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entretelas del pop rock estatal

Crónicas de
una carretera
repleta de curvas

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 01/03/2014 Cada vez son más los músicos españoles que se deciden a dar su visión de la trastienda del pop y el rock en libros autobiográficos. Abordamos aquí tres visiones tan divergentes como valiosas: las de Ricardo Vicente, Jorge Martí e Igor Paskual

VALENCIA. La vida en la carretera: esa visión tópica y algo idealizada que retrata al músico como un ser errante y sujeto a mil y una aventuras, que desvelan sus encantos sobre la línea que marca un horizonte de infinitas posibilidades. La realidad, obviamente, suele ser bastante más prosaica, especialmente en el devenir cotidiano de aquellas bandas que se mueven en la ya tan vaporosa línea que separa lo meridianamente independiente del dominio más que público.

Un estupendo termómetro para tomar la temperatura de sus pulsiones más íntimas, al margen del rosario de tópicos que jalonan un alto porcentaje de sus entrevistas, es un género particularmente infecundo en nuestro país: la novela biográfica. No porque no haya quien lo haya puesto ya en práctica, sino porque no abundan precisamente los músicos hispanos que se han prestado a tal exposición emocional, pública y sin reservas.

Ha calado más la dedicación a la novela de ficción, lo que no es óbice para que en los últimos tiempos vaya en aumento el número de músicos que deciden dar el paso de desvelar sus experiencias más íntimas, quién sabe si siguiendo los pasos de una tradición foránea que, también en recientes ejercicios, ha deparado volúmenes tan jugosos como Cosas que los nietos deberían saber (Blackie Books, 2010), de Mark Everett (líder de Eels) o Postales negras (Libros de Ruido, 2012), de Dean Wareham (Galaxie 500, Luna, Dean & Britta), dos volúmenes absolutamente referenciales por lo que tuvieron de confesión descarnada.

Este texto no pretende ofrecer un relato exhaustivo, pero sí enfocar el fenómeno partiendo de tres de las visiones más protagónicas de los últimos meses. Tres músicos que, desde atalayas estéticas absolutamente divergentes, han detenido los relojes que marcan sus tiempos creativos para hacer un alto en el camino, recapitular y tomar aire.

FOTO: DANIEL SURUTUSA

El más heterodoxo, y precisamente por eso también el más revelador (en el sentido de revelación) es Ricardo Vicente (Zaragoza, 1975), guitarrista y teclista que ha militado desde hace más de una década en bandas como Tachenko, La Costa Brava o junto a Francisco Nixon. Su libro (en realidad, un disco-libro) se llama Qué haces tan lejos de casa (Bandaàparte/Marxophone, 2013), y escapa por completo a las convenciones de la biografía al uso, porque en sus páginas uno puede toparse con monos que predicen el futuro, hamsters que pululan por su furgoneta en medio de una gira o incluso un imposible y emotivo encuentro nocturno, en el vagón de un tren, con el genial y malogrado Sergio Algora (El Niño Gusano o La Costa Brava, fallecido en 2008), quien se permite decirle a Richi (como todo el mundo conoce a Ricardo), quién sabe desde qué recóndito rincón del edén, aseveraciones como esta: "la muerte es como estar dentro de las canciones, Richi. El cielo lo vas construyendo en la tierra. No dejes de escribir hasta el final".

Ricardo reconoce, al hilo de ese pasaje, que su formación viene "de la filosofía, motivo por el que me fascina la idea de la dualidad entre cielo y tierra" algo que le ha llevado siempre a cifrar su obsesión en la idea de que "el cielo, más que bondad es la belleza, y la belleza se construye, y las herramientas que yo he tenido son la lírica y las canciones, así que más vale que te construyas un lugar que pueda ser tu cielo, si no, ¿qué sentido tiene todo esto?".

El músico maño explica su obra con una precisión encomiable, y afirma que el texto, que en realidad glosa de una forma muy especial la Gira Tres Cuerpos (junto a Francisco Nixon y Ramón Rodríguez), durante el primer tercio de 2012, "empezó como casi todo, a lo bruto", porque aunque la idea le rondaba por la cabeza desde mucho antes, no fue hasta que vio que "el material tenía una consistencia y podía ponerle música" que no se tiró a la piscina que siempre supone una primera novela.

Un volumen que quizá exija la familiaridad con ciertas claves, que no serán ajenas a quienes congracien con las bandas en las que ha militado (especialmente aquello que dieron en llamar jocosamente el costabravismo), pero que reporta una más que valiosa gratificación, a través de "figuras retóricas que sirven como un truco, un tropo, porque la vida es una estación de servicio estándar sin ninguna peculiaridad, de ahí el uso de la fantasía".

Los referentes de "la literatura norteamericana, que tiene menos miedos", han sido básicos en un trabajo que recurre a determinados ardides para escapar del tono rutinario que comporta la vida en la carretera, sobre la que "no tiene mucho sentido hacer una crónica, por eso me he atrevido con cosas con las que no me hubiera atrevido en el mundo musical, como algunas situaciones esperpénticas o el uso de la ironía, que tampoco lo prodigo tanto en las canciones". No será su último libro, ya que "cuando se te abre un horizonte, como se me ha abierto a mí con esto, más vale que te agarres, porque la monotonía de la vida es aterradora".

POSTALES DE VIAJE

Más casual es aún la primera incursión de Jorge Martí (Valencia, 1972), cantante y compositor principal de La Habitación Roja, en el terreno de la literatura, si bien él mismo asume que Espacio interior (Chelsea FOTO: MARY WILSONEdiciones, 2013) "no tiene pretensiones literarias, es solo una recopilación de textos, que incluso me hubiera gustado que se ampliase a más cosas que tenía de momentos determinados que, por falta de tiempo, no entraron".

De hecho, el libro es un compendio de artículos y textos de diverso cariz, publicados en diferentes medios de comunicación, que sirven para dar un reflejo fiel (aunque sanamente fragmentario) de un músico que se explaya en detalles de sus periplos por EEUU o México. Al tiempo que reconoce que "las giras te van curtiendo, es algo duro, pero lo haces porque esto te gusta, y hasta el más famoso de los músicos ha de pasar por ciertos peajes", motivo por el cual no le queda más remedio que asumir que "estar de viaje es una especie de estado de excepción, en el que estás indefenso y en el que has de aprender a soportar la forma de ser del resto de los componentes de la banda, porque en caso contrario, un grupo no podría durar".

"Tener la maleta siempre preparada te crea cierto sentimiento de desarraigo", afirma, y recalca la sublimación que el gran público puede albergar acerca de "eso de sexo, drogas y rock and roll, que en realidad, en las pocas ocasiones en que se da, solo ocurre porque la gente lo tiene en la cabeza, de una forma idealizada".

Como un veneno que se inocula hasta formar parte del propio organismo, el estar de gira, al igual que el resto de vicisitudes del negocio, es algo que "en cuanto pasan unos cuantos días tienes ya una especie de mono por volver a ello", aunque Martí, con casi veinte años de trayecto, es partidario de "relativizar mucho las cosas, porque igual que ahora estamos en un acto de una marca de coches en Barcelona (N. del R.: nos atiende al teléfono minutos antes), dentro de unos días tenemos un acústico en Binéfar, y luego podemos pasar de ser cabeza de cartel a otras cosas mucho menos vistosas".

SIN PELOS EN LA LENGUA

Mucho más descarnado y espinoso es El arte de mentir (Difácil, 2013), volumen que ya tiene cerca de un año, pero que constituye uno de los más llamativos episodios de la biografía (aunque no sea totalmente auto semblanza) rock en nuestro país. En él, Igor Paskual (San Sebastián, 1975), alma mater de Babylon Chat, guitarrista de Loquillo desde hace más de una década y también creador en solitario, se marca un striptease emocional en el que caben brillantes disecciones de músicos foráneos, punzantes crónicas de conciertos, aseveraciones sobre la vida en la carretera y una desacomplejada falta de rubor para describir, con pelos y señales, innumerables experiencias sexuales en las que no faltan situaciones tan poco convencionales como algunos tríos de proporción variable en su inclinación sexual. Un libro que podría inscribirse en una tradición con episodios tan notorios (y cercanos para él) como el magistral Corre, Rocker (2000), de Sabino Méndez o El chico de la bomba (2002) y Barcelona Ciudad (2010), ambos de Loquillo, si bien desde una mayor heterodoxia.

Paskual desmiente la necesidad de este texto como ejercicio de terapia, ya que es de quienes creen que "en una cultura católica como la nuestra, las frustraciones se descargan en los camareros, que son los nuevos confesores", al margen de asumir que, desmintiendo el tópico, le cuesta mucho "escribir o componer canciones estando triste, prefiero hacerlo en estados de felicidad".

Curtido en el columnismo que desde hace años ejerce en el diario El Comercio, el músico radicado en Asturias defiende una idea del arte en la que "la belleza pudiera estar por encima de toda otra consideración, un poco a la manera del Dorian Gray de Oscar Wilde, aunque soy incapaz de disociar el arte de un planteamiento moral", circunstancia ésta última que le lleva a "desconfiar de la calidad moral de la obra de Tom Waits, de Gus van Sant y de todos aquellos que emplean las vidas de gente pobre para vendérsela a las clases medias", pese a respetar muchísimo su trabajo.

A diferencia de obras análogas, él no intenta apartarse "de los tópicos, ni mucho menos: están ahí el sexo, las drogas y el rock and roll", aunque no por ello deja de lado otros aspectos igualmente interesantes como "la arquitectura, la religión, el surf, el deporte, el arte... vamos, que aunque tiene sus momentos nocturnos, lo mío no es la biografía de Slash o Mötley Crüe; eso espero". El capítulo de las correrías sexuales, de hecho, ha sido de lo más comentado desde que El arte de mentir salió a la calle, algo que no encuentra demasiado justificado "porque no hay tantos como parece, aunque resalten demasiado", y porque si hay una cosa que no entiende, esa es cómo no hay "más presencia del sexo en la literatura en general dada la cantidad de tiempo que el sexo ocupa en nuestra cabeza a lo largo del día, en los medios de comunicación y en su agotadora y constante invasión pública".

"Soy un narciso tremendo, muchísimo, además", nos comenta con toda sinceridad, al tiempo que dice emplear esos relatos sexuales "no para glorificarme, sino de forma desmitificadora, porque me dejo bastante mal". Pecata minuta, en todo caso, en un libro de prosa brillante, afilada y tremendamente culta. Todo un canon para una práctica que, afortunadamente, y los buenos ejemplos ahí están, va en aumento.

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