VALENCIA. 4 de Noviembre, 19:30 horas, más de mil personas representando a toda la sociedad valenciana. Presentación de Plaza. En todos los círculos la misma pregunta: -¿un periódico en papel?-, asisto a la excelente y currada puesta en escena utilizando el recurso del diálogo entre el Sr. Papel y Mr. Digital. Veo la portada reproducida en el escenario, transgresora especialmente en una noche donde están representados los altos cargos de las administraciones y aparecen delante de la fotografía del más famoso de nuestros empresarios, al pie un texto que afirma "Quién manda aquí".
Abro la publicación y aparece otra sorpresa en la carta del director que anuncia con título "Ya venimos llorados". En el texto se hace un alegato hacia el ya manido recurso de la queja, especialmente por nuestros dirigentes frente a los trabajadores que amanecen en su labor diaria, emprenden y luchan para seguir sobreviviendo en un entorno que como bien define "no está para tirar cohetes".
Y es así. A menudo, quizás nos descubrimos quejándonos de pequeños rechazos, de faltas de consideración o de descuidos de los demás. Observamos en nuestro interior ese murmullo, ese gemido, ese lamento que crece y crece aunque no lo queramos. Y vemos que cuanto más nos refugiamos en él, peor nos sentimos; cuanto más lo analizamos, más razones aparecen para seguir quejándonos; cuanto más profundamente entramos en esas razones, más complicadas se vuelven.
Es la queja que siente el que cree que nunca recibe lo que le corresponde. Una queja expresada de mil maneras, pero que siempre termina creando un fondo de amargura y de decepción. Hay un enorme y oscuro poder en esa vehemente queja interior. Cada vez que una persona se deja seducir por esas ideas, se enreda un poco más en una espiral de rechazo interminable.
La condena a otros, y la condena a uno mismo, crecen más y más. Se adentra en el laberinto de su propio descontento, hasta que al final puede sentirse la persona más incomprendida, rechazada y despreciada del mundo. Además, quejarse es muchas veces contraproducente. Cuando nos lamentamos de algo con la esperanza de inspirar pena y así recibir una satisfacción, el resultado es con frecuencia lo contrario de lo que intentamos conseguir.
La queja habitual conduce a más rechazo, pues es agotador convivir con alguien que tiende al victimismo, o que en todo ve desaires o menosprecios, o que espera de los demás -o de la vida en general- lo que de ordinario no se puede exigir. La raíz de esa frustración está -y no pocas veces- en que esa persona se ve autodefraudada, y es difícil dar respuesta a sus quejas porque en el fondo a quien rechaza es a sí misma.
Esa actitud de queja es aún más grave cuando va asociada a una referencia constante a la propia virtud, al supuesto propio buen hacer: "Yo hago esto, y lo otro, y estoy aquí trabajando, preocupándome de aquello, intentando eso otro... y en cambio él, o ella, mientras, se despreocupan, hacen el vago, van a lo suyo, son así o asá...". Determinadas estrategias personales, profesionales, políticas, sociales se basan precisamente en esto, en llorar, en quejarse y dejar que los demás den la respuesta a sus propias incapacidades. Cuando se cae en esa espiral de crítica y de reproche, todo pierde su espontaneidad.
El resentimiento bloquea la percepción, manifiesta envidia, se indigna constantemente porque no se le da lo que, según él, merece. Todo se convierte en sospechoso, calculado, lleno de segundas intenciones. El más mínimo movimiento reclama un contramovimiento. El más mínimo comentario debe ser analizado, el gesto más insignificante debe ser evaluado. La vida se convierte en una estrategia de agravios y reivindicaciones. En el fondo de todo aparece constantemente un yo resentido y quejoso.
Las redes sociales y los medios digitales se han convertido en un buzón de quejas. Todo el que se siente molesto con alguien o algo, publica lo primero que se le ocurre para dar rienda suelta a su enojo, muchas veces escondidos en el anonimato. Algunos perfiles son como una vitrina de sentimientos encontrados, ya que una cosa es compartir una frase o artículo y otra, totalmente distinta, caer en la costumbre de criticar por el simple hecho de llamar la atención, de escandalizarse unos minutos, pero sin implicarse en la resolución del problema planteado.
Muchos se pasan la vida criticando al gobierno, a la selección nacional, al jefe, a la vecina, etcétera, pero ¿hacen algo por cambiar las cosas? La realidad no va a mejorar con uno o dos posts por hora, sino gracias a lo que hagamos en la medida de nuestras posibilidades, pues si bien es cierto que hay cosas que escapan a nuestro alcance, existen otras que tenemos justo delante de nosotros.
Ciertamente, las redes sociales se han convertido en un medio positivo para evitar los abusos de poder; sin embargo, ¿qué porcentaje ha servido todo esto para llevar a cabo críticas constructivas? Muchas veces, los planteamientos expresan verdades, pero el problema es que no acaban de dar respuestas, soluciones, salidas o implicaciones concretas en un marco de diálogo pacífico y, al mismo tiempo, incisivo. Esto es lo que tiene que cambiar. No hay mejor protesta que aquella que viene de la propia vida, de la congruencia con la que saquemos adelante nuestro trabajo y misión.
Si el tiempo que gastamos en quejarnos a través del mundo virtual, lo empleáramos para mejorar el contexto real, la sociedad sería otra cosa. Informar y crear conciencia en las redes y en los medios, debe estar subordinado a un compromiso real. Lo que pasa es que resulta más cómodo quejarse desde el escritorio que afrontar las necesidades que nos rodean.
Sí, somos muy justos en las redes sociales o en los medios digitales, pero esto no coincide con nuestra forma de ser más allá del monitor, estamos faltando a la verdad, quedándonos en una imagen prefabricada y evasiva. Lo mismo quienes protestan sin propuestas, porque eso nada más agudiza la crisis. Si queremos un mejor mañana, empecemos por el día de hoy. La clave es comenzar por lo que a uno le toca. La suma de esfuerzos es la llave de todo progreso verdaderamente humano.
Quizá lo mejor sea esforzarse en dar más entrada en uno mismo a la confianza y a la gratitud. Sabemos que gratitud y resentimiento no pueden coexistir. La disciplina de la gratitud es un esfuerzo explícito por recibir con alegría y serenidad lo que nos sucede. La gratitud implica una elección constante. Puedo elegir ser agradecido aunque mis emociones y sentimientos primarios estén impregnados de dolor.
Es sorprendente la cantidad de veces en que podemos optar por la gratitud en vez de por la queja. Hay un dicho estonio que dice: "Quien no es agradecido en lo poco, tampoco lo será en lo mucho". Los pequeños actos de gratitud le hacen a uno agradecido. Sobre todo porque, poco a poco, nos hacen a uno ver que, si miramos las cosas con perspectiva, al final nos damos cuenta de que todo resulta ser para bien.
Por cierto, hablando de agradecimientos; agradezco al equipo de «Valencia Plaza», la invitación a la gran noche de la presentación de su proyecto: rompedor, contracorriente, valiente e innovador como es «Plaza», que, sin duda, tenga muchos críticos en sus ediciones porque en este país muchas veces, esa crítica, va a asociada a la envidia de visionarios y arriesgados como son en este medio en el que desde su inicio me dan la oportunidad de colaborar, sumar y compartir. ¡¡Mucha mierda, equipo!!
Buenas tardes/noche: envié mi comentario esta mañana se debe haber perdido en el ciber espacio.Mientras me ha dado tiempo para leer de nuevo su artículo. "ES AGOTADOR CONVIVIR CON ALGUIEN QUE TIENEDE AL VICTIMÍSMO" Bueno, muy bueno su artículo como para no darlo a conocer a otros que andan por aquí y por allí. Uno aprovecha que haya gente como ud para "absorber" "chupar" buenos artículos yy enriquecer en algo mis conocimientos.- Gracias atte Alejandro Pillado Marbella-2014
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