X AVISO DE COOKIES: Este sitio web hace uso de cookies con la finalidad de recopilar datos estadísticos anónimos de uso de la web, así como la mejora del funcionamiento y personalización de la experiencia de navegación del usuario. Aceptar Más información
Martes 3 diciembre 2024
  • Valencia Plaza
  • Plaza Deportiva
  • Cultur Plaza
culturplaza
Seleccione una sección de VP:

¿Quién dijo miedo?

ÁNGEL MEDINA. 30/11/2013

VALENCIA. Yo estaba sentado en el despacho de mi amigo, el director de la sucursal bancaria de la que era cliente. Estábamos charlando distendidamente, esperando que diesen las tres de la tarde para cerrar la oficina e irnos a tomar una cerveza. Yo le estaba enseñando las entradas de los toros que había comprado para el día siguiente y hacíamos planes: comida, toros, copas...

Cuando de pronto sonaron unas voces raras en el exterior. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando, pero él, bancario desde la niñez, se dio cuenta enseguida de la situación y tras advertirme que no me moviera, salió por una puerta lateral, que daba al recinto donde estaban los demás empleados.

Entonces si que oí perfectamente una voz gritando:
-¡Tú no te muevas y levanta las manos también! y ¡quieto que disparo!
Yo continuaba sentado en el despacho y sin ver nada de lo que estaba ocurriendo fuera, pero claramente percibí que se trataba de un atraco por las muchas películas de bandidos y ladrones que había visto en mi vida.

Escuché suspiros, alientos, murmullos, empujones y voces, muchas voces.
-¡Todos callados! ¡Poneos en ese rincón! ¡Vamos! ¡Rápido! ¡Silencio! ¡Esto no es una broma!
Yo no sabía qué hacer. Es más no podía hacer nada: estaba paralizado. Pensé en gritar o en esconderme bajo de la mesa, o salir y estar con todos en el patio de operaciones, pero mis piernas no me respondían ni mi voz, ni nada.

Pasados unos minutos en los que escuché que los atracadores pedían a los empleados de la oficina que pusiesen en marcha la apertura retardada de la caja y antes de que exigiesen que todas las personas que se encontraban en el local se metiesen en el archivo, el director gritó:

-¡Oigan, en el despacho hay un cliente!
Yo me sentí morir e hice aguas traseras cuando apareció un encapuchado en el quicio de la puerta con una pistola en la mano enrollada en una toalla, apuntándome y me dijo:

-¡So cabrón, como hayas tocado alguna alarma o te muevas te descerrajo un tiro en la cabeza, hijo de puta!¡ Procura que no aparezca ningún policía ni guardia civil ni nada raro que eres hombre muerto!

-...Pero si yo no he hecho

-¡Que te calles maricón! ¡Cállate!

Y así, arrebujado en la silla, mucho más cohibido que los que van a pedir un préstamo, acojonado, sin saber muy bien lo que iba a pasar, decidí hacer algo positivo (siempre pensando en las películas que había visto) y procuré memorizar la indumentaria del sujeto (en algo contribuiría a la detención de estos cabrones).

Lo miré de abajo a arriba: zapatillas de deporte Nike blancas con tiras grises de adorno, calcetines con dos rayas, una azul y otra roja, short de punto azul con un cordón interior blanco, camiseta de marca Nudo blanca con letras azules puesta del revés y capuchón hecho de un camal de media con dos agujeros para los ojos de color rosa, rosa fluorescente.

Al poco tiempo su compinche le pidió que fuera con él a coger el dinero de la caja que ya se había abierto y desapareció de mi vista para unirse al otro y cargar con la pasta en sacos, supuse.

Ruidos y más ruidos. Oigo como se abre la puerta de la calle y como se cierra. Silencio, silencio y silencio.

Por fin, me decido a levantarme y me asomo a la oficina. No hay nadie. Despacio, con cuidado, voy hacia la puerta del archivo y la abro, ¡soy el libertador! y sale todo el mundo gritando, nerviosos, asustados... el director me abraza...

Los pistoleros han huido. Llamamos a la policía municipal, que a su vez llamó a la Guardia Civil y a los pocos minutos aparecieron todas las fuerzas de orden, todos allí.

La gente estaba histérica, unos lloraban, otros no podían hablar, todos querían irse a casa, pero hay que levantar un atestado y nos pidieron que nos quedáramos en la oficina un poco de tiempo. Nos tomaron declaración, uno a uno, en el mismo despacho donde yo había estado secuestrado durante el atraco.

Llegó un juez. A las más de tres horas, todos habíamos pasado por el interrogatorio ante la autoridad judicial y, sorprendentemente, a mi me volvieron a pedir que entrara a declarar por segunda vez.

-¿Por qué tardó en abrir la puerta del archivo más de una hora?

-Yo pensé que únicamente habían pasado unos segundos.

-¿Qué hizo ahí en el despacho sentado sólo durante tanto tiempo?

-No sabía que hacer.

-Todos los presentes han declarado que los pantalones que llevaba el atracador que estuvo en el despacho del director encañonándole eran rojos y no azules, la camiseta dicen que era negra y no blanca como ha atestiguado usted y la capucha todo el mundo la vio verde y no rosa. ¿Cómo lo explica? ¿No tardó una hora en abrir el archivo para dar tiempo a sus compañeros a escapar? ¿No cambió los colores de la vestimenta de su amigo para despistarnos?

Lo cuento ahora, tal como fue, sin omitir ni añadir nada, después de pasar ¡manda huevos! siete años en la cárcel condenado por colaboración en atraco a mano armada.

Comparte esta noticia

1 comentario

30/11/2013 09:48

Así ocurre en la realidad.-Un saludo Alejandro Pillado Marbella 2013

Escribe un comentario

Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.

publicidad
C/Roger de Lauria, 19-4ºA · Google Maps
46002 VALENCIA
Tlf.: 96 353 69 66. Fax.: 96 351 60 46.
[email protected]
quiénes somos | aviso legal | contacto

agencia digital VG