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"Cada presidente trae
a La Moncloa sus asesores... y luego se quedan"

16/06/2012 MARÍA COSTA

VALENCIA. Mª Ángeles López de Celis (Madrid, 1957) es licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid (1979) y funcionaria de carrera. Trabajó durante treinta y dos años en la Moncloa. Convivió de cerca con los cinco presidentes del Gobierno de la democracia. Hoy está en el Ministerio de Interior. Su primer libro, "Los presidentes en zapatillas", le granjeó simpatías. El último, "El síndrome de Ali Baba", enemistades. "Todavía hay miedo en este país. A la gente le gusta criticar en las cafeterías, pero cuando se trata de dar un paso te hacen el vacío". Su último libro es fruto de una indignación profunda: "4.000 millones de euros están en los bolsillos de 800 imputados en casos de corrupción, 100 de ellos en listas electorales".


-Termina su libro diciendo que si España fuera Irán seríamos un país de mancos, a causa de la sharia aue imopera en ese país y que ordena cortar las manos a los ladrones...

-Uf, habría que cortar tantas manos que no sé por donde empezar. Si volviera tanto dinero para rescate, tanto que se ha ido por las alcantarillas de la corrupción, tanto en paraísos fiscales que no va a volver... seríamos ricos. Nos sobraría. No es justo que paguemos tanto cuando en los 80 éramos un país que de la nada nos pusimos a nivel europeo y en pocos años nos han llevado a la ruina.

-¿España se ha acostumbrado a vivir con la corrupción?
-Eso parece. De hecho elegí una serie de casos como la financiación ilegal de los partidos (casos Filesa y Naseiro); el aceite de colza; los casos de Andalucía, Baleares y Valencia, etc, pero es un suma y sigue. La corrupción va a más e incluso se ha extendido a instituciones que no creíamos que fueran a contaminarse, como la Casa Real. Es la primera vez en la historia reciente que aparece un escándalo económico en la Monarquía.

-¿Por qué cree que la corrupción crece en la sociedad española?
-La sociedad ha perdido ciertos valores de manera incomprensible. En un país sumido en la crisis, con varios millones de parados y el futuro hipotecado, donde el crédito no fluye y el gasto se contrae, el ciudadano tiene que exigir el fin de la tolerancia para la actividad de los corruptos que encima presumen de impunidad. Actualmente ni los políticos, ni los jueces, ni los banqueros cumplen con su responsabilidad.

-En su libro es contundente. 4.000 millones de euros han acabado en los bolsillos de 800 imputados en casos de corrupción, 100 de ellos en listas electorales. ¿Cómo ha llegado a esta conclusión?
-Basándome en estudios y estadísticas de medios de comunicación y consultoras. Una cantidad que seguro se ha incrementado desde el pasado mes de febrero cuando terminé el libro. Lo que no podemos admitir es que 100 de ellos encima estén cobrando del erario público y legislen sobre el futuro de los demás. Por otro lado la falta de transparencia y explicaciones a la ciudadanía no tiene otra respuesta: improvisan sus acciones.

-¿Qué quiere decir?
-Cuando los políticos y representantes elegidos electoralmente nos quieren dar mensajes tranquilizadores asegurando que los depósitos están garantizados, que no hay que preocuparse... es mentira. No lo saben ni ellos. Y nosotros sí estamos preocupados. Si hasta hace poco nuestro sistema financiero era el mejor, ni necesitaba inyecciones públicas y ahora no es así, lo único que pone de manifiesto es que en ellos no se puede confiar. Lo peor son aquellos que se aprovechan del esfuerzo que hacemos el resto sometidos a impuestos, reducción de sueldos, aumento de la edad de jubilación y pérdida del Estado del Bienestar. Y además nos quieren hacer creer que esto es normal. O sea, que según ellos es normal que cuando una caja está arruinada algunos metan la mano y se lleven indemnizaciones de escándalo. No nos podemos acostumbrar a esto.

-¿Durante su etapa en Moncloa advirtió esa lentitud o evasivas en la respuesta de los políticos a los hechos que afectaban a los ciudadanos?
-Durante la transición las situaciones fueron complicadas porque también se dieron cifras de paro alarmantes y un déficit público del 40 y tantos por ciento que nos masacraba cada lunes y sin saber muy bien porqué camino había que ir y si lo que se hacía era lo correcto. Pero había otro espíritu. Los políticos tenían un sentido del servicio público y del respeto que hoy no se ve. Había honestidad, que es la que nos permitía confiar. Ahora no confiamos.

-¿Cuándo los presidentes del gobierno dejaron de tener esa voluntad de servicio hacia los demás?
-La sociedad ha cambiado. Hemos perdido muchos valores. Cuando empecé a trabajar en la Moncloa, la voluntad de servicio y la honestidad eran una motivación para cualquier servidor público. Si alguien era pillado en algo inmediatamente dimitía. Ahora no dimite nadie y vivimos en una sensación de impunidad absoluta, alarmante. Hemos perdido muchos valores y es necesario recuperarlos porque el futuro tal como vamos se nos presenta oscuro.

-¿Movimientos como el 15 M, las revueltas que se están produciendo en algunas comunidades y las manifestaciones sociales... conducirán a algún sitio?
-Los ciudadanos tenemos que exigir que se cumplan las leyes. No necesitamos más porque hay suficientes. Tiene que haber más transparencia, tenemos una ley al respecto pero no se aplica. Los medios de comunicación en estos momentos tienen una gran responsabilidad... Cada uno tiene que aportar, desde su capacidad, lo que pueda, pero todos tenemos que remar en la misma dirección.

-¿Qué le sugieren los discursos políticos bien argumentados, éticos y reiterativos?
-Los ciudadanos saben diferenciar perfectamente cuándo se les está tomando el pelo y cuándo se dice la verdad, ellos parece ser que no. La clase política no transmite confianza, ni credibilidad. El Gobierno anterior fue ineficaz y éste nos está sometiendo a una presión brutal con medidas que hasta el momento no están funcionando. Más impuestos, más paro, más sacrificios, menos futuro y por el contrario nuevos casos de corrupción, empresas fantasmas, desvío de fondos públicos... se te inflaman las entrañas. Este libro nació de la indignación. Ver como los ciudadanos somos la víctima y se nos sigue acribillando, no lo podía soportar. El 15 M con todos sus defectos y críticas recibidas sí que supone un antes y un después social. Fue un movimiento ciudadano pacífico que hizo reflexionar a los políticos.

-¿El Ministerio de Interior le dará para otro libro?
-No creo. Mi trabajo actualmente es en la Dirección General de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo. Es un colectivo con una sensibilidad especial y un trabajo complicado, pero estoy contenta porque me siento útil.

-¿Cómo funcionaria piensa que la Administración está sobredimensionada?
-Ha estado sobredimensionada siempre. En Moncloa, en sus trece edificios, trabajan unas 2.500 personas. Muchos servicios, algunos duplicados y demasiados asesores. Cada presidente que llega trae a sus asesores, pero cuando cambia el Gobierno se quedan. Si el Gobierno funcionara, la crisis cediera, el paro disminuyera y la prima de riesgo se relajara, lo daríamos por bien empleado, pero no es así. Estamos peor que hace un año.

-Por cierto ¿al lado del caso del juez Luis Pascual Estevill, que usted menciona en su libro, el de Carlos Divar es el de un principiante?
-Esa es otra. El corrupto no tiene ideología, tiene culto al dinero. Tenemos que quejarnos porque no es de recibo que cada día miles de personas pierdan su trabajo, su casa, perdamos derechos, educación, sanidad... No podemos pretender que el mundo cambie desde el sofá. Cada uno desde su posición y capacidad tiene que reclamar y recuperar la cultura de la legalidad. El ser legal, honesto, tener vergüenza y pudor no es de frikis. Si lo es tener buenos coches, barcos, casas y mirar a otro lado.

-¿Cómo vivió algunos casos de corrupción cuando trabajó en Moncloa?
-Como los demás, aunque en primera línea. La legislatura de Felipe González estuvo jalonada de escándalos y los que vivimos aquello también estábamos muy indignados, sobre todo porque muchos se fueron a casa de rositas.

-¿Cuál fue el caso en el que vio más sinvergüenzas y más le impresionó?
-En general todos, pero donde se mostró la corrupción en su más pura esencia fue sin duda el caso Malaya. Fue folclórico por los personajes, sus acciones -colgaron cuadrtos de Miró con alcayatas en el baño- y el dinero que corría de mano en mano.

-¿Qué le ha parecido la reacción de Isabel Pantoja preguntando por qué no han detenido también a la infanta Cristina?
-Cada uno utiliza las armas que tiene. ¿Qué va a hacer ella? Está claro que el mes que viene se sienta en el banquillo y veremos a ver. El caso Urdangarín es una patata caliente para el juez que le toque. Aunque no pueda ser condenado por los delitos que se le acusa, Urdangarín no se puede ir de rositas porque la sentencia tiene que ser ejemplar. El caso se las trae porque ver a un miembro de la Casa Real en la cárcel va a ser impactante. De todos modos ha perdido su honorabilidad y ha dejado en jaque mate a la Monarquía. También parece que la Monarquía ha cometido errores muy graves y da la sensación que se ha contaminado del virus de la corrupción. Lo justo sería que el que la hace la pague.

-¿Por qué la justicia cree que actúa con celeridad en casos como el del juez Baltarsar Garzón apartándolo de la vida judicial española por desenterrar los muertos del franquismo y casos actuales como Palma Arena, Noós, Gürtel, caso Campeón... tarden una eternidad en resolverse?
-Porque la justicia no es justa y la independencia del poder judicial es una falacia. Empezando por el fiscal general del Estado, que es elegido por el partido de Gobierno de turno, eso no puede ser independiente nunca. En España no funciona la democracia y los ciudadanos lo saben.

-¿Cómo cree que nos ven fuera de España?
-Se llevan las manos a la cabeza. Estudiando instituciones en la elaboración del libro me encontré con los resultados de una ONG, Transparency International, que se dedica a medir la transparencia de 200 gobiernos y países. España suele estar hacia mitad de la tabla y en la lista europea estamos a la cola. Durante la última valoración y después de medirnos, fueron a Suecia y aquellos se asombraban al saber que en España cuando se juzga por un delito de corrupción a un personaje elegido democráticamente, solamente pueda intervenir el Tribunal Supremo. Eso en un país nórdico es impensable. ¿Por qué tienen que ser aforados si son ciudadanos como cualquiera y encima se aprovechan de su cargo?

-¿Después de escribir este libro teme represalias?
-No, porque si las tuviera no lo hubiera escrito, pero le puedo decir que ya he ido dejando amigos por el camino desde que se publicó el libro. Hay quienes ya no se quieren mezclar conmigo. El libro sólo lleva una semana en la calle y no me quiero deprimir, pero te duele en el alma ver como hay gente que en la charla del café critican la situación y estan muy indignados... pero cuando he dado este paso me ven como un bicho raro y no quieren que se les vean conmigo por si acaso...

-¿e sus "Presidentes en zapatillas" se le quedó algo por contar?
-No, no voy a publicar un "Zapatillas 2".

-Me llamó la atención la anécdota de Aznar cuando la Nochevieja de 1999 se encerró en el bunker por si en el 2000 se acababa el mundo.
-Sí, pero hay que entenderlo como el miedo a lo desconocido. La postura de Aznar y de todos sus ministros fue que todo funcionara bien y por si pasaba algo había que estar a pie del cañón. Se metieron allí por si había que tomar medidas en un futuro.

-Suena a justificación...
-Es verdad, pero también había miedo por el efecto 2000. Ahora nos hace gracia. Su intención en principio era buena... ¡también había que estrenar el bunker que estaba muerto de risa y había costado una pasta impresionante! Y ahí está como una reliquia...

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