VALENCIA. O el déficit asimétrico tiene unos beneficios para las arcas públicas de la Generalitat que todos desconocemos o gastarse 300.000 euros en un partido de baloncesto parece del todo inadecuado con varios miles de millones en facturas pendientes por pagar. Pero lo que es la bomba ya es que de repente tengamos la sensación de que nos han tomado el pelo y que por lo que aquí pagamos 50 millones de las antiguas pesetas en otros sitios lo tienen por 25 veces menos. O alguien negoció mal o a Alberto Fabra le dio un ataque de manirrotismo impropio ilusionado como estaba el hombre por saludar a su antiguo compañero de pupitre y actual seleccionador nacional, Juan Antonio Orenga. Ya se sabe que eso de compartir pupitre une más que el pegamento y más si hay dinero y cargos de por medio.
Y así, mientras la Generalitat se ha puesto manos a la obra -eso dicen- para averiguar si les han endosado el timpo de la estampita, a Fabra le ha caído encima su segundo coachgate. El primero fue aquel entrenador personal new age especializado en canalizar energías positivas al que se contrató por 20.000 del ala y se le descontrató tras el escándalo que se montó. El segundo, el ya comentado: 300.000 eurazos por una foto con el entrenador de baloncesto español.
¿Quién aconseja a Fabra en estas cosas? Ambos casos son errores que se podrían calificar de 'novato' pero que nunca se hubieran producido de existir una línea clara sobre qué política debe cundir en el día a día de la Generalitat. Algo que, con el paso de los meses -ya van dos años- parece haberse relajado hasta el punto de que a algún alto cargo le pareció adecuado embarcarse en una política de, llamémoslo así, medianos eventos, sin que nadie le hiciese ver que esa no es la imagen de austeridad y rigor presupuestario que debe dar una Generalitat en quiebra.
Y mira que estábamos todos distraidos con los peces raya que se acercan a nuestras playas. Pues no, algún listo creyó oportuno darle al presidente una alegría en forma de partido de baloncesto y ya tenemos de nuevo la marca Comunitat Valenciana donde estaba, en el despilfarro.
Que, oigan, uno es consciente de que la tensión acumulada por el Consell es muy elevada. Gobernar sin un céntimo tiene como consecuencia que no puedes inagurar ni una rotonda y, a no ser que seas Máximo Buch y te apuntes a todas las fiestas de la Comunitat Valenciana en calidad de conseller de Turismo, no te invitan ni a desfilar en una entrada de Moros y Cristianos. Pero si alguien sabe mejor que nadie (con la excepción quizá del ministro Cristobal Montoro), que la caja de la Generalitat no está para ninguna alegría esos son los miembros del Consell. Me imagino al conseller de Hacienda, Juan Carlos Moragues, en su retiro vacacional leyendo con los ojos muy abiertos las noticias sobre esa pachanga baloncestística para la que va a tener que rascar 300.000 euros no se sabe de dónde.
No está la Comunitat Valenciana para juegos. El paro, por mucho que algunos insistan en ver una recuperación que no hay, sigue siendo elevadísimo. La mala financiación nos obliga a subir impuestos y a recortar gasto en todos los campos, incluida la sanidad y la educación (aunque, una vez más, se nos venda algo distinto). Y la regeneración política sigue siendo un tema pendiente en el partido que gobierna, con tantos casos de corrupción pendientes de juzgar y aclarar, que esto parece el cuento de nunca acabar.
Esos, y no otros, deberían ser los objetivos del Consell. La imagen de la Comunitat Valenciana no se mejora con un partido de baloncesto. Ni con un mundial, todo sea dicho de paso. Porque no es cuestión de cómo de altos y ricos nos ven los de fuera, sino de cómo nos ven de serios y de responsables. La confianza, por ejemplo, de los inversores se consigue con el trabajo diario que revierta la actual situación económica de nuestro territorio y que genere una confianza en que invertir aquí es una buena idea. Y ahí hay miles de pequeñas cosas que se pueden y deben hacer.
Debería el propio presidente centrarse en dirigir un Consell que piense en esa política de las cosas cotidianas que pueden abrir un camino de pequeños éxitos sin recorrido mediático pero que pongan bases de futuro. El conseller Buch debería aplicarse en desarrollar esa estrategia de política industrial que ya ha presentado dos veces y lograr algún avance. Con lo que tiene, sin especular con inversores misteriosos. Con el actual tejido empresarial y con las ideas de investigadores, empresarios y trabajadores, sector este último muchas veces olvidado en la elaboración de planes de futuro cuando son los que están a pie de la líneas de producción.
El conseller de Sanidad, Manuel Llombart, debe persistir en el proceso de hacer más eficiente el sector público sanitario con lo poco que hay. Y debería revisar ya no solo los contratos de suministro de materiales, como ha anunciado, sino esos al parecer gravosos contratos de resonancias -y a saber de qué más- que lastran las cuentas sin sentido. El de Hacienda, Moragues, debe seguir estrujándose los sesos para encontrar esas fugas de gastos absurdos que siguen existiendo, al tiempo que debe aumentar su peso político en Madrid si quiere que le hagan caso con el tema de la financiación.
Y José Císcar, hombre fuerte ahora, parece, algo apartado del círculo presidencial, y María José Catalá, la aspirante en la sombra (o no tanto), deberían asumir el papel de liderazgo político que les corresponde.
Podríamos hacer un repaso de todos, pero no es necesario. Si son consellers ellos deberían ser quienes tuviesen claras sus prioridades, incluso alguno debería estar ya pensando en qué va a hacer en septiembre, como Serafín Castellano. Y si no las tienen, tenemos un (aún mayor) grave problema. Porque con coach o sin coach, Alberto Fabra debe ponerse las pilas y alejarse cuanto antes de un camino de excentricidades, nombramiento de Esther Pastor incluído, que se le acaban yendo de las manos por improcedentes. Porque gobernar esta Comunidad Valenciana que sus compañeros de partido dejaron hecha un solar no es un juego. Ni de niños, ni de aficionados.
Como bien dice el artículo, "esto es el cuento de nunca acabar". El tinglao mafioso no se desmantelará hasta que el PP deje de gobernar, esté quien esté al frente. El PP/PSOE son parte del problema de este sistema corrupto e ineficaz.
Quien le aconseja ya lo sabemos todos.
Si lo hubiera pagado con su dinero,se lo hubiera pensado dos veces.
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