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'El honor perdido de Christopher Jefferies': Derecho a la información vs. presunción de inocencia

TERESA DÍEZ RECIO. 15/08/2015 La miniserie británica, premiada con dos BAFTA y basada en hechos reales, reflexiona sobre los límites entre el derecho al honor y el derecho a la información
Jason Watkins en el papel de Christopher Jefferies

VALENCIA. El pasado 2 de junio, mes y medio después de la mediática detención de Rodrigo Rato, se aprobaba la modificación de la Ley de Enjuiciamiento Criminal en la que se tomaban medidas para evitar lo que se conoce como la pena de telediario, o lo que es lo mismo, la exposición mediática de los imputados por cualquier delito en el momento de su arresto. Pese a que su objetivo, según sus defensores, trata de asegurar el derecho al honor, la intimidad y la imagen del ciudadano investigado, la medida choca frontalmente con el derecho a la información, tal y como denuncian diversas asociaciones de la prensa. Precisamente la fuerte oposición a la modificación ha provocado que poco después el Gobierno matizara la enmienda, añadiendo a la norma el respeto a la libertad de información, dejando así en manos de los jueces su interpretación en caso de conflicto.

El dilema entre asegurar el derecho al honor y el del derecho a la información es el que precisamente abordan los dos episodios de la miniserie británica The lost honour of Christopher Jefferies, premiada este año con dos BAFTA a la mejor miniserie y mejor actor protagonista. Un sensacional trabajo de reconstrucción de la personalidad del peculiar profesor universitario de Bristol Christopher Jefferies, acusado de asesinato sin ninguna prueba y machacado por la prensa amarillista británica, de la mano del actor Jason Watkins.

La historia de este profesor jubilado es real y data de las navidades del 2010. Jefferies, que hasta ese momento gozaba de una reputación intachable, fue detenido tras la aparición del cadáver de su inquilina desaparecida, la joven Joanna Yeates. La aparición de su fotografía en la primera página de la mayoría de medios británicos de forma reiterada, con apelativos como raro, obsceno, espeluznante, solitario o enojado, mezclado con su aspecto físico y un peinado a lo Andy Warhol, en España más conocido como Peinado Anasagasti, empujaron a que toda Gran Bretaña le considerase culpable de un asesinato pese a que no hubiera prueba alguna.

Su biblioteca con contenidos tan "peligrosos" como La balada de la cárcel de Reading de Oscar Wilde o una novela de Wilkie Collins con la que el profesor reflexionaba con sus alumnos sobre el horror del Holocausto, fueron tema de debate en la prensa para llegar a conclusiones tan absurdas como que Jefferies estaba obsesionado con los asesinatos y la muerte, razón por la cual podría estar reproduciéndolo en la vida real. Solo les faltaba añadir que ante tanta herejía merecía morir en la hoguera, acompañando el mensaje con un paquete regalo consistente en una lata de gasolina y un do it yourself para rematar el linchamiento.

Tras pasar por un duro calvario y aparecer al fin el verdadero culpable, este pobre hombre intentó recuperar su honor por los suelos aunque con poco éxito, hasta que finalmente gracias a su particular cruzada en pro del debate sobre la responsabilidad de los medios, núcleo verdaderamente interesante de este biopic, logró reconstruir al menos parte de su dignidad. Jefferies obtuvo no solo una indemnización por daños de los principales medios de comunicación sino la publicación de una disculpa como parte de la compensación moral explicando la raíz de su error: juzgaron a un hombre por ser diferente y no por los hechos.

En España tenemos un caso similar. Su homóloga es Dolores Vázquez, acusada en un primer momento del asesinato de Rocío Wanninkhof. También resultó ser inocente tras la aparición del verdadero culpable, aunque en su caso no se libró de pasar diecisiete meses en la cárcel. En la actualidad Dolores vive en un pueblecito de Gran Bretaña escondida de los ojos de cualquier "espectador" español que reconozca su cara y le grite asesina por la calle.  Sin embargo hace una semana el Supremo ha publicado el fallo que rechaza definitivamente indemnizarla por un defecto en su petición, en una última estocada para rematar la faena.

Mientras tanto, y en el otro extremo, los linchamientos mediáticos hacia políticos investigados por casos de corrupción en las puertas de los juzgados están a la orden del día. Rodrigo Rato, Blesa o Urdangarín probablemente no acaben recibiendo condenas demasiado duras, pero sí deben sufrir el calvario de la pena del telediario, lo único que aparentemente les queda a los ciudadanos para resarcirse en vista de que la ley no es igual para todos o las triquiñuelas legales funcionan a la perfección ante un sistema saturado e imperfecto.

El intento del Gobierno por evitar la sobreexposición mediática de los imputados por corrupción podría pretender ocultar a los ciudadanos las imágenes de hechos de interés general, tal y como denuncian las Asociaciones de la Prensa. Pero si nos ponemos en la piel de Christopher Jefferies, Dolores Vázquez o cualquier imputado por corrupción que después demuestra su inocencia, hay algo de lógica en el intento de proteger su honor hasta que no se demuestre su culpabilidad.

Es probable que, como apuntan algunas voces, la solución no pase por que los ciudadanos se desahoguen ante los supuestos criminales o corruptos. Tal vez sería más apropiado aspirar a que el sistema judicial fuera realmente efectivo y previamente se pusieran en práctica mecanismos para evitar la corrupción o los errores y ensañamientos de la prensa. Códigos deontológicos, comités de control, observatorios, pero no a años vista, sino que actúen de forma inmediata. Que la responsabilidad de los medios ante los juicios paralelos sea real, y que el interés por la verdad prime por encima de cualquier buen titular.

Existe en España un Observatorio de la presunción de inocencia y los juicos paralelos, formada por varias Fundaciones y en el que Dolores Vázquez participó en 2013, que ojalá sirva algún día para afrontar los nuevos retos de la sociedad de la información y se eviten errores como el de Christopher Jefferies o Dolores Vázquez. Mientras llega ese momento, anímense a reflexionar con esta magnífica miniserie.

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