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CARTAS DESDE BOLONIA

Una generación
de escritoras que
aún no existe

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 02/03/2015 No se observan indicios de una nueva generación de mujeres nacidas entre finales de los setenta y los ochenta que pueda tomar el relevo

Elena Poniatowska, la 'princesa' que ha narrado el México contemporáneo. FOTO: EFE.

BOLONIA. Hay todo un mundo público copado por los hombres. Más incluso de lo que nos han dicho. Sostiene Daniel Escandell en su estudio sobre blogs y literatura Escrituras para el siglo XXI (Iberoamericana, 2014) que en el año 2009 el porcentaje de hombres escritores hispanohablantes en la red era de un 81,2% frente a un raquítico 18,8% de mujeres. Dos años después, según Escandell, las cifras se corregían mínimamente: un 72,4% de hombres frente a un 27,6% de mujeres (año 2011).

Más allá de la situación en 2015, imaginamos que más equilibrada, las cifras que se ofrecían en este ensayo permitían dar por buena una hipótesis inquietante: aquel nuevo mundo de internet había sido conquistado por varones. Aquel nuevo mundo, como cualquier nuevo mundo, siempre era colonizado, organizado y gestionado por hombres autorreferenciales y complacidos. Y la cuestión no es banal: el mundo digital se convertirá en referente (o ya lo es) para las nuevas plataformas de intercambio, de almacenamiento y de creación de cultura, pero también lo será a nivel educativo, y no puede ser que el 80% de ese ecosistema sea masculino. Porque los modelos, los criterios y los juicios (y prejuicios) serán masculinos.

Resuenan las palabras de Elena Poniatowska recogiendo el Cervantes: "soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, los hombres son treinta y cinco". Estas mismas palabras podrían aplicarse al Premio Nobel de Literatura: en el mismo intervalo del que habla Poniatowska, solo siete mujeres lo ganaron frente a treinta y un hombres: Nadine Gordimer (1991), Toni Morrison (1993), Wislawa Szymborska (1996), Elfriede Jelinek (2004), Doris Lessing (2007), Herta Müller (2009) y Alice Munro (2013). Y como se entenderá, no es solo una cuestión de números: el circuito literario está abrumadoramente plagado de varones, sus instituciones, sus jurados, sus reconocimientos, aplicando criterios (de publicación por ejemplo) proclives a la misma mitad del mundo de siempre. Las páginas de crítica cultural no son una excepción. Es lícito pensarlo así, y quien no se fíe de las estadísticas, siempre puede tomarlo como hipótesis o leer a Laura Freixas.

LAS CHICAS SON GUERRERAS

La crítica feminista entró como modelo analítico más por el lado de la academia que por el lado de las instituciones culturales. Y la capacidad de interacción de un lado hacia el otro no está del todo clara. La fuerza con que provenían los estudios de género, principalmente desde los Estados Unidos y potenciada al mismo tiempo por el sesentayochismo francés y sus secuelas europeas, hizo prosperar en nuestro país una nueva ola femenina (y a veces feminista) ya bien pasados los ochenta, cosa que no ocurrió de forma tan clara por ejemplo con la crítica queer o gay, o los estudios poscoloniales en España.

Almudena Grandes, una referencia inexcusable. FOTO: EFE.

Esta nueva ola no se plasmó en ningún género concreto, pese a la voluntad de los sellos editoriales de encontrar un filón comercial, sino en un nuevo ambiente dispersado en temas y nombres: especialmente significativa fue la novela erótica Las edades de Lulú (1989) de una debutante Almudena Grandes, pero también la aparición de Rosa Montero, Adelaida García Morales, Soledad Puértolas, Maruja Torres, etc.; a la militante Belén Gopegui habríamos de esperarla una década después, igual que a Petra Delicado, personaje de Alicia Giménez Barlett y una de las pocas inspectoras de policía mujer dentro de un género tan prolífico como el policial en España. Muchas de estas escritoras encontraron en las páginas de periódicos una ventana por donde hacer patente que la modernidad de España iba a venir para quedarse cuando la voz de la otra mitad del mundo se volviera cotidiana y dejara de ser exótica, como un premio Nadal en 1944. Y ahí siguen.

QUIÉN TOMA EL RELEVO

Europa y América Latina siguen proveyendo. Europa, vía Feria de Frankfurt, y América Latina gracias a la Feria de Guadalajara y al trabajo de los grandes sellos españoles (de la metrópolis) que siguen funcionando a un lado y otro del Atlántico. En Francia el año pasado la bretona Maylis de Kerangal (1967), que empezó a escribir en la década de los 2000, arrasó con su brillante novela Réparer les vivants (en español: Reparar a los vivos, Anagrama, 2015), desmarcándose de las últimas conmociones de Emmanuel Carrère, Michel Houellebecq, Jean Echenoz o Patrick Modiano.

En Italia ha sido abrumador el éxito de Silvia Avallone (1984), cuya novela Acciaio (2010, en español De acero, Alfaguara, y en catalán D'acer, Edicions 62) ha sido traducida a más de veinte lenguas. Y resuenan los nombres de Rosella Postorino (1978), quien en 2009 fichó por la todopoderosa Einaudi y cuya obra Il corpo docile (2013, aún sin traducción en España) fue alabada incluso por L'Osservatore Romano, prensa vaticana; la sarda Michela Murgia (1972) con sus primeras obras relevantes a partir de 2006; o Simona Vinci (1970), un poco anterior pero parte integrante de ese cosmos cultural femenino en Italia.

Cristina Rivera Garza; una estrella en América, nueva en España. FOTO: EFE.

De América Latina nos llegan con cuentagotas las obras de las mexicanas Rosa Beltrán o Cristina Rivera Garza, ahora colaboradora del diario El País, quienes a pesar de tener una obra consolidada tanto en México con en Estados Unidos para el público español resultan una novedad y un descubrimiento. De Argentina, apenas han tenido eco los Ladrilleros (Lumen, 2014) de Selva Almada (1973), una escritora alejada de Buenos Aires que refleja ese mundo rural abandonado por la gran capital y esos adolescentes curtidos por la pobreza y la violencia que de repente descubren lo más terrible de todo: el amor entre hombres.

Mientras Francia se estremece, Argentina sobrevive y México agoniza, España se aburre. Más allá de las recurrentes Clara Sánchez, Lucía Etxebarria, Espido Freire, Carmen Amoraga o Pilar Eyre, que mantienen el tono de lo publicado en España, por lo general amable, o de las siempre relegadas escritoras de novela juvenil, como Laura Gallego (1977), no se observan indicios de una nueva generación de mujeres nacidas entre finales de los setenta y la década de los ochenta que pueda tomar el relevo y ajustar cuentas con la narrativa española. María Sirvent (1980) se quedó por el camino tras Si supieras que nunca he estado en Londres volverías de Tokio (2010), obra que al menos prometía frescura y autoridad en cuanto encontrara una buena historia (o una historia mejor).

Quizás no sea alarmante y quepa esperar las grandes novelas en la madurez vital y literaria de todo el elenco de escritoras ya señaladas. No es descabellado. Pero teniendo en cuenta los nuevos derroteros de la creación y mediación cultural marcados por internet, sobre todo al contrastar los datos de escritura y recepción como los ofrecidos por Daniel Escandell, por lo menos debemos albergar cierta preocupación: existe un ecosistema en expansión con vocación absoluta en el que las mujeres, de nuevo, aparecen en segundo plano; y será un ecosistema al que se incorporarán cada vez más los escritores y escritoras por venir, que determinará su formación estética y que a su vez alimentará el circuito literario ya conocido, el de las grandes editoriales, los grandes premios, los grandes nombres, los grandes criterios y los grandes juicios (y prejuicios). Y que es el mismo del de las grandes esperas. O esperanzas, antesala de la felicidad y de la decepción.

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