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EL LENGUAJE DEL CINE

'No', de Pablo Larraín
Pinochet y la gestión del dolor

MANUEL DE LA FUENTE. 19/01/2013 Un debate sobre la formas y los medios (publicitarios) para obtener los éxitos, en el contexto del referendum que decidió la salida de Pinochet del Gobierno de Chile

VALENCIA.  'No', el título de la película chilena que opta a los Oscar como mejor película extranjera, se estrena el 8 de febrero en España gracias al tirón de esta candidatura y a la presencia de Gael García Bernal como protagonista. Se trata de una película que despertó una cierta expectación en Chile cuando se estrenó el pasado mes de agosto. Y el motivo es sencillo: la película narra la caída de la dictadura de Augusto Pinochet, un momento político muy delicado sobre el que aún quedan muchos puntos que aclarar en un país que siente que no ha realizado un proceso completo de transición a la democracia.

Esta sensación se debe a la existencia de una democracia más formal que rupturista, puesto que aún prevalece un sistema neoliberal muy agresivo que prima las promesas de enriquecimiento sobre la superación de las desigualdades sociales.

La película se centra en este principio de la transición, en 1988, cuando el dictador convoca un referéndum para que la población decida sobre su permanencia en el poder tras quince años de terror de un régimen asesino. En esta convocatoria tan extraña confluyeron dos factores: por un lado, las presiones internacionales ante las denuncias de violaciones sistemáticas de los derechos humanos; y, por el otro, la confianza de un régimen que se veía muy fuerte y que creía la victoria del plebiscito estaba más que garantizada, lo que le daría legitimidad en el escenario internacional.

En este caso, el contexto histórico funciona como eje narrativo, ya que García Bernal encarna a René Saavedra, un publicista que recibe el encargo de organizar la campaña del "No", es decir, pedir el voto negativo en el referéndum y desalojar, de este modo, a Pinochet del Palacio de la Moneda. Lo primero que hace Saavedra es reunirse con los representantes de los partidos políticos que piden el cambio y que están agrupados en la petición del no. El gobierno les ha otorgado un espacio de 15 minutos diarios en la televisión oficial para que, durante un mes, puedan hacer su campaña.

Saavedra ve la propuesta de campaña que han preparado los partidos y se lleva las manos a la cabeza: está compuesta por una serie de vídeos sobre las torturas, los desaparecidos y los crímenes de Pinochet, es decir, transmite una imagen negativa frente a la campaña del "Sí", que muestra un Chile que mira al futuro.

El publicista entiende de inmediato que Pinochet se ha apropiado de la idea de la democracia, que se ha erigido en el demócrata más grande desde Pericles, situando a la oposición en el pasado. La estrategia del equipo del dictador le ha dado la vuelta a la tortilla a la situación: las víctimas se han convertido en verdugos debido a que la dictadura las ha criminalizado. Las víctimas, al pedir responsabilidades judiciales y políticas por los crímenes estatales, sólo saben mirar al pasado, no creen en el futuro de Chile, impiden su progreso, según este punto de vista.

Tras constatar cuál es la estrategia comunicativa oficial, Saavedra decide combatirla con sus mismas armas: sus anuncios televisivos serán positivos y girarán en torno a una palabra, "alegría", con constantes imágenes bucólicas de chilenos sonriendo, jugando, trabajando y pasándoselo bien. Estas imágenes son las que promete la campaña del "No", una campaña que se basa también en mirar al futuro antes que en rendir cuentas con el pasado.

El debate que propone la película dirigida por Pablo Larraín resulta revelador al respecto de la gestión del dolor en unos tiempos dominados por una redefinición de los términos del debate público. De hecho, la película transcurre en unos años, la década de 1980, en los que se asienta la idea creada por los equipos de comunicación de Ronald Reagan: lo importante no es la realidad, sino cómo se narra.

Frente a los años de Richard Nixon en los que se mostraba una cierta violencia comunicativa (la sola presencia de Nixon y su gesto de enfado provocaba un amplio rechazo), lo importante era venderlo todo con una sonrisa y con ideas de fácil consumo y que apelan a la emotividad, como la grandeza de la patria, el afán de superación del pueblo y la misión divina de la nación. Por eso Reagan se presentaba como un padre protector, una imagen que intentó también labrarse Pinochet, la del venerable anciano, el abuelo preocupado y desvelado por el bien común.

Y esta gestión del dolor es el punto central que toca la película. Saavedra presenta su campaña por el "No" como una campaña más, como si fuera una campaña de refrescos y sirviéndose de las mismas imágenes. Todo ello acompañado de una canción tontorrona y pegadiza que habla de "alegría" y "futuro". En cuanto proyecta su primer vídeo a los representantes de los partidos, un represaliado abandona enfadado la sala de reuniones: no soporta que se banalice su dolor, que se sucumba a las estrategias comunicativas del enemigo y que el precio sea reducir la presencia de las víctimas en el debate público. Saavedra argumenta que lo importante es ganar el plebiscito y superar el miedo de las clases populares a votar, que el objetivo es acabar con la dictadura. Su apuesta resulta vencedora y el dictador tiene que asumir la derrota.

Sin embargo, ¿es justo el precio? Ahí radica un cierto descontento que ha provocado la película entre diversos círculos en Chile, acusada de no profundizar en un tema que se presenta de manera tangencial. Con todo, sí aparece una reflexión atroz aunque de manera implícita: tras el triunfo electoral, Saavedra sigue con su trabajo, publicitando una telenovela en un anuncio infame y ridículo, donde sólo se ve a mujeres posando en la azotea de un edificio.

Al final, ha llegado la democracia, sí, pero una democracia de celofán, recubierta de un envoltorio que esconde que el proceso de transición ha sido gestionado por una epresa de marketing, dado que una misma campaña de imagen (formada por sonrisas e imágenes alegres) sirve tanto para pedir el "sí" como el "no". No importan las razones, sino los artificios.

Qué más dará que Pinochet acabe siendo senador vitalicio del nuevo sistema si, al fin y al cabo, tenemos lo que queremos: un sistema denominado "democracia".

Películas como No o series de televisión como 'Los 80' abren una dualidad curiosa en Chile: en un extremo, tenemos una apertura del debate, la posibilidad de hablar mínimamente de un pasado que, hasta hace bien poco, estaba totalmente censurado.

Pero, en el extremo opuesto, nos encontramos con que este debate aparece viciado, ya que se plantea no en términos de reflexión sino de consignas como "hay que mirar al futuro". Mientras, el tiempo va pasando y nadie asume cuentas de nada.

Hay en la película una imagen muy curiosa de Pinochet, quien, en plena campaña y dirigiéndose a los ciudadanos por televisión, dice: "Si he hecho alguna cosa mala, perdóneme. Pero creo que, sumando y restando, tengo más a favor que en contra". ¿Son sinceras estas disculpas? Basta con escucharlas pensando en los elefantes de Botsuana para darnos cuenta de que en España no podemos presumir mucho sobre cómo hemos gestionado el dolor y la responsabilidad en nuestra propia transición. También con campañas de imagen y con parches antes que con reformas globales.


Ficha técnica: No (Chile, 2012)

Director: Pablo Larraín

Intérpretes: Gael García Bernal, Alfredo Castro, Antonia Zegers, Luis Gnecco

Argumento: En 1988, el dictador chileno Augusto Pinochet convoca un referéndum para someter a votación la continuidad de su mandato. Los partidos opositores deciden contratar a una empresa de publicidad para idear una campaña a favor del voto negativo en la consulta.
Basada en la obra "El plebiscito", de Antonio Skármeta

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2 comentarios

hglf escribió
22/01/2013 15:45

Saludos ... desde el otro lado de la mar oceano... Mire, lo de Chile, será una "Democracia de Celofán", pero las protestas estudiantiles que sacuden a ese país desde hace poco, no existirían sin ese tipo de democracia. Por otro lado cualquier persona haría lo del político ese represaliado. Pero los otros que estaban en la sala se quedarón... ¿por insolidarios, oportunistas, o por valientes, optimistas?

E. Martín escribió
19/01/2013 15:09

Recuerdo la campaña, algún anuncio que se puso en TVE y cómo se comentó que la estrategia consistió en anuncios estilo Coca-Cola los primeros días para pasar gradualmente a spots más serios.

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