VALENCIA. Está claro que no todas las mujeres son hermosas, ni todos los políticos corruptos, ni toda la policía es brutal, ni todos los judíos banqueros, ni... Eso son lo que se llama generalizaciones, tópicos. Y aunque parezca que no son de justicia, que no deberían existir, la realidad es que cumplen una función humana y social muy importante.
Gracias a ellos (a los tópicos), gracias a todas estas expresiones triviales, a todas esas afirmaciones simples, la vida es más llevadera. Porque con ese escueto bagaje de conocimientos que nos dan, aunque sepamos que en el fondo son falsos, salimos de nuestras casas cada mañana protegidos ante la incertidumbre y la gran sorpresa que es el vivir el día a día.
Algo parecido ocurre con el horóscopo. Mucha gente antes de plantearse una relación de cualquier tipo con otra persona pregunta por su signo del zodiaco.
Y supongo que pensará poco más o menos así: "¡Ah! Menos mal: es Libra y se llevará muy bien conmigo que soy Cáncer" o "¡Un Piscis en mi empresa, ni soñarlo!"
Es algo complementario de lo que escribía más arriba sobre los tópicos. Creemos que sabiendo el signo del zodíaco, el origen, la profesión y algunas cosas más de una persona podemos saber cómo es en realidad.
La verdad es que todas estas microinformaciones nos fabrican un caparazón que nos proporciona una cierta seguridad, un escudo protector ante lo desconocido, que es cualquier persona que no está normalmente en nuestro entorno.
Ocurre igualmente con el aspecto físico, nos dejamos guiar por las apariencias. Sin embargo ha habido espeluznantes asesinos con caras angelicales (recuerden a Billy el Niño) y almas caritativas como el Jorobado de Notre Dame (en la ficción).
Por el contrario hay quien no piensa así. En el siglo XIX tuvo cierto predicamento la frenología, una seudociencia que pretendía determinar el carácter de las personas a partir de la forma del cráneo y de sus facciones. Según su fundador, el neuroanatomista alemán Franz Joseph Gall, la cara no sólo era el espejo del alma sino también del historial delictivo de la persona.
Cuando ya creíamos haber superado el sarampión del determinismo morfológico llega un grupo de psicólogos para informarnos de que resulta que sí: que los malos tienen cara de malos. Los tres psicólogos de la Universidad de Cornell llevaron a cabo un experimento, consistente en mostrar las caras de 32 rostros de varones veinteañeros, la mitad de los cuales eran criminales convictos y la otra mitad no.
Los participantes tenían que distinguir a los criminales de los ciudadanos intachables. El resultado es que la mayoría fue capaz de determinar quiénes eran los criminales.
Pienso, no obstante, que sería contraproducente en nuestra vida y nos iríamos todavía más lejos de la realidad si siguiéramos la teoría contraria a fiarnos de las apariencias y seguir la de que "nada es lo que parece".
Pero, no, insisto, lo normal es que los tópicos se cumplan, que las generalizaciones estén en el camino de lo cierto, que los malos tengan cara de malos.
Y, como digo, gracias a ese cúmulo de ideas preconcebidas vamos tranquilos por el mundo, porque intuimos (aunque malamente) de qué pie cojea cada uno. Pero ésto (y me admiro de lo bien que está montado todo este tinglado que llamamos vida) sería horrible si se cumpliesen todos estos prejuicios en su totalidad, además de que el aburrimiento sería la constante de nuestra experiencia.
Para darle vidilla a nuestro discurrir por la tierra, para que la monotonía no se apodere de nuestras horas, para que la emoción haga que sintamos la sangre en las venas... están las excepciones.
Efectivamente: las excepciones que confirman la regla. Y de pronto, con gran regocijo y sorpresa, nos encontramos un día con un funcionario trabajador, con un abogado honesto, con un arquitecto con gusto estético...
Y aparecen de pronto en el horizonte tedioso de lo cotidiano. Raras, imprevisibles, inesperadas... las excepciones son fruto de esa misma generalidad que se revuelve contra sí misma, harta de ser siempre igual, y engendra seres diferentes, unas veces ángeles y otras demonios, que nos despiertan de ese eterno letargo en que el paso de los días nos tiene sumergidos.
La prensa es canallesca (la generalización), pero además hay prensa estúpida, poco respetuosa de sus lectores, aburrida, engañosa y terriblemente simple.
Nunca acabo de comprender cómo, a menudo, aparece la portada idéntica (foto incluida) en varios periódicos, pero con conclusiones totalmente opuestas según su orientación o patrocinio. ¿Todos los periódicos son iguales en el fondo?
La singularidad en la prensa no voy a descubrirla yo. Debe ser el lector el que decida sin presiones publicitarias, políticas o sociales qué medios responden más a sus expectativas de información libre y total. Y al final, por desgracia para nosotros, pienso que en este caso la excepción no existe.
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