En la foto, de izquierda a derecha, en la línea superior: Rosario Castellanos, Elena Garro, Carmen Martín Gaite, Idea Villariño, Cristina Peri-Rossi; en la línea inferior: Gioconda Belli, Gloria Fuertes, María Luisa Puga, Elvira Lundo e Isabel Allende
BOLONIA. Exactamente hoy, 28 de abril, se cumplen 5 años de la muerte de Idea Vilariño. Exactamente 5 años del "ya no estás en un día futuro / no sabré dónde vives / con quién / ni si te acuerdas. / No me abrazarás nunca / como esa noche / nunca. / No volveré a tocarte. / No te veré morir".
Murió mayor y en Montevideo, después de haberse pasado una vida pensando en la literatura, dando clases en la escuela secundaria (antes de la dictadura de Bordaberry y sus militares) y en la universidad (después, en 1985). Ella misma encarnaba la literatura, o lo que decimos que es la literatura, la poesía, las letras, la forma que adquiere el mundo con esa superposición maravillosa de palabras, de sintagmas y de respiración asistida. "El sol no existe aquí más que en palabras".
"Estás lejos y al sur / allí no son las cuatro", pero vamos a lo fundamental: Idea Vilariño nunca ganó un Cervantes. Por citar poetas latinoamericanos, en los últimos años fueron galardonados Gonzalo Rojas (2003), Juan Gelman (2007), José Emilio Pacheco (2009) o Nicanor Parra (2011), cuatro poetas repartidos entre Chile, Argentina y México, ante cuyos versos y cuya grandeza uno no puede menos que santiguarse. Es cierto. Y sin embargo, eso no nos impide pensar qué es lo que se premia cuando se premia, y sobre todo qué es lo que se deja de premiar cuando se premia.
LA PREGUNTA DE ELENA PONIATOWSKA
¿Con qué criterios se elige a Rojas y no a Vilariño? Y eso que "Más que por la A de amor estoy por la A / de asma" tiene su gracia, sexualmente hablando. ¿Sobre qué razón estética se premia a Edwards y no a Benedetti, no digo ya a Ernesto Cardenal, inalcanzable, o a Enrique Lihn, que se murió muy pronto? O mucho peor: ¿Por qué Francisco Umbral sí, y Manuel Vázquez Montalbán no? ¿Qué tiene Umbral que no tenga Manolo? ¿"Mortal y rosa"? Si Manolo lo sabía prácticamente todo de nuestro tiempo; de haber sobrevivido a aquella sala de embarque en Bangkok, hoy sería el gran referente vivo de la intelectualidad moral de nuestro país (y no solo de la izquierda). No exagero. O exagero muy poco.
Hay una certeza a la que no renuncio: si hay algún premio literario que merezca respeto en España, es el Premio Cervantes. Absolutamente todos los reconocidos con el galardón lo merecen, incluso probablemente José Jiménez Lozano (2002) o José García Nieto (1996). Pero hay una pregunta a la que no podemos contestar y fue la que Elena Poniatowska, tan extraordinaria en toda su obra, la cronista de los pobres de América Latina, de las mujeres y de los aplastador por los terremotos, los fusiles y el FMI, deslizó con voz potente y temblorosa (igual que su escritura) en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá mientras miraba de reojo al rey de España: "Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976. Los hombres son treinta y cinco". Y la pregunta que discretamente nunca formuló, porque en realidad no hacía falta, resonó entre las paredes del auditorio. ¿Por qué?
Idea Vilariño murió hace 5 años exactamente hoy, 28 de abril, y no sabemos qué hubiera tenido que hacer para merecer el Cervantes, aparte de sus Nocturnos (1955), Pobre mundo (1966) o No (1980). Probablemente no haber sido uruguaya en tiempos de Mario Benedetti (quien, por cierto, tampoco ganó el Cervantes) o haberse ganado al mercado editorial español: apenas se encuentran en este momento dos antologías de poemas, en Lumen y en Visor, y una antología de sus ensayos, en la editorial Colihue. Lo injusto es que Idea Vilariño, con su grandeza, haya sido relegada a los aplausos de unos pocos, y haya sido reducida por la crítica a una integrante más de la generación de poetas comandados por Benedetti, o a una enamorada de Juan Carlos Onetti, a quien le escribía poemas de amor y desamor, que en el fondo viene a ser lo mismo. Es decir, patrañas. "Cuándo ya noches mías / ignoradas e intactas, / sin roces. / Cuándo aromas sin mezclas / inviolados. / Cuándo yo estrella fría / y no en un ramo de colores".
LAS RESPUESTAS QUE NO EXISTEN
El esfuerzo que han hecho los departamentos de letras, por ejemplo, no se ha visto reforzado por las instituciones españolas, ni por sus premios, ni por sus ministerios de educación o cultura, ni por sus Reales Academias. La crítica feminista, o la crítica queer, tan denostadas por la mezquindad y la bajeza, se ha revelado como una forma de resistencia y, lejos de apuntalar lo políticamente correcto, ha luchado por lo estéticamente justo.
La no pregunta de Elena Poniatowska al recibir el Premio Cervantes, por qué solo 4 mujeres frente a 35 hombres, la completó con un homenaje a las tres Marías que la precedieron: María Zambrano (1988), Dulce María Loynaz (1992) y Ana María Matute (2010). Y luego completó su no pregunta con un recorrido por las mujeres de México: las ausentes de Ciudad Juárez, y las de la memoria, como la activista Rosario Ibarra de Piedra, la pintora Frida Kahlo, la fotógrafa Tina Modotti o la pintora Leonora Carrington, estas dos últimas mexicanizadas por voluntad propia. Y también con las escritoras nunca reconocidas por el Cervantes y susceptibles de quedar relegadas por la omnipotencia de Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco o Juan Rulfo (tampoco galardonado), es decir, la novelista y ensayista María Luisa Puga (Las posibilidades del odio) o la narradora, poeta y ensayista (escritora total) Rosario Castellanos (Balún Canán, Oficio de tinieblas), cuya muerte en Tel-Aviv, 1974, se produjo dos años antes de la primera edición del Premio (valga como disculpa).
Y uno se pregunta por qué Elena Garro, también mexicana, nunca paseó por la alfombra del Paraninfo de la Universidad de Alcalá para que el rey de España le tomara las manos y se las besara como a nuestra otra Elena, la Poniatowska. Con Los recuerdos del porvenir se anticipó a lo que Gabriel García Márquez escribiera en Cien años de soledad cuatro años después, en 1967, y a las crónicas que intentaran expresar la violencia del territorio mexicano décadas después. Llegará un día en que hablaremos con verdadera reverencia lo que están haciendo Rosa Beltrán o Cristina Rivera Garza, porque México en sí es todo un continente literario.
Y uno se pregunta qué debió hacer Carmen Martín Gaite para acompañar, muy justamente, a María Zambrano y a Ana María Matute. No digo ya Gloria Fuertes, porque nadie sale de sus poemas para niños, como si fuera una cosa menor alentar el imaginario poético a las generaciones inminentes, para descubrirla como poeta integral. Y no tendrán nada que hacer, del mismo modo, Elvira Lindo, Rosa Montero, Maruja Torres o Almudena Grandes, muy desiguales en sus propuestas y en su producción, pero disparando tinta y dignidad en las páginas de periódicos de nuestro país durante muchos años. Que la literatura es estética, pero sobre todo es ciudadanía.
Más fácil será ver a la nicaragüense Gioconda Belli o la chilena Isabel Allende entrar en el sancta sanctorum de la literatura en español; han tenido ocasión y fortuna para embelesar a lectores de distintas generaciones. Más propio sería ver a la uruguaya Cristina Peri-Rossi (El amor es una droga dura, y tantísimos otros títulos) o a la cubana Reina María Rodríguez ("El mundo está de vacaciones en el mundo, Ismael..."), firmes candidatas para los próximos años. Ya quisiéramos muchos ver a Carilda Oliver ya mismo, o a Damaris Calderón dentro de un tiempo. Quién sabe.
Basta de conjeturas. Exactamente hoy 28 de abril se cumplen 5 años de la muerte de Idea Vilariño y Elena Poniatowska acaba de ganar el Premio Cervantes. "Esta es la tercera vez que regreso a la tierra, pero nunca había sufrido tanto como en esta reencarnación ya que en la anterior fui reina", dice Jesusa Palancares en Hasta no verte, Jesús mío. Aunque lo institucional sea masculino, nos queda un mundo de literatura escrita por mujeres que permanece a la espera de que nosotros, tú y yo, salgamos a su encuentro, no digo ya a descubrir, sino a reconocer, a admirar. Ante las que santiguarnos.
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