VALENCIA. Según Federico Jiménez Losantos, la destitución de Pedro J. Ramírez como director del diario El Mundo es "una de las noticias políticas más importantes en lo que va de siglo". ¿Cuál es el criterio que sigue Federico Jiménez Losantos para sustentar tan sorprendente aseveración? No está muy claro, pero en el mismo artículo cita otros acontecimientos que causaron el estupor de la ciudadanía, como la salida del propio Federico Jiménez Losantos de la cadena COPE. Por los mismos motivos que la destitución de Pedro J. Ramírez: por presiones del monarca, el gobierno español y la oposición.
Sin llegar (ni de lejos) a los planteamientos apocalípticos del editor de Libertad Digital (en tiempos tan afín al PP que incluso financiaba sus proyectos gracias a este partido, y ahora reñido con él), sí que es verdad que la destitución de Pedro J. Ramírez es un acontecimiento importante, en términos políticos y mediáticos. Y que existen razones para pensar que detrás de ella puede haber presiones del poder, particularmente del Gobierno español. Pero esto no significa que las únicas razones para despedirle sean políticas.
Negocios ruinosos
Al igual que su principal rival, el grupo Prisa, Unidad Editorial presenta desde hace años una deuda monstruosa, que ha obligado a sus dueños (el grupo italiano RCS, propietario del 96% de las acciones) a sucesivas inyecciones de capital. Detrás de las dificultades económicas de Unidad Editorial está, por supuesto, la crisis económica, a la que se añade el descenso en ventas que padece toda la prensa escrita. Pero, sobre todo, está una estrategia de expansión muy agresiva, hay quien diría que desmesurada, en los años de vino y rosas.
En el punto álgido de la burbuja (2007), El Mundo adquirió las publicaciones del grupo Recoletos (Marca y Expansión, fundamentalmente, así como algunas publicaciones profesionales, como el Diario Médico), por un total de 1.100 millones de euros. Para poner estas cifras en perspectiva, consideremos que recientemente el creador de Amazon, Jeff Bezos, ha comprado el Washington Post por unos 190 millones de euros. Y, sin duda, el Watergate palidece ante las portadas de Marca explicando el nuevo peinado de Cristiano Ronaldo, pero aun así...
Con compras como estas, o como el lanzamiento de una cadena de televisión de ámbito nacional, aprovechando la concesión del Gobierno de José María Aznar, Pedro J. Ramírez buscaba crear un conglomerado mediático de centro derecha que le permitiera ser el principal referente de ese espacio ideológico, para la audiencia y para el poder político y económico. Es decir, lo mismo que había hecho el diario El País (y el grupo creado a su alrededor todos estos años) en el centro izquierda. Retrospectivamente, puede decirse que Pedro J. Ramírez consiguió su objetivo, pero a costa de hundirse en la miseria. Exactamente igual que el grupo Prisa.
Un periodista con agenda política
Sin embargo, las dificultades económicas, aunque son un buen asidero para justificar el despido de Ramírez, también son, ante todo, una excusa para enmascarar las motivaciones políticas, que también las hay. El diario El Mundo siempre quiso convertirse en el referente de la derecha liberal española. Una derecha más moderna, en general más centrada, y con mayor capacidad de influencia y de penetración social que la que podían conseguir los medios clásicos del campo conservador, como ABC, demasiado ligados con sectores específicos de la población (en términos ideológicos, sociales y, sobre todo, generacionales).
Para lograrlo, Pedro J. Ramírez desarrolló desde el principio un periodismo muy combativo con su archienemigo Felipe González (que le defenestró de la dirección de Diario 16 en 1989, fundamentalmente como consecuencia de sus indagaciones en la trama de los GAL). Un periodismo de escándalos que buscaba enganchar al lector, no sólo con la publicación de la exclusiva en sí, sino con su programación seriada, a lo largo de meses y, a veces, incluso de años. Con Pedro J. Ramírez, el periodismo parecía a veces un serial. Un folletín informativo que nunca finalizaba, a menudo adornado con matices y enfoques que le otorgaban más colorido, pero funcionaban en detrimento de su credibilidad.
A lo largo de estos años, Ramírez logró convertirse en un poder fáctico, odiado y amado alternativamente por sucesivos presidentes del Gobierno: Zapatero y Aznar le amaron (un idilio que aún continúa), mientras que González y Rajoy le odiaban (le odian). Pero, fuera por unas razones u otras, todos tenían que pasar por él. Porque él tenía una de las tribunas más influyentes de la prensa española, y no tenía empacho en utilizarla para defender sus intereses y, sobre todo, para influir sobre el poder.
Fuera con los GAL y con los escándalos de corrupción de González, con editoriales y homilías dominicales del director que aupaban a Aznar a la categoría de líder mundial (cuando ni siquiera el propio Aznar estaba totalmente seguro de que su grandeza llegase tan lejos), con entrevistas de ocho páginas a Zapatero, o con editoriales pidiendo la dimisión de Rajoy, Pedro J. Ramírez siempre estaba allí.
Ahora, con su despido, muchos han reivindicado su forma de hacer periodismo. Se ha visto una ligazón clara (que muy probablemente la hay) entre sus últimas exclusivas, en particular las revelaciones publicadas antes del verano sobre el caso Bárcenas, que inculpaban directamente a Rajoy, y su caída.
Personalmente, me parece un error reivindicar ese modelo periodístico como algo positivo: con Pedro J. Ramírez, detrás de sus exclusivas y su periodismo de escándalos, casi siempre había segundas intenciones, y muy a menudo tergiversación. En los anales de la infamia periodística queda la construcción de una alambicada (casi podríamos decir, literalmente, que indescriptible) teoría de la conspiración en torno a los atentados del 11M.
El objetivo nunca fue la verdad, sino justo lo contrario: enmascarar la verdad de aquellos días, que dejaba en muy mal lugar al Gobierno de José María Aznar. Pero también tenemos ejemplos muy recientes del uso sistemático de exclusivas, presentadas en términos más o menos "creativos", en pro de determinados objetivos políticos. Como, por ejemplo, el famoso borrador policial que inculpaba a la cúpula de CiU en el cobro de comisiones de dinero negro en plena campaña electoral de las Elecciones Autonómicas de 2012, del cual nunca más se supo.
Pero es verdad que, al menos, Pedro J. Ramírez tenía agenda propia, y tenía un mínimo criterio periodístico. Algo cada vez menos habitual en los medios de comunicación españoles, acosados por las deudas, y donde la capacidad decisoria se ejerce cada vez más directamente desde las entidades financieras y el poder político, que incluso se permite el lujo de tener cómodos administradores de publicaciones netamente propagandísticas, como es el caso de Francisco Marhuenda, director de La Razón. Y el problema es que, con independencia del desastre económico, a Pedro J. no se le echa por las cosas que hizo mal, sino precisamente por las que hizo bien: sacar escándalos incómodos para el poder.
Durante años, desde que pidió su dimisión tras las Elecciones Generales de 2008, Ramírez intentó acabar con Rajoy, a base de editoriales y escándalos (exactamente igual que hiciera, quince años antes, con Felipe González). No lo hizo, naturalmente, por motivaciones nobles, sino para poner al frente del PP a Esperanza Aguirre, que durante años regó generosamente su periódico con publicidad institucional y todo tipo de favores.
Pero, al final, Rajoy ha demostrado ser un hueso demasiado duro de roer, y ha acabado por vencer su larga disputa con el ya exdirector de El Mundo, aplicando su sistema favorito: el tiempo y la paciencia. Primero le retiró el favor del PP, después la publicidad institucional, y finalmente la dirección del periódico (al poco de acabar un blindaje acordado por Pedro J. Ramírez con los dueños de Unidad Editorial, que en la práctica imposibilitaba su despido). Con ello, Rajoy, al que muchos siguen acusando de blando y de no hacer nada, consolida todavía más su dominio del campo mediático español, que abarca ya a la mayoría de las televisiones, las radios y, ahora, los periódicos.
Habrá que ver ahora si Pedro J. Ramírez comienza un nuevo proyecto, y de qué tipo. Es probable que así sea, pues son muchos años en el centro del huracán, y es evidente que se trata de un escenario en el que se mueve como pez en el agua. Porque parece inverosímil que ahora Ramírez se retire pacíficamente y se dedique a jugar al golf y a escribir sus memorias, o a lo que quiera que se dediquen las personas que reciben indemnizaciones de 20 millones de euros por su despido.
#prayfor... como escribas un twitt, te denuncio
Hace unos días, una usuaria se quejaba en Twitter del servicio de una empresa de transportes. La empresa reaccionó amenazando con acciones legales. Otro usuario contestó diciendo que estas amenazas eran vergonzosas. La cuenta de twitter de la empresa replicó... anunciando nuevas acciones legales:
Mucho trabajo para los abogados de la empresa, sobre todo para determinar, exactamente, cuál será la naturaleza de la denuncia (o denuncias). Y una repercusión considerable en twitter, con más de 1.000 retuiteos de la primera amenaza de denuncia, y unos 350 de la segunda. Muchísimo, para una cuenta que no llega a los mil seguidores. Todo ello además de otro tipo de "beneficios", como que algunos usuarios se hayan molestado en indagar en la publicidad de la empresa y hayan encontrado joyas como esta:
Guillermo, gracias por el #prayfor. Dentro de unos meses hago una mudanza y estaba buscando información de empresas del sector... Mejor no sigo, no me vayan a denunciar.
Simplemente le ha ocurrido lo mismo que les ocurría a todos los que se empeñaban en plantarle cara a Schwejk: que eran sistemáticamente derrotados por su tontorronería cabezona. Menuda bestia Rajoy. ¡Dales ahí, acaba con ellos!
A Madrid hi dos governs: el mediàtic i el polític; el Mundo no ha funcionat com a un poder agregat al sistema de poders clàssics ni tampoc com a un poder al servei d'un altre poder, més bé ha aspirat -fins ara- a ser un poder intrínsicament polític a l'estil del diari El País... de fa trenta anys.
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