Los partidos políticos son el eje sobre el que gira el sistema democrático en España. A finales de los años 70, durante la transición, se consideró que eran organizaciones frágiles y de escasa tradición en nuestro país. Se fijaron entonces los mecanismos que permiten concentrar en muy pocas manos tanto el poder de decisión política como la gestión de cuantiosos recursos humanos y económicos, y una no menos importante capacidad de influencia. Progresivamente, estas organizaciones han ido monopolizando todo el espacio de la acción y la participación políticas. Sin embargo, siendo como son los instrumentos centrales de la democracia, paradójicamente, en su funcionamiento interno, los partidos no suelen favorecen ni la participación interna, ni el pluralismo, ni el debate crítico, ni la elección abierta de sus líderes y dirigentes.
Es cierto que la democracia interna en los partidos no es un problema únicamente español y afecta a casi todas las democracias europeas actuales, con la excepción quizás de Gran Bretaña y de Alemania; pero en la cultura política de España pesa mucho la traducción autoritaria y poco las liberaldemócratas y eso agrava la cuestión. La trivialización personalista de la política, el cesarismo en los partidos, la cooptación de los dirigentes y cuadros de las organizaciones buscando más la subordinación al líder que la lealtad crítica son práctica común. Por eso resulta extraño que el PSOE, siguiendo la estela del socialismo francés, introdujera en 1998 las primarias como posible modo de elección de sus candidatos a los ayuntamientos de más de 50.000 habitantes, a las comunidades autónomas y a la presidencia del Gobierno de España.
Vaya por delante que la elección directa y abierta de candidatos me parece una iniciativa positiva que se debería generalizar a todas las fuerzas políticas, y hacerla extensiva a todos los ámbitos y ocasiones independientemente de que se gobierne o no. Sin embargo, antes de calificar, sin más, las primarias del Partido Socialista como un proceso de participación democrática, habría que tener en cuenta algunas limitaciones de dicho proceso y deberíamos compararlas, asimismo, con las primarias de los Estados Unidos por ser las que acumulan una larga y exitosa experiencia de participación política ciudadana de forma directa y abierta.
En este sentido, a diferencia de lo que ocurre en los partidos estadounidenses que llevan a cabo primarias se gobierne o no, y no fijan barreras de entrada para concurrir al proceso electoral para ser candidato, la regulación interna socialista establece que es un mecanismo reservado para aquellos casos en los que no se gobierna y siempre que se supere una barrera de entrada muy elevada que consiste en obtener (cuando no se cuenta con el apoyo de la correspondiente dirección del partido) el 15% de los avales de la militancia en un plazo de tiempo breve.
Este hecho perjudica más que favorece al PSOE, habida cuenta que: primero, al no generalizar el procedimiento de elección de candidatos a todas las situaciones, da la sensación de limitarlo a los lugares donde hay crisis de liderazgo, y segundo, al establecer unas barreras que dificultan la entrada y competición de candidaturas distintas a la oficial, pueden acabar proyectando imágenes de miedo, nerviosismo y debilidad cuando la dirección de turno se sienta cuestionada.
Pero, más allá de las barreras y de las suspicacias que provoca este proceso de elección en las élites dirigentes de cada momento, lo más significativo es que en puridad no se trata de elecciones primarias, sino sólo de un mecanismo electoral interno. La base de este mecanismo de elección de candidatos en Estados Unidos es que, además de estar generalizadas, no son un procedimiento reservado a los afiliados de un partido, sino que en ellas participan simpatizantes y personas que dicen votar al partido e incluso, en algunos estados, cualquier ciudadano que se inscriba como elector independientemente de que tenga una mayor o menor simpatía por esa fuerza política.
Las primarias se convierten así, en el caso americano, en el paso primero y básico de la selección de dirigentes políticos. Un proceso en el que participa un número elevado de ciudadanos y en el que los contendientes están obligados a dialogar continuamente con sus electores, a llegar a acuerdos públicos y abiertos con otros dirigentes del partido o sectores de la sociedad civil organizada para, al final de meses de trabajo y contacto con la ciudadanía, convertirse en candidato de su partido. En el caso español, limitado por desgracia al PSOE, sólo participan los afiliados del partido y no pueden hacerlo ni los simpatizantes ni los votantes de esa fuerza política como en el caso estadounidense.
Y esto es importante por tres motivos. Primero, porque cuanto mayor número de votantes mayor es también la legitimidad democrática del proceso. Segundo, porque en España, la afiliación a los partidos es baja en proporción al número de votantes y de ciudadanos, y unas primarias abiertas reducirían la distancia entre las élites políticas y los ciudadanos. Tercero, porque el candidato elegido puede variar en función de quien toma la decisión: la dirección del partido, los militantes y afiliados o un porcentaje notable de votantes y ciudadanos.
Así, por ejemplo, Obama difícilmente habría sido presidente de Estados Unidos si la decisión hubiera quedado limitada a la dirección o a los afiliados del Partido Demócrata que apoyaban mayoritariamente a Hillary Clinton. Y se puede pensar que en la Comunidad de Madrid o en el caso más próximo de la ciudad de Valencia, la elección de los 35 miembros de la Ejecutiva Municipal del PSOE o la que tomen los 1.762 afiliados socialistas el próximo 3 de octubre no tenga por qué coincidir con la que llevarían a cabo buena parte de las 140.187 personas que votaron a dicho partido en Valencia en las últimas elecciones municipales si tuvieran la oportunidad de participar en un proceso abierto de primarias. Por eso, más que hablar de elecciones primarias, habría que hacerlo de elecciones internas limitadas a los afiliados del partido, donde evidentemente tienen un peso mayor los militantes más activos y los grupos organizados internamente, cuyos intereses directos en la elección no siempre coinciden con los de la ciudadanía. Ese es el riesgo de las elecciones internas.
No entiendo la tesis del artículo. ¿Acaso comparar España con EEUU?. Porque en tal caso sería querer comparar el día con la noche, o el vino con el agua. Aquí, en la Europa latina, la participación política no le interesa al ciudadano medio (gracias a la incansable labor de las burocracias que la ven como aumento de la competencia en el reparto de cargos), y por contra a ese ciudadano medio si le interesa votar (de momento al menos). En EEUU, imagino que el autor lo sabe, para votar hay qie registrase previamente. Lo que implica, entre otras cuestiones en un país sin equivalente al DNI, la posibilidad de ser controlado (por inmigración o fiscalmente) algo que no es fácil de aceptar por el yanki medio. Lo que quiero decir es que son dos realidades completamente diferentes y traspalantar aquella aquí y ampliar el círculo podría llevar sólo a desvirtuar todavía más los resultados al incorporar previsiblemente sólo a grupos menos representativos de la ciudadanía que los propiso militantes (que ya es decir). Es el caso de las felizmente olvidadas Agendas 21 y demás ejemplos progres que tantos problemas causaron a más de un alcalde bienintencionado, en donde los activos o activistas suplantan al conjunto de los ciudadanos. La democracia mejor que conocemos es la de un hombre un voto, Y si el candidato es de un partido, los votantes deben ser los del partido. ¡Que afiliarse no es tan díficil, aunque el aparato del PSPV lo haga mucho más de lo que de debería ser!.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.