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LAS LEYES DE CERCAS

Javier Cercas: "El optimismo es casi una obligación moral"

A. MOHORTE. 24/11/2012 Charnego con espíritu de forajido, ve "peligrosa" la deriva de la sociedad catalana, reivindica una reforma desde abajo de la democracia e invita a volver a los años 70 sin nostalgias en Las leyes de la frontera

VALENCIA. La promoción de una novela es un viaje a la carrera. Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) encadena una entrevista tras otra al fondo de la cafetería de un céntrico hotel de Valencia. Con el abrigo puesto, el pelo revuelto y ligeramente inclinado hacia su interlocutor defiende su última novela, Las leyes de la frontera.

Por el camino, no evita las preguntas sobre sus obras más reconocidas: Soldados de Salamina (2001) y Anatomía de un instante (2009), Premio Nacional de Narrativa en 2010. "Tuve la suerte de que el éxito me llegara tarde, con 40 años. Si hubiera tenido el éxito de Soldados de Salamina con 25 años, no habría vuelto a escribir, como ha ocurrido tantas veces", asegura.

Tampoco puede evitar los temas del momento. "¿No me vas a preguntar sobre Cataluña?", comenta con cierto hartazgo. Como hombre progresista, charnego (catalán de origen foráneo) y poco dado a inclinaciones nacionalistas de una u otra bandera considera que las tensiones soberanistas son "una cortina de humo tan evidente que resulta peligroso".

LAS LEYES DE JAVIER CERCAS

Sobre una mesa baja, la grabadora, un café a medias y un ejemplar de Las leyes de la frontera, la historia de un adolescente en los años setenta que se une a una banda de quinquis en la ciudad de Gerona. "Los quinquis no son más que la forma que adoptó hace treinta años un mito universal: el mito del forajido. La novela realmente es un wester: Billy el niño. Un amigo me dice que escribo libros muy distintos, pero al final todos son El hombre que mató a Liberty Valance. Y ese es el mayor elogio que se me puede hacer porque es la mejor película que he visto y que veré en mi vida".

Su condición de profesor de literatura "de provincias" en la Universitat de Girona, que demuestra con citas a Cervantes, Kundera o Faulkner; su apariencia afable y su marcado acento catalán le alejan de cualquier parecido con John Wayne, pero a la hora de escribir cruza el Río Grande.

El periodista y el miliciano de Soldados de Salamina iban a contracorriente, tenían sus propias normas como un jinete palido. Lo mismo considera que le pasó en Anatomía de un instante, en el que enfrenta al general Gutiérrez MelladoAdolfo SuárezSantiago Carrillo y al teniente coronel Tejero en un auténtico duelo al sol en el Congreso de los Diputados.

LA HISTORIA DEL 'GAFITAS', CONTADA POR ÉL MISMO 

Para Las leyes de la frontera se ha sumergido de nuevo en los años de su adolescencia, los años 70, hablando con policías veteranos, entrando en la cárcel, viendo grabaciones y leyendo prensa de la época. "Lo fundamental es que lo que escribo me resulte real", aunque el lector no tiene que haber vivido aquella época para disfrutar del libro: "no hace falta ser ballenero para disfrutar de Moby Dick".

Las gafas, su infancia en Gerona o su éxito mediático son rasgos que delatan una cercanía evidente entre él y el narrador de su nueva novela, el Gafitas. "Todos los personajes tienen cosas mías. No sólo él, también el policía. Todos los libros son autobiográficos porque metes cosas tuyas, tu propia vida, tus lecturas, tus fantasmas. Son posibilidades no realizadas de uno mismo, como decía Milan Kundera".

Del Cercas de hoy, pero también del Cercas de entonces. "El presente no se entiende sin el pasado. El pasado no pasa nunca, decía Faulkner. Realmente, muchos de mis libros, tratan de cómo el pasado es una dimensión del presente". Pero no admite que haya ni una gota de nostalgia.

"No se puede tener nostalgia de los años 70. Éste era un país desastroso, una cosa horripilante. Puedes tener nostalgia de tu propia adolescencia, pero no de ese país. Cuando alguien me dice que esta democracia es mentira, me río porque es una estupidez. Yo he olido la dictadura y, como dice uno de los personajes de la novela, el franquismo olía a mierda", sentencia.

Reconoce que hoy el país atraviesa una situación muy difícil, pero hay que tener perspectiva histórica para entender las cosas: "Venimos de una situación infinitamente peor. En el año 1985, el Fondo Monetario Internacional calificaba a España como un 'país en vías de desarrollo', un eufemismo para calificarnos de tercermundistas. Los chavales de ahora tienen pocas posibilidades, pero los de entonces no tenían ninguna y eran capaces de coger una recortada y ponerse a atracar bancos y a pegar tiros".

EL OPTIMISMO COMO OBLIGACIÓN MORAL

Aunque suene a tópico no le importa repetir que este país ha vivido los 30 años de mayor prosperidad. Ha crecido demasiado rápido, "el niño creció y creció, hasta ponerse enfermo de tanto crecer, pero en la actualidad el optimismo es casi una obligación moral".

No es que la democracia española no tenga problemas. La democracia española tiene problemas muy serios y el principal, en su opinión, es el de convertirse en una 'partitocracia' por el "abrumador e invasivo" poder de los partido políticos sobre la sociedad, la economía... "Eso es muy peligroso, pero nosotros podemos obligarles a cambiar. El 15M apuntaba en la dirección correcta al pedir Democracia real, ya. No era un movimiento antipolítico, era un movimiento muy político. Los de abajo criticando a los de arriba, porque los de abajo tenemos que apretar a los de arriba".

Este problema es especialmente grave en Cataluña, una situación sobre la que le han preguntado sin parar. Las tensiones que se han generado son "muy peligrosas", aunque se trata de una "cortina de humo. Ya sé que decir esto es un cliché, pero es verdad. Hace unos meses, Artur Mas era el malo de la película, ahora es España. Hemos encontrado un chivo expiatorio. Aunque esto también se puede parar. A ver si lo paramos. Nos jugamos mucho y creo que lo podemos conseguir".

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