciudadano. Incluso, de lo que estaba pidiendo su partido. Le ha sobrado la última legislatura y ha tenido en común con Aguirre esa prepotencia que pasa factura en las urnas. Una cosa es la firmeza y otra esa vehemencia y soberbia que suelen acabar con tantas carreras políticas.

Valencia era de Rita como el salón de su casa, como esa plaza de parking en el Ayuntamiento donde olvidó su coche durante años. Su encendida defensa de Camps, su falta de cintura para el consenso y esa habilidad para desaparecer del lado oscuro de las corrupciones y tratar a los suyos como a su propia familia, le han costado el cargo. Esta no ha sido la campaña "más sucia" como ha dicho la alcaldesa. Esta ha sido la campaña en la que no se ha barrido a tiempo, que es distinto. Y los que tenían que barrer no lo hicieron. O no lo hicieron a tiempo.

Y mientras todo esto ocurría en el PP, en el PSPV dejaban pasar los años sin una oposición real, sin una opción clara de gobierno centrados como estaban en luchas internas con Zapatero, Pedro Sánchez y todos los que quedaron en ese camino de luchas baldías que son hoy las primarias socialistas. Han dado la impresión de que se interesaban más por si mismos que por ejercer una oposición efectiva frente al PP.

Y, desde luego, han obviado el retrovisor por el que le ha adelantado cierta izquierda que, en otras condiciones, les habría votado. Han dejado escapar a los suyos en un descuido difícil de entender en política . Esa dejadez y falta de visión les ha llevado a tener hoy una dulce derrota que diría Alfonso Guerra, o una victoria amarga que pudo haber sido otra cosa.

A partir de ahora, se abre un escenario en el que la izquierda tiene que demostrar que sabe pactar y gobernar, que sabe pasar página y ganar en credibilidad e imagen aprovechando la buena racha económica.

Y si Rajoy quiere recuperar lo perdido tendrá que cambiar de rumbo con mucha rapidez ahora que ya sabe por qué se pierde. Tendrá que rectificar ese empecinamiento de fiarlo todo a la recuperación económica cuando la población no la percibe así. Tendrá que enfilar una contrarreloj y cambiar a tiempo el curso de la batalla cuando lo que pinta es el color de la derrota, del fracaso sin paliativos que acaban de darle las urnas.