El presidente de la Comisión Europea atribuye al Banco de España errores en la gestación y resolución de la crisis bancaria española. El tono desmesurado e irónico de sus palabras fue un reflejo fiel del deterioro que arrastra la imagen internacional del supervisor bancario español
VALENCIA. "¿Creó la Unión Europea la burbuja de crédito en España? No. El supervisor era el Banco de España. Le preguntábamos: ¿Cómo están las cajas? Porque oímos que estaban mal. Pero la respuesta siempre era: todo perfecto". "El Banco de España, que era el mejor banco central del mundo, tuvo errores muy importantes de supervisión. No fueron el FMI, Bruselas o la señora Merkel los responsables de desequilibrios como el crecimiento de la deuda privada, los problemas en el mercado de la vivienda y toda esa burbuja" (diario El País, 16/06/2014).
Así de duras fueron las palabras pronunciadas por José Manuel Durão Barroso, presidente saliente de la Comisión Europea, el pasado lunes 16 de junio en el acto de inauguración de las jornadas sobre Europa organizadas por la Asociación de Periodistas de Información Económica (APIE) y el BBVA, en la UIMP de Santander. Barroso aludía con tono irónico -y ciertamente desmesurado para quien ostenta tan alta instancia- a los errores cometidos por el Banco de España, tanto en la gestación como en la resolución de la crisis.
Los errores del Banco de España
No creo que merezca la pena incidir de nuevo en los consabidos desaciertos del supervisor bancario español. No evitó la acumulación de riesgos en el ladrillo, a pesar de las inequívocas señales de recalentamiento que ofrecía el sector inmobiliario, con centenares de miles de viviendas desocupadas y unos precios por metro cuadrado ajenos a toda lógica económica.
No promovió la revisión del modelo de cajas de ahorros, pese a los múltiples episodios de injerencia política que eran de sobra conocidos por la propia institución (véase un testimonio directo aquí). No acertó en el diagnóstico de la crisis, fiando la situación del sector bancario español a una rápida recuperación de nuestra economía, que consideraba previsible después de que la Reserva Federal de los Estados Unidos estabilizara el sistema bancario norteamericano.
Perdió un tiempo de oro negando la crisis de solvencia de nuestras entidades financieras, mientras cocinaba un proceso de concentración bancaria en el subsector de cajas de ahorros, que encontró la previsible oposición del poder político autonómico. Acomodó las normas de contabilidad a las demandas de bancos y cajas moribundos que, tras las fusiones, se convirtieron en auténticos zombies sistémicos.
Fruto de todo ello, el Banco de España ha pagado un coste muy elevado en términos de prestigio internacional. El propio Memorando de Entendimiento entre España y la Comisión Europea (BOE, 10/12/2012) exigía una revisión en profundidad de los métodos de supervisión del Banco de España, para asegurar una mayor independencia frente al poder político. De hecho, la auditoría de nuestras entidades financieras previa al cómputo de sus necesidades de capital fue encargada a una consultora internacional, Oliver Wyman.
Disclaimers
Todo esto es cierto y la historia, desde luego, no se puede cambiar. Pero tampoco es justo mirar hacia al pasado sin contextualizar las decisiones adoptadas por nuestro supervisor. Recordemos algunos aspectos clave para entender lo que sucedió sin excesos ni apasionamientos.
Uno de los primeros en avisar del problema en ciernes en el sector inmobiliairo fue... ¡¡el propio de Banco de España!! El informe de estabilidad financiera publicado en septiembre de 2003 señalaba que la vivienda ya estaba sobrevalorada entre un % y un 20%, y concluía que cuanto más tardaran los precios en disminuir, mayor sería el riesgo de que el ajuste necesario terminara produciéndose de una manera brusca. Tras la publicación de este informe, se suceden de inmediato los artículos en medios de comunicación donde el establishment político y financiero español niega la existencia de una burbuja inmobiliaria y exige al Banco de España más prudencia en sus declaraciones.
Rodrigo Rato (La Vanguardia, 19 de octubre de 2003): "España no sufrirá una caída abrupta de los precios de la vivienda". Juan Ramón Quintás (Cinco Días, 31 de octubre): "La radical escalada de precios que ha sufrido la vivienda en los últimos cinco años no se puede calificar de burbuja inmobiliaria". Emilio Botín (Salón Inmobiliario de Barcelona Meeting Point, 23 de octubre): "¿Hay burbuja inmobiliaria? Ni hablar. Existe burbuja cuando desaparecen las expectativas y detrás no hay valor, pero ninguna de estas dos circunstancias confluye en España". Francisco Álvarez Cascos, en declaraciones recogidas por toda la prensa nacional: "Los precios de la vivienda son caros porque los españoles pueden pagarlos".
Durante 2004, la llegada masiva de financiación procedente del corazón de Europa sigue su curso, y lógicamente los precios de la vivienda continúan su escalada hacia el desastre. Cada mes, las estadísticas sobre el precio del metro cuadrado parecían dar la razón a los defensores de nuestro "modelo" de crecimiento. Y así, poco a poco, los españoles pasamos de la incredulidad a la aceptación de la burbuja inmobiliaria como parte consustancial del mercado de la vivienda.
El propio Banco de España acaba matizando su juicio sobre la situación del sector. Precisamente en esta época se acuña el término soft landing para expresar la idea de que en algún momento los precios tendrían que caer en términos reales, aunque quizá no en términos nominales, y en todo caso, nunca por debajo del 80% de los precios disparatados que ya se registraban en aquellos momentos.
Tampoco abundaron las señales de alarma desde la academia y los medios de comunicación social. Y las pocas voces que se alzaron al respecto fueron simplemente silenciadas, cuando no caricaturizadas. Se había producido una captura generalizada de nuestras instituciones, al margen de partidos políticos, sindicatos y otras castas. España iba bien. A muchos les iba bien. Y muy pocos querían cambiar.
Acusar ahora al Banco de España de inacción es probablemente injusto. Consciente de que la cobertura de los riesgos bancarios era insuficiente, nuestro supervisor introdujo en el año 2000 las llamadas provisiones anticíclicas, obviamente insuficientes y con problemas técnicos que no es el momento de apuntar ahora, pero que constituyeron un intento de cambiar la dinámica del sistema y prevenir crisis futuras.
Impidió a los bancos españoles participar en el negocio de las subprime y ejerció un cierto liderazgo internacional en la adopción de medidas anticrisis. El Banco de España quiso actuar, pero con la perspectiva del tiempo, parece evidente que no tenía capacidad por si solo para evitar el desastre. Una actuación más decidida por su parte habría sido imposible en el contexto institucional antes descrito.
Por ello, continuar buscando responsables de lo sucedido, más allá de las prácticas delictivas que por supuesto deben ser perseguidas, no aportará luz a lo que ya sabemos sobre nuestra crisis. Estas declaraciones de Barroso, por extemporáneas, deberían haber sido evitadas. No parecen propias de la persona que durante años ha presidido la Comisión Europea.
Muchas gracias EJRM por el comentario. A lo largo de estos años, he tratado de mantener una línea bastante crítica con el comportamiento de los agentes que interactúan en el sector bancario español. De hecho, mi primer artículo en Valencia Plaza publicado a principios de 2010, (http://www.valenciaplaza.com/ver/897/crisis--mentiras-y-cuentas-anuales.html), valoraba de forma bastante pesimista la gestión del Banco de España. Esta última columna vuelve a tratar el tema también de forma crítica, destacando no solo los desaciertos del regulador -que no se ocultan-, sino también la falta de visión de los políticos en el momento clave de la gestación de la burbuja inmobiliaria. “Las dos caras de la moneda” ha abordado con profusión los dislates de las cajas de ahorros, la connivencia de políticos y gestores, y el desastre de una liberalización –bancaria- mal planteada. También hemos destacado la falta de compromiso de los medios de comunicación en la denuncia de los hechos, y la falta de visión, cuando no de compromiso social, de los analistas, entre los cuales nos encontramos nosotros, los académicos. Éste es precisamente el mensaje de la columna del domingo. No caigamos en el reduccionismo de atribuir al Banco de España el monopolio de las culpas. La situación de crisis que vivimos tiene raíces bastante más profundas.
El profesor Illueca hace un buen análisis del tema, pero es demasiado benévolo con quienes dirigían el Banco de España durante la burbuja inmobiliaria. Estos directivos no abordaron el problema de solvencia de las entidades de crédito española y prefirieron dedicarse a temas que , aún siendo importantes, como el de las deficiencias del mercado de trabajo español, no eran de su competencia. Lograron evitar así desagradables conflictos con los poderes políticos, y con ello renunciaron a aprovechar la autonomía que legalmente tenía concedida el Banco de España. Unas declaraciones sólidas del Gobernador, unas circulares oportunas, etc. hubieran desinflado antes la burbuja y evitado mucho sufrimiento.
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