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VALENCIA. El martes llegué más tarde de lo que esperaba a Valencia. Se supone que debía escribir una crónica sobre la Shopening Night, pero el día había sido demasiado intenso y sólo me quedaron fuerzas para llegar a la cervecería Aquarium, sentarme en una mesa en la terraza y observar el ir y venir de la gente alterada por las compras ajetreadas.

Aquarium es como un centro neurálgico de la capital del Turia. Lo que no te cuenten en Aquaium es que no ha pasado. Tiene la clientela más variopinta de la ciudad. Empresarios importantes, intelectuales, señoronas enjoyadas, jubilados con posibles... en fin, incluso gente joven que empieza a despuntar y ayuda a bajar un poco la edad media de la clientela del bar.

Pero con lo que realmente me quedo de Aquarium es con sus camareros o dueños, ya que se trata de una cooperativa. Mis favoritos: Roberto y Arturo. Dos grandes profesionales. Da gusto entrar y que automáticamente te sirvan lo que estás pensando que vas a pedir, sin haber abierto la boca.

A pesar de estar sentado en la mejor coctelería de Valencia, decidí tirarme primero un vaso de agua por encima, antes de pedirle a Roberto "un dry, por favor". Miré un poco para ver quién estaba dentro de la cervecería. Es curioso observar el comportamiento de la clientela fija de Aquarium. Por ejemplo, es habitual ver a Vicente Boluda en la mesa de al lado de la escalera. De hecho, si cuando llega está ocupada, levanta una ceja y espera pacientemente hasta poder ocuparla.

Aquella noche todavía no había llegado ninguno de los habituales. No tardaron en hacerlo. Primero, Rafa Aleixandre con su amigo Roge. Rafa debe ser el mejor relaciones públicas de la Gran Vía. No pararon de saludar a todo el que pasaba. Comentaron que habían recorrido las principales calles comerciales del centro de Valencia.

Lo más animado les había parecido la joyería de Antonio Romero, la nueva tienda que ha abierto Carlos Muñoz, de la marca North Face, así como la tienda de adolescentes Brownie. Les pareció que en general había mucha gente por la calle, aunque pocos con bolsas, ya me entienden... Terminaron su bocadillo de ternera, mantequilla y patatas y sus cervezas, y se fueron rápidamente rumbo a Hannover.

Siguió pasando gente por la puerta de Aquarium. Unos se paraban y otros no. Pasaron Antonio Vergara con su inconfundible sombrero y Luis Pastor, exCanal9, que lleva años quejándose y prediciendo lo que pasaría con nuestra televisión.

Como todos los jueves, que aunque no era jueves como el viernes fue fiesta, como si lo fuera, también estaba la mesa de Piluca Gómez de Insausti y Esteban López, tan simpáticos y animados como siempre. En otra mesa especialmente animada se sentaban Lourdes Reyna con su amiga Carmen Chaves y Lucas Soler. Pronto se les unió Lourdes madre (o como dice Lucas, la Reyna Madre) así como el actor Tonino Guitián.

Lourdes 'madre' venía con su sobrina de la inauguración de Santa María Novella -invitadas por Reyes Trénor- hablando maravillas de las cremas y demás cosméticos de esa marca. Habrá que probarlos ahora que se supone que nosotros también nos cuidamos. No es fácil para un hombre maduro mantenerse metrosexual en estos tiempos de tanto hipster suelto...

Los mayores se fueron marchando, dejando sitio a los más jóvenes, que también frecuentan el mítico establecimiento. Por ejemplo, Gonzalo García Marrero y Marta López. Gonzalo es un tipo curioso. Estudió algo así como veterinaria primero. Luego se dio cuenta de que no le gustaba y estudió interiorismo en las mejores escuelas del mundo. Pero como nuestra terreta tira, volvió a Valencia. Acaba de terminar la clínica de Enrique Llobell.

Otra incondicional de la Gran Vía es Mónica Morales, que llegó con su grupo de amigas de siempre, alegrando el local. No logré escuchar dónde irían luego, pero con lo animadas que estaban, seguro que alargaron la noche como lo hice yo. No sé por qué, me dejé arrastrar hasta el Karaoke Oliver's. Antro donde los haya, siempre me encuentro alguna cara conocida y personajes de postín cuya identidad, por supuesto no revelaré. Entre gritos desafinados de los que intentaban entonar, me tomé la última observando el escaso sentido del ridículo que algunos tienen a esas horas y logré escabullirme. Una noche agotadora, o sea.