VALENCIA. Las de hoy serán las novenas elecciones autonómicas (y décimas municipales) que se celebran en la Comunidad Valenciana. Unas elecciones que sin duda, gobierne quien gobierne, arrojarán unos resultados muy diferentes a las anteriores, sin mayorías absolutas y con más actores políticos representados que nunca.
Como resulta complicado decir algo que no se haya dicho ya sobre esta campaña y sobre estas elecciones, y fútil ponernos a hacer pronósticos "a pie de urna" (y eso, para aquellos que lean esta columna el domingo; para quienes la lean después, ni eso), hoy querría hacer un breve repaso sobre lo que ocurrió en las ocasiones anteriores. Por el interés que pueda tener, en sí, la retrospectiva, y porque posiblemente sirva también para leer los resultados de 2015, sean estos los que sean, bajo otra luz.
1983: mayoría absoluta socialista. Las primeras elecciones autonómicas se produjeron cuando la ola hegemónica socialista se encontraba en pleno auge. El PSPV de Joan Lerma no sólo consiguió la mayoría absoluta en escaños (51 de 89), sino también en votos, con un 51,77%. Pasarían 24 años hasta que esto último volviera a suceder, con la victoria de Francisco Camps en 2007. El de 1983 fue el mejor resultado de los socialistas en toda su historia (producido en la primera ocasión en que hubo elecciones; tal vez así se entienda toda la dimensión de la decadencia del PSPV en estos años, y su remoto origen), y permitió consolidarse en el poder durante los doce años posteriores.
1987: los efectos de la Batalla de Valencia. En estas elecciones el PSPV volvió a vencer, pero perdió la mayoría absoluta, en votos (41,72%) y (más ajustadamente) en escaños (42 de 89). Este descenso no se dio merced a una erosión a su izquierda, sino a su derecha, con la fuerte aparición del CDS, que obtuvo diez escaños. Curiosamente, también Alianza Popular (liderada por Rita Barberá) obtuvo peores resultados que en 1983, en esta ocasión en beneficio de Unión Valenciana, que aparece por primera vez en Les Corts con seis escaños.
1991: preludio del cambio de hegemonía. En estas elecciones el PSPV recuperó modestamente posiciones y obtuvo una ajustadísima mayoría absoluta (45 escaños). El CDS (liderado por Alejandro Font de Mora) desapareció del mapa, mientras que los demás partidos experimentaban pequeños incrementos del voto a su costa, en beneficio, sobre todo, del PP. El escenario, por tanto, parecía propicio para los socialistas. Sin embargo, estas elecciones mostraron un inquietante panorama para el futuro: la pérdida de la ciudad de Valencia merced al pacto entre el PP y Unión Valenciana, que entronizó (por los pelos) a Rita Barberá, y constituyó el auténtico inicio de la hegemonía del PP en la Comunidad Valenciana.
1995: se consuma el cambio de ciclo. Como es sabido, en estas elecciones el PP logró ser la fuerza más votada, superando en diez escaños a los socialistas y quedándose al borde de la mayoría absoluta (42 escaños de 89). El pacto con Unión Valenciana, que otorgaría a Vicente González Lizondo la presidencia de les Corts, le aseguró a Eduardo Zaplana la Generalitat.
1999: primera mayoría absoluta del PP. A lo largo de su primera legislatura, Zaplana se afanó por hacer lo que el PP ha hecho tan bien, y en tantas ocasiones, con los partidos de su espacio ideológico que le han dado apoyo: vampirizar a Unión Valenciana, haciéndose con sus dirigentes e integrándolos en el PP, mientras se perseguía hasta la extenuación a este partido con el objetivo de que no superase el 5% y, por tanto, no entrase en les Corts. Esta estrategia, urdida por Rafael Blasco, y que llegaría al extremo de que en las elecciones autonómicas surgieran, tanto en 1999 como en 2003, misteriosos partidos regionalistas con el objeto de disputarle el voto a UV, dio un excelente resultado. En 1999 UV obtuvo un 4,76% de los votos y comenzó a desaparecer de la vida política valenciana. El PP obtuvo una holgada mayoría absoluta de 49 escaños.
El PP no tardó en ocupar el espacio de UV, convirtiéndose en "el partido de los valencianos" (de un determinado tipo de valencianos, y de entender lo que es Valencia, el carácter de sus ciudadanos y los intereses estratégicos del territorio) y comenzó el largo ciclo de mayorías absolutas que, muy probablemente, finalice 20 años después, en 2015. Para ello, contó también con la inestimable ayuda de la oposición y su incapacidad para constituirse en alternativa sólida y atractiva para una mayoría de valencianos, en buena medida como consecuencia de sus luchas internas (en 1999 Antoni Asunción sustituiría a última hora a Joan Romero como candidato socialista. Tan a última hora que los carteles electorales del primero se entremezclaron con los carteles de precampaña de Joan Romero).
2003: Camps, salvado por la campana del Bloc. Aunque parece que la hegemonía del PP ha sido incontestable todos estos años, lo cierto es que estuvo a punto de perder el poder en 2003. Aquella campaña se produjo en un clima social particular, con una mayoría de la población muy irritada con el gobierno de Aznar por su empeño en tener un papel en la guerra de Irak (aunque fuera el papel de bufón) e involucrar a España en ese conflicto. Se esperaba un voto de castigo que quedaría evidenciado, sobre todo, en dos importantes comunidades autónomas: Madrid y la Comunidad Valenciana. En Madrid el PP perdió la mayoría absoluta (y la volvería a recuperar meses después, tras el alucinante episodio del "Tamayazo"). En la Comunidad Valenciana logró mantenerla por los pelos (48 escaños) en el estreno de Camps, gracias a que el Bloc Nacionalista Valencià, una vez más, se quedó a las puertas de las Cortes, con un 4,77% de los votos.
2007: el PP toca techo. La izquierda, en apariencia, aprendió de su error, y Esquerra Unida y el Bloc se presentaron unidos en 2007 en la coalición Compromís. Sin embargo, no sirvió de nada. En el punto álgido de la burbuja y la política de grandes eventos, el PP arrasó con un 53% de los votos (54 escaños de 99), mientras Compromís sólo obtenía siete escaños, uno más de los que había logrado en solitario EU en 2003. Además, el poder de la izquierda en los municipios, sobre todo en el cinturón rojo de Valencia, quedó totalmente diluido ante el empuje del PP. Como consecuencia de todo ello, Camps se convirtió en uno de los barones más poderosos del PP, que incluso sonó como posible sucesor de Mariano Rajoy (y fue quien, en definitiva, aseguró la continuidad de Rajoy frente a Esperanza Aguirre en el congreso de Valencia de 2008).
2011: imperceptible decadencia. Cuatro años después, el PP volvió a vencer por mayoría absoluta, aunque experimentó una pequeña caída en votos (del 53% al 50%), que sin embargo conllevó un resultado aún mejor en escaños (55), merced a la división del voto de la oposición en tres partidos: PSPV, EU y Compromís, y la debilidad de los socialistas como principal alternativa. Poca gente le dio importancia a ese descenso, como es lógico, dado que aun así el PP seguía con resultados estratosféricos y la oposición parecía más débil que nunca.
Como es sabido, poco después de formar gobierno Camps presentaría la dimisión, acosado por su supuesta vinculación con la trama Gürtel, y Alberto Fabra le sustituiría. El PSPV cambiaría su liderazgo pocos meses después de las elecciones generales (Jorge Alarte perdería el congreso de Alicante frente a Ximo Puig) y en Compromís quedaría progresivamente evidenciado que su mejor baza era aprovechar el tirón electoral de Mónica Oltra, frente al mayor peso específico del Bloc en la coalición. Esquerra Unida, por último, renovó su liderazgo, sustituyendo Ignacio Blanco a Marga Sanz. Luego aparecerían Podemos y Ciudadanos (UPyD desapareció sin que apenas le diera tiempo a aparecer) y cambiarían de nuevo la ecuación, aunque con una constante indiscutible: se acabaron las mayorías absolutas. Al menos, en la próxima legislatura. Habrá que pactar. Ya veremos quién, con quién, para formar qué.
#prayfor... mientras tanto, en los medios españoles...
España ha vuelto a ser Madrid, una vez más. No importa que en estas elecciones se renueven todos los ayuntamientos de España, ni los gobiernos de 13 comunidades autónomas. La atención de los medios de comunicación ha estado focalizada, quizás más que nunca, en lo que pasaba en Madrid y en la Comunidad de Madrid. Y sobre todo, en lo que hacía Esperanza Aguirre. Lo cual ha tenido el interés de constatar en qué consiste el tirón electoral de Aguirre entre los suyos: sin programa, sin propuestas, la candidata del PP se ha dedicado a rebajar el nivel del discurso político.
Este ya estaba a ras de suelo desde hace mucho tiempo, pero Aguirre ha cogido una pala y ha cavado varios metros para dejarlo más abajo aún, con cosas como sus continuas y obsesivas alusiones a ETA (cuestión que, según la última encuesta del CIS, preocupa al 0,7% de los españoles), o su genial comentario de que "si gana Podemos, esta será la última vez que podamos votar libremente". Digo yo que, incluso aunque nos creyéramos el delirio argumentativo de que Podemos pretende implantar una dictadura en España, para hacerlo tendrían que ganar en las Generales de noviembre, ¿no? ¿O ya les bastará con gobernar en el Ayuntamiento de Madrid para impedir que podamos "votar libremente"?
En fin…ayer sábado noche, en el supuesto debate periodístico nacional de la Sexta, en mi opinión un ilegal programa de propaganda partidista en jornada de reflexión, los periodistas de Madrid se centraron casi en exclusiva en la candidata a la alcaldía de … Madrid. Los otros 8121 municipios de España, y las 12 Diputaciones provinciales no interesaban. Hoy domingo, a mediodía, tras Eurovisión y el fútbol, TVE, la tv que todos los españoles pagamos, otros periodistas, que probablemente viven en los mismos vecindarios, han abierto con, adivinen, …Madrid, para después seguir con Castilla – La mancha y Castilla León. Y casi se acabó. Luego se asombran que algunos en “provincias” o en “la periferia” se sientan preteridos, discriminados o directamente estafados. No sería malo que se dieran a esos periodistas algunas clases de organización territorial y constitucional española, y de diversidad y tolerancia cultural, pero no asiática o africana, sino ibérica. Sólo han pasado 37 años desde que la Constitución se aprobó, quizá sería hora de plantearse que los medios de comunicación la conocieran un poquito...sin acritud.
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